Cristian Mora: "Ahora le tengo más miedo y respeto a la muerte"
Cristian Mora acaba de recorrer su plantación de tomates de árbol y aparece por el patio de su casa de campo arrastrando unas grandes botas “siete vidas” negras cubiertas de lodo fresco.
Su look contradice el estilo propio de los futbolistas que están en reposo. En lugar de una pantaloneta o calentador de marcas multinacionales, tiene puesto un pantalón largo tipo camuflaje cuyas bastas guarda dentro de sus botas. Su camiseta no es de esas telas sofisticadas que se utilizan para fabricar ropa deportiva; lleva una prenda gastada de algodón común que el campo se ha encargado de manchar. Y sobre su cabeza utiliza una gorra estilo militar que esconde su corte de pelo a ras. En el campo se siente en paz. Mora está retirado del fútbol.
El “Conde”, de 38 años, decidió radicarse lejos del bullicio y alboroto de la ciudad después de que la vida le dio una segunda oportunidad. Hace dos meses, el exarquero de la selección ecuatoriana, mundialista en Alemania 2006, fue diagnosticado con un tumor en el cerebelo y las posibilidades de vivir eran mínimas.
Los médicos que lo trataron le dieron apenas 2% de probabilidades de vida y le advirtieron que, si vivía, podía quedar sin sensibilidad en alguna parte del cuerpo o con otra secuela grave. Operar era urgente. La muerte acechaba a Mora.
El cerebelo procesa información del cerebro y el sistema nervioso periférico para el equilibrio y el control del movimiento del cuerpo. Actividades como caminar y patear una pelota involucran al cerebelo.
El tumor de Mora empezó a avisar su existencia con dolores de cabeza leves. Retirarse del fútbol no era una opción, por eso había dejado el club South China de Hong Kong luego de tres temporadas y regresó al país para unirse al Cumbayá FC y jugar en la segunda categoría. Pero apenas había realizado cinco entrenamientos cuando empezó a sentir mareos y pérdida del equilibrio.
Mora no les prestó atención y pensó que se trataba solo de cansancio. Los dolores de cabeza se repitieron en los días posteriores, pero lo peor estaba por ocurrir.
Una tarde de abril, mientras jugaba con sus dos hijos en la sala de su casa de campo, ubicada a unos 15 minutos del recinto Las Guardias (provincia de Bolívar), Cristian Mora se desplomó en el piso. Gritaba y se tomaba la cabeza con las dos manos. No soportaba el dolor.
El exjugador se negaba a buscar ayuda médica. Insistía en que no era nada grave y que los dolores de cabeza pasarían con descanso. Pero fue Cristóbal Mora, su padre, quien lo obligó a ir donde un especialista. El mismo día que el dolor lo tumbó al piso, su progenitor lo subió en su carro y lo llevó a Ambato. Cristian estaba jugando con la muerte.
El primer médico que examinó a Mora concluyó que se trataba de una cisticercosis provocada por comer carne de chancho. La cisticercosis es una infección -ocasionada por tenias- que afecta al cerebro, los músculos y que se manifiesta con cefaleas.
Ese doctor le dijo que con una operación rápida podía extraerla para que continúe con su vida normal. Pero ese diagnóstico no convenció a Mora y viajó a Quito en busca de un criterio médico distinto.
Los primeros exámenes confirmaron lo peor: era un tumor y había riesgo de muerte. Había que operar a más tardar en dos semanas y si no lo hacía le daban a lo mucho tres meses de vida porque el nódulo crecía de forma acelerada y los dolores de cabeza eran más fuertes y frecuentes. Cristian sentía que su cráneo se abría en dos.
Jessenia Pazmiño, su esposa, recuerda que los doctores le dijeron que si no se operaba, en el lapso de tres meses iba a perder la memoria. Cristian Mora iba a morir sin saber quién era. El exguardameta le confió su vida al doctor Milton Guacho, un neurocirujano de la clínica Metropolitana. El profesional fue claro con el exfutbolista y su esposa cuando visitaron su consultorio.
Les advirtió que uno de los riesgos de la operación era quedar en estado vegetativo si no despertaba en máximo 78 horas. Dijo que su cerebro podía quedar como el de un recién nacido, por lo que tendría que aprender nuevamente a hablar, caminar y hasta comer.
Pero nada de eso ocurrió. Cristian despertó cinco horas después de la intervención y la operación, que estaba programada para una duración de 14 horas, se resolvió exactamente en 5.
Dos meses después, todo aquello es parte de un mal recuerdo. La tranquilidad del campo se convirtió en un refugio para la familia en su intento de olvidar esos momentos dramáticos. Allí el tiempo transcurre lento y apacible. Mora sigue vivo.
