Cuatro tipos de negocios resultan muy rentables
El último estudio económico realizado por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC) reveló que hay cuatro tipos de negocios que prefieren abrir los ecuatorianos: una tienda (87.244), un restaurante (33.938), una peluquería (14.426) y tener un local de “discos piratas” (4.165).
En una visita realizada por este diario a varios de estos establecimientos, se encontraron distintos tipos de explicaciones a estas prefencias comerciales.
En el caso de las tiendas, que son la tendencia más común entre quienes emprenden un proyecto propio, varios microempresarios coincidieron que en los barrios siempre existe la necesidad de comprar alimentos y mucho mejor si es en un sitio cercano a sus casas.
A esto se suma, según los emprendedores, que los proveedores (quienes distribuyen los productos que se expenden) les dan facilidades en los pagos. “A veces me fían”, explica Nelson Oñate, propietario de Super Market Nelson.
En cambio las mujeres que incursionaron en el campo de las peluquerías afirmaron que lograron tener una independencia económica, pues hay clientes que pagan hasta 200 dólares por un tratamiento de tinturado del cabello.
Por una cantidad similar de dinero, en el mercado hay cursos particulares de tres meses en los que se puede aprender el oficio.
Por su parte, los vendedores de discos compactos copiados sostienen que es un negocio sin mayores complicaciones, pues únicamente se requiere estar enterado de las películas que se van a estrenar en el cine y contar con un pequeño presupuesto, que se duplica al momento de la venta.
Quienes abrieron un local de comida indicaron que tampoco se necesita estudiar para emprender el negocio. Basta con saber recetas básicas.
Según el INEC, las tiendas generaron réditos anuales de $ 3.677 millones y permitieron emplear a 146 mil personas a nivel nacional. Los restaurantes, en cambio, permitieron contratar a 97 mil trabajadores.
Con unas tijeras se puede ganar $ 400 por semana
“Siempre voy a la misma peluquería, por dos razones: porque sé que me dejan bien el pelo y debido a que puedo pasar un buen rato, conversando con los amigos del barrio”, confiesa José Tenorio, cliente de Jackson Barber Shop, un pintoresco negocio ubicado en las calles Antepara y El Oro.
Jackson Quintero, propietario del centro de belleza y dueño de una cabellera trenzada, relata que empezó hace siete años en el Guasmo y que en su actual local hace hasta 100 cortes a la semana (cada uno está en $ 2.50).
La imagen de Quintero, en la que resalta su larga cabellera trenzada, proyecta el ambiente de su negocio, donde se escucha reguetón, hip-hop y rap, y paredes decoradas con grafitis.
Jackson aprendió esta tendencia urbana de las narraciones que traían sus amigos migrantes. Sus vecinos, que llegaban desde el Bronx y otros barrios latinos de Nueva York, influenciaron en él.
En el Centro de Capacitación Profesional (Secap), Yolanda Lozano, quien lleva su cabello peinado en capas perfectas, está contenta porque este año obtendrá su título.
Ella, en la peluquería en la que labora, en una zona residencial del sur, ha observado que la profesión puede ser muy lucrativa. “Nadie deja de arreglarse y siempre surgen técnicas nuevas; por ejemplo, las iluminaciones en el cabello hechas con aluminio cuestan $ 120”.
En una buena semana de ganancias, cuantifica comisiones de hasta $ 400. “Todo depende de la ubicación del local”.
De acuerdo con las instructoras de belleza y las estilistas consultadas, existen dos destinos ocupacionales para las estilistas: trabajar a domicilio o conseguir un empleo en una peluquería establecida.
En el primer caso, señala Nancy Parrales, estilista e instructora con 26 años de experiencia, cuando las peluqueras viven en barrios suburbanos y en cantones como Lomas de Sargentillo y Nobol, ofertan sus servicios a $ 3.
“Es una forma práctica de ganarse la vida, ellas visitan con un espejo, tijera y peinilla a los clientes y luego se corre la voz en el barrio de que existe el servicio”.
Esther López, como la mayoría de las capacitadoras en belleza, lleva su cabello perfectamente tinturado, coronado por un flequillo. Ella trabaja en la peluquería D´Fabi, ubicada en el centro de la ciudad, sitio donde se imparten cursos de belleza.
En general, concluye, “pocas de las estudiantes que trabajan en peluquerías abren sus propios negocios”.
Según cotizaciones realizadas en la distribuidora La casa del peluquero, abrir un local pequeño, con un equipo de lavado, silla y los productos básicos para brindar los servicios estéticos, puede costar hasta $ 3.000. En cambio, para establecer un salón con espacio para más clientes es necesario invertir hasta aproximadamente $ 8.000. Estos valores están sujetos al tipo de implementos que los dueños quieran emplear para los tratamientos.
Actualmente en el Secap hay 28 estudiantes que aprenden a grafilar el cabello (cortarlo en capas), combinar tintes o elaborar cortes de alta peluquería. Ellas recibirán el título de Formación Profesional en Belleza.
