Los últimos años del siglo XIX fueron fructíferos porque se adquirieron modernas máquinas
EL TELÉGRAFO: la historia descansa en su archivo
La historia de diario EL TELÉGRAFO está ligada al desarrollo del periodismo moderno en Guayaquil porque nació como un proyecto de modernidad cultural, en el contexto de las luchas políticas entre conservadores y liberales, hacia la segunda mitad del siglo XIX.
La figura del liberal Juan Murillo Miró –hijo de Manuel Ignacio Murillo, propietario de la primera imprenta de la ciudad y quien fundó, en 1821, el primer periódico del puerto, El Patriota de Guayaquil- fue determinante en los primeros años de existencia del medio impreso, pues, luego de su exilio chileno, regresó al país en 1896 e incorporó a José Abel Castillo como administrador, quien a la postre se convirtió en el nuevo dueño del periódico, cuando Murillo se mudó a Quito por razones de trabajo.
Los últimos años del siglo XIX fueron fructíferos porque se adquirieron modernas máquinas de impresión y en 1896 se incorporó a algunas de las mejores plumas de ese tiempo, como Modesto Chávez Franco y José Antonio Campos, alias ‘Jack The Ripper’. Entonces, nuestro medio acogió la idea del ‘repórter’, el periodista que sale a la calle en busca de la noticia, correspondiéndole a José Vicente Peñafiel el desempeño de un puesto de trabajo que propició el nacimiento del periodismo profesional.
A partir de 1899, José Abel Castillo asumió, solo, la dirección del periódico en la sede de Pedro Carbo entre Ballén y 10 de Agosto. Esta casona, lamentablemente, se consumió en el ‘incendio del Carmen’, el 16 de julio de 1902. Cuatro años después, las instalaciones de EL TELÉGRAFO fueron diezmadas por una turba de salteadores cuando el periódico condenó la forma como Eloy Alfaro llegó, por segunda vez, al poder, deponiendo al presidente Lizardo García. El mismo espíritu republicano y progresista demostróm EL TELÉGRAFO en noviembre de 1922, cuando condenó la matanza que perpetró el gobierno de José Luis Tamayo, a los artesanos y obreros guayaquileños, pronunciamiento que le valió el exilio a su director.
Este acendrado espíritu liberal catalizó la apertura a distintas manifestaciones culturales, en espacios ilustrados como ‘El Telégrafo Literario’ (1913-14) y ‘Semana Gráfica’ (1931-1939), con la participación de escritores e intelectuales de fuste que publicaron en las páginas de EL TELÉGRAFO: Manuel de J. Calle, Camilo Destruge, Vicente Paz Ayora, Miguel Valverde, Wenceslao Pareja y Pareja, José Antonio Falconí Villagómez, Medardo Ángel Silva, J. J. Pino de Icaza, Francisco Falquez Ampuero, Adolfo H. Simmonds, Abel Romeo Castillo, Francisco Ferrándiz Alborz, José de la Cuadra, Alfredo Pareja Diezcanseco, Demetrio Aguilera Malta, Francisco Huerta Rendón, entre otros; así como artistas del lápiz, de la talla de Virgilio Jaime Salinas, Miguel Ángel Gómez y Antonio Bellolio (quien también escribía), y destacados fotógrafos como Manuel Ocaña, Miguel Jordán, José Enrique Escobar, Fausto Escobar, Luis Arévalo, Elio Armas.
Un archivo para Guayaquil y el país
El pasado jueves 22 se firmó un convenio en el que la Universidad de las Artes asume la administración del archivo de EL TELÉGRAFO. De esta forma, Guayaquil y el país ganan un archivo público que permanecerá abierto para consulta no solo de los investigadores, sino del público en general.
Los funcionarios del archivo sostienen que este cuenta con más de 1.300 tomos de periódicos y alrededor de 7 millones de fotografías. Si esto es así, estamos frente a un repositorio documental de gran valía, el cual por su origen (1884), se convierte en la más antigua de las hemerotecas que atesoran los diarios de la ciudad.
Como vemos, está por desentrañarse un sinnúmero de historias inéditas, pues ya se inició el inventario y catalogación de los documentos del archivo. Al final del proceso, podremos visualizar las maravillas documentales que, al menos en el caso de la fotografía, nos tiene reservado el repositorio.
Hoy por hoy, buena parte de la historia gráfica del Ecuador descansa en esos sobres y cartones que esperan su organización y clasificación documental. Nos alienta saber, además, que con la recuperación documental se iniciará un proceso de preservación de los documentos, así como otro de puesta en valor de los ‘tesoros’ del archivo.
Una de las principales tareas del archivo de EL TELÉGRAFO, hoy en manos de la Universidad de las Artes, debe ser, sin duda, la investigación. Hay que propiciar las publicaciones de textos inéditos que allí se encuentran, así como reediciones de viejos títulos que desde el nacimiento del periódico, aparecieron publicados en la Imprenta de El Telégrafo, desde clásicos olvidados de nuestra historiografía como el Compendio de la Historia del Ecuador (1885), de Pedro Fermín Cevallos, hasta testimonios de combatientes en la guerra con el Perú, como Lo que vi en El Oro (1942), de Marco Antonio La Mota.
Los proyectos de investigación deben ir de la mano con la difusión de las principales figuras de nuestra cultura. Hay que saldar la deuda que tiene la sociedad ecuatoriana, y particularmente la guayaquileña, con Virgilio Jaime Salinas, caricaturista creador del personaje Juan Pueblo y que en las páginas de EL TELÉGRAFO dejó huellas memorables.
Lo mismo podemos decir del fotógrafo y cineasta español Manuel Ocaña, quien desde su revista Ocaña Film y en las páginas de ‘Semana Gráfica’ de EL TELÉGRAFO, dictaba clases de cine a ávidos lectores que se imaginaban artífices de la ‘fábrica de sueños’, a la vez que realizaba inusitados reportajes fotoperiodísticos como uno al manicomio Lorenzo Ponce de Guayaquil, en la década del treinta.
Hago votos para que la próxima apertura del archivo de EL TELÉGRAFO, al servicio de la ciudad y el país, sirva para liderar, con mayores bríos, la gestión pública en torno a la definitiva recuperación y valoración del patrimonio documental, el cual todavía es la “última rueda del coche” entre los patrimonios culturales del Ecuador. (O)