A Cristian no le gusta quedarse quieto. Por eso, esta mañana, como todas las anteriores, quiere seguir recorriendo su finca de 50 hectáreas, donde también cultiva maíz y cría ganado y cerdos. Esta hacienda la compró con los premios que le dejó el Mundial de Alemania.
Mora se dirige a un estanque donde acumula agua que sirve para el riego de las plantaciones. Con sus botas de suela amarilla abre un camino por un potrero inclinado lleno de yerba humedecida por la neblina mañanera. Desde la cumbre se observa el terreno en toda su extensión. Este es su lugar favorito. En este sitio suele pasar horas pensando en cómo aprovechar mejor cada instante de su nueva vida.
Cristian Mora atajó en los cuatro partidos que disputó Ecuador en el Mundial Alemania 2006. Le marcaron 4 goles: 3 los anfitriones y 1 Inglaterra. Foto: Archivo
¿Recuerda el momento exacto cuando despertó después de la cirugía?
Estaba entubado y me costaba respirar. Mi esposa y mi hermana estaban junto a mí, llorando. Los doctores estaba sorprendidos porque había despertado mucho antes de lo previsto. Al principio me trataban como un niño, pero yo les dije que estaba bien. Comprobaron que todo el cuerpo reaccionara a los estímulos y en poco tiempo me dieron el alta. El doctor me dijo que el hecho de ser deportista ayudó a que me recuperara más pronto de lo pensado.
¿En algún momento pensó en la muerte?
Era inevitable no hacerlo. Incluso ahora le tengo más miedo y respeto a la muerte que antes. Lo que me pasó no se lo deseo a nadie. Antes de entrar al quirófano pensaba que era la última vez que veía a mis hijos y a mi familia. Verlos llorar fue desgarrador. Pero había que correr el riesgo y operar porque los dolores de cabeza eran cada vez más fuertes. Cuando estaba entrenando y gritaba me empezaba a doler. Si no hubiera entrado al quirófano quizá ahora no estuviera vivo para contarlo. Es impresionante saber que la vida te puede cambiar en cuestión de segundos.
¿Ese tumor tuvo algún origen relacionado con el fútbol?
No sabemos, pero yo creo que sí. En 2011 tuve un choque con un delantero de Emelec en un partido en el estadio Capwell; estuve algunos minutos en el piso y hay cosas que nunca recordé de ese momento. Y en China tuve también un choque fuerte que me hizo pasar un día en una clínica. Esa vez también quedé inconsciente.
Y ahora se acabó su carrera futbolística de forma imprevista, ¿cómo ha asimilado eso?
Fue una decisión dolorosa, pero necesaria. Tenía dos opciones: operarme y dejar el fútbol o morir. Lógicamente decidí seguir viviendo. Ahora tengo más tiempo para mi familia y el campo, que es lo que más me gusta. Aunque mi intención era jugar hasta los 40 años por lo menos.
El fútbol chino es rentable para cualquier futbolista por los altos sueldos que pagan sus equipos. Pero usted decidió regresar al país después de tres temporadas. ¿Por qué lo hizo?
A finales del año pasado llegó al club un técnico ruso que no quería arquero extranjero en el equipo, así que me tocó salir. Además, queríamos regresar para estar cerca de la familia, pero no quería estar desvinculado del fútbol, por eso acepté la propuesta del Cumbayá FC para buscar el ascenso a la serie B.
Volvimos también porque nos costó adaptarnos al idioma, a la comida y a las costumbres. Vivíamos en Hong Kong, una ciudad de más de siete millones de habitantes en la que incluso es complicado caminar en la calle por la cantidad de gente que hay. Siempre tuve un traductor porque nunca aprendí a hablar mandarín. Además, se come malísimo. Del club no me quejo, nunca habían tenido un arquero extranjero, así que me trataron bien.
Aprovechemos la coyuntura mundialista y trasladémonos a Alemania 2006. ¿Tuvo que ver en el gol de tiro libre de David Beckham en los octavos de final?
Siempre me preguntan lo mismo (sonríe). En mi conciencia tengo claro que no tuve la culpa. Yo vi la pelota al pasar la barrera. Tenía tantos compañeros y rivales ingleses delante mío que nunca pude ver el balón en el momento en que Beckham lo pateó. Él ya había ejecutado dos tiros libres antes del gol que salieron desviados. Pero el tercero no lo pude alcanzar, topé la pelota, pero no llegué, todo ocurrió en cuestión de segundos. Y eso que yo había estudiado su pegada. Había visto videos y mis compañeros trataban de pegarle como él después de los entrenamientos.
¿Qué pasó en el camerino después del partido?
No sabíamos dónde meter la cabeza. Yo lloré a solas en el camerino, cuando entré vi a algunos compañeros llorando también. No queríamos regresar a Ecuador.