Pero esa modalidad de estudio desaparecerá desde octubre, pues en el centro sólo se dictarán cursos de dos semanas.
La venta de CD es una de las actividades más fáciles
Producir un disco pirata y posteriormente venderlo se ha convertido en uno de los “negocios” que más ecuatorianos emplea.
Wilmer Suárez, vendedor de CD piratas en el sector de la Bahía, señala que la falta de empleo en el sector formal lo llevó a “arriesgarse en el negocio”.
Asegura que la gente, con la crisis, prefiere gastarse una pequeña cantidad en un producto de buena calidad, aunque no sea original. “Así obtengo entre 50 y 70 dólares de ganancia a la semana.
Ángel Zambrano, también vendedor de discos en la misma zona, indicó que los días de más venta son los viernes, sábados y domingos. “La gente pide los estrenos y películas de acción. Un buen fin de semana puede dejar una ganancia de más de $ 50”.
La rentabilidad de este negocio, aseguran los vendedores informales, radica en los bajos costos de su producción. “Un CD pirata para la venta al público cuesta entre un dólar y 1,50, dependiendo de la calidad”, señala Suárez, quien asegura que al compra por docenas solo se cancela $ 0,50 por unidad.
Pero no sólo las ganancias llevan a más ciudadanos a esta actividad, sino también su nivel académico.
Manuel Muñoz, 25 años de edad, no terminó la instrucción secundaria y la necesidad de mantener una familia lo llevó a poner un local en la Bahía, donde vende CD piratas.
“Estudié hasta quinto año y me retiré, porque mi madre no tenía para los gastos. Estuve de vago y comencé a salir con una chica, con la que tengo una niña de 5 años. Como no terminé el colegio, no consigo trabajo”.
Recuerda que por un tiempo se dedicó a la construcción, pero no le fue bien. Al final, un familiar de su mujer que trabaja en la Bahía lo ayudó a abrir un local.
Manuel señala que para vender estos productos no se necesita mayor formación, “es cuestión de tener lo que la gente busca”.
La historia de Manuel es similar a la de Wilmer y de Ángel, pues ninguno ha terminado sus estudios secundarios.
Si bien en el Servicio de Rentas Internas (SRI) consta la existencia de 2.816 locales de “piratería formal” en el país, hay más negocios y personas que no están registrados en la institución y que se dedican a esta actividad.
Tino, otro vendedor, quien prefirió guardar el anonimato, es uno de los reproductores de CD a gran escala que no está registrado.
Recuerda que comenzó hace casi 8 años, con una computadora, quemando discos para la familia y amigos.
Hoy un cuarto de su casa está dedicado al “negocio”. Dos servidores, una torre de quemadores con capacidad para 25 CD y cientos de discos ocupan gran parte de la habitación, donde también se puede encontrar varias impresoras, galones de tinta, papel bond y carátulas de las copias.
El producto final lo entrega a varios “clientes” a $ 0,50 centavos.
“Compran por docenas. Alrededor de 20 personas llevan a la semana 100”, asegura.
No obstante, a diferencia de sus demás compañeros, con ese negocio Tino ha podido continuar la carrera de Medicina en la universidad, y ha dado trabajo a tres personas que se dedican a la compra de insumos y elaboración final de los discos compactos reproducidos.
Las tiendas crecen hasta convertirse en mercados
Hace 26 años Nelson Oñate abrió su primer Mini Market Nelson en la urbanización Entre Ríos, ubicada en la vía a Samborondón.
Oñate nació en Ambato y llegó a Guayaquil a los 17 años, invitado por un tío que tenía una tienda de abastos en el centro de la urbe.
“Con mi tío aprendí todo sobre el negocio de despensa y administración de un local; por eso, a los 24 años decidí independizarme”, recuerda este hombre que no culminó el colegio.
Nelson señala que siempre soñó con poner un local en un barrio residencial, ya que, según él, “la vida es más tranquila y no hay tantos asaltos”.
La tienda, aclara el dueño, tiene como propósito “sacar a la gente de un apuro”. Actualmente, en su Super Market se puede encontrar los mismos productos que en un comisariato: frutas, verduras, bebidas, lácteos, comida chatarra, dulces, enlatados, bebidas alcohólicas y productos de limpieza, entre otros.
El empresario está casado y tiene cuatro hijos a quienes, gracias al negocio, les logró pagar sus estudios universitarios en prestigiosas instituciones del país.
“Poco a poco el negocio fue creciendo y pude superarme económicamente. Yo vengo de abajo, yo era pobre y vivía en el suburbio, ahora tengo una casa en Samborondón y pude darles educación a mis hijos”.
Para seguir con lo que inició su padre, los hijos de Nelson abrieron, en el mismo sector, varios negocios que administran por separado.
Ahora los Oñate tienen -aparte del Super Market- una papelería, una tienda de venta de DVD, un restaurante y un local que ofrece piqueos.
El restaurante D’Nelson, que tiene un concepto de bar deportivo, acaba de abrir su segunda sucursal en el centro comercial Piazza Villa Club, en el que se servirá platos típicos.
“Mi familia y yo somos un equipo, trabajamos juntos para salir adelante juntos”.
La despensa, que funciona de 7:00 a 23:00 todos los días, atiende pedidos a domicilio a cualquier urbanización de la vía a Samborondón. Similar es la historia de Manuel Guamán, quien abrió una tienda hace 16 años en el barrio Miraflores. Su idea surgió, dice, para que la gente de sector “no tenga que acudir al supermercado para comprar un aguacate”.
En el local se vende frutas, huevos, colas, galletas, cigarrillos, leche, papel higiénico, chicles, etc, según el dueño, a bajo precio.
Él trabaja de 07:00 a 22:00, de lunes a viernes, y el fin de semana hasta las 21:00.
“Manuelito”, como se conoce a la despensa, según Marcos, uno de los empleados, conoce a todos sus clientes.
“Mi pan” fue otra pequeña tienda ubicada en la entrada de Mapasingue Oeste, que empezó vendiendo exclusivamente pan, pero que ahora es uno de los más grandes locales de la zona.
“Cuando era joven mi papá me aconsejó abrir una tienda, era lo único que sabía hacer, además siempre tendría algo para vender”, señala Jorge Mena, dueño de ese próspero negocio.
El propietario, de 63 años, es divorciado y tiene un hijo al que mandó a Italia a estudiar diseño, gracias a los ahorros de la tienda.
Para sostener su empresa, Jorge, quien vive cerca del negocio, debe trabajar todos los días desde las 06:00 hasta las 22:00.
La preparación de comida demanda más dedicación
Cada día, desde hace 5 años, además de dedicarse a su profesión de ingeniera comercial, Cinthia Caicedo, de 29 años, le da tiempo a las labores que implican tener un negocio propio. Ella, junto a su madre y su abuela, abrieron un restaurante que funciona en la séptima etapa de la ciudadela La Alborada, en el norte de la ciudad.
Según cuenta, siempre tuvieron la intención de montar un establecimiento que les permitiera obtener ganancias adicionales a las de sus trabajos, hasta que surgió la oportunidad. “Una señora tenía un restaurante que funcionaba en ese local. Ella nos vendió casi todo y es así que pudimos comenzar”, sostiene.
En este lustro, en el que ha vendido almuerzos y desayunos a personas que trabajan en empresas cercanas a su restaurante, ha identificado los meses más productivos en la venta de comida. “Los primeros días del año no son buenos; pero luego, cuando comienza el periodo escolar, el negocio empieza a moverse más”.
De acuerdo con su experiencia, cuenta que se trata de una actividad rentable, que sostiene económicamente a dos familias y que, además, es fuente de empleo de una persona más que le asiste en la preparación de los alimentos.
“Tenemos una utilidad promedio de $ 250 mensuales, fuera de los gastos en servicios básicos, pago de empleada, inversión de comida y alquiler del local”.
Además de la venta diaria de tortillas de verde, tostadas, batidos y diferentes platillos que se suman al almuerzo, Cinthia ha incursionado en la preparación de bufetes para cualquier tipo de evento social, al igual que Wendy Rosas, una joven madre de familia de 33 años.
Esta última también es ingeniera comercial y se ha desempeñado en el área administrativa de varias empresas privadas. Sin embargo, desde hace un año y medio decidió dedicarse a su microempresa de preparación de bocaditos, piqueos y “coffeebreaks” para compañías y eventos.
“Antes de renunciar al trabajo ya me dedicaba a hacer bocaditos, pero de forma muy esporádica. Lo hacía como un ingreso extra, pero ahora hago solamente esto”.
A ella tener un negocio de esta naturaleza le permite ser independiente, aunque reconoce que es un poco difícil combinar su reciente maternidad con su trabajo, pues al momento no cuenta con la ayuda de una asistente o de una niñera.
La ingeniera piensa que se trata de un negocio rentable, siempre que una persona se pueda dedicar 100%, ya que requiere movilizarse por varios puntos de la ciudad en la entrega de pedidos.
Ítalo Ruiz, de 31 años, un periodista que labora en un medio de comunicación local, desde hace tres meses, los fines de semana, se dedica a la venta de comidas rápidas en los exteriores de su vivienda, en el bloque 7 de Bastión Popular.
Él cuenta que tuvo la iniciativa de buscar un ingreso adicional al que obtiene mensualmente en su trabajo, porque vio que en su barrio no había un local que venda ese tipo de comidas. “Por acá solo se vende arroz con menestra, pero nosotros ofrecemos ‘hotdogs’, tacos y bandejitas”.
Los viernes, sábados y domingos, desde las 18:00 hasta las 22:30, junto a su esposa y a su suegra trabajan allí.
Aunque califica la actividad como un negocio que sí rinde ganancias, asegura que hasta el momento no ha visto muchas.