Y Suárez, ¿qué les dijo?
Estaba tranquilo, aunque se lo notaba contrariado. Y no era para menos. Pero nos dio ánimo en todo momento. Nunca nos reprochó nada.
¿Qué le dijo David Beckham cuando se le acercó?
Que había hecho una buena estirada y que si daba un pasito más quizá no era gol y la historia del partido habría sido distinta. Es lo que le alcancé a entender. Felicitó a todo el grupo.
¿Cuál era su compañero más cercano de esa selección mundialista?
Paúl Ambrosi. Compartía con él la habitación en las concentraciones de la selección y en Liga de Quito. Nos unía mucho el hecho de ser de la provincia de Bolívar. Él es guarandeño y yo nací en Vinces, pero crecí en San Miguel de Bolívar.
¿Cómo se le ocurrió pintarse las mejillas de amarillo, azul y rojo para el partido contra Inglaterra?
Fue una ocurrencia de mi hija mayor Adahy. Un día antes del partido hablé con ella y me sugirió que lo hiciera.
Usted ha dicho que su mayor referente es Carlos Luis Morales, quien fue su compañero en Espoli. Pero aprendió mucho de Jacinto Espinoza, de quien usted era suplente en Liga de Quito. ¿Qué le enseñó el “Chinto”?
A no soltar el puesto, así esté lesionado. Recuerdo que cuando llegué a Liga él tenía una lesión de rodilla, pero seguía jugando pese a eso.
¿Y usted jugó lesionado alguna vez?
Jugué el Mundial de Alemania lesionado. Tenía una rotura de meniscos. Los cuatro partidos los jugué infiltrado. Dos días después de retornar al país me operé y estuve tres meses alejado de las canchas.
¿Cómo se lesionó?
Fue dos semanas antes de la convocatoria en un entrenamiento de Liga de Quito. Yo salté a interceptar un tiro de esquina y cuando caí se me rompieron los meniscos.
¿Y Luis Fernando Suárez sabía que estaba lesionado?
Fue él mismo quien decidió convocarme, pese a la lesión. Antes de los entrenamientos me vendaba la rodilla y calentaba bien para no sentir dolor. Y antes de cada partido del Mundial me infiltraba. Por eso tapaba con calentador, rodilleras y vendas.
En esa selección el preparador de arqueros era Lorenzo Carrabs, quien no autorizó su contratación en El Nacional después de su paso por Macará en la temporada 2002-2004. ¿Le dijo algo cuando coincidieron en la selección?
Me pidió disculpas y dijo que se había arrepentido de no haberme fichado. Me dijo también que me había elegido para la selección por mi rapidez. Pero antes, cuando estuve a prueba en El Nacional, él no avaló mi contratación porque era muy flaco. Hacía dietas para subir de peso, pero nada funcionaba. Por eso siempre tapé con calentador, para ocultar mi delgadez y evitar raspaduras en las rodillas.
¿Siempre tuvo ese problema?
Siempre, incluso desde mis inicios. Algo similar me ocurrió cuando me fui a probar a Espoli, a veces no tenía para los pasajes de bus y me tocaba caminar, otras iba a entrenar sin comer porque me hacía falta el dinero. Yo estudiaba Ingeniería en Sistemas en Riobamba y dejé la universidad para irme a Quito. Era el quinto arquero, pero tampoco convencí a los entrenadores. Así que un día estaba de regreso a San Miguel para pedirle disculpas a mis papás por haber dejado los estudios y a pedirles que me ayuden a retomarlos.
Venía en un bus interprovincial y en los asientos de adelante iban dos chicos conversando. Ellos iban a probarse al Deportivo Saquisilí y decidí seguirlos. Ellos se bajaron en la carretera Panamericana, en la entrada a Saquisilí y yo me quedé atrás de ellos. Llegamos al complejo donde se realizaban las pruebas y me quedé. Fue el profesor Carlos Calderón quien me dio la oportunidad, pero Carlos Cuvi en Olmedo fue quien me permitió debutar profesionalmente aprovechando una lesión de Jorge Corozo. También le agradezco mucho a Juan Carlos Oblitas por llevarme a Liga, aunque después llegó Edgardo Bauza, con quien no tuve una buena relación. Me quedo con esos dos técnicos. Como jugador, siempre admiré a Carlos Luis Morales; quería ser como él.
¿Por qué tuvo problemas con Bauza? Él aseguraba que usted, a raíz de su regreso al Mundial, se ausentaba por problemas personales y esto coincidió con la separación de su primera esposa...
Mi separación, aunque me afectó mucho emocional, mental y legalmente, no tuvo nada que ver porque yo estaba separado mucho antes de eso. Pero con Bauza no tuve problema, el lío fue con su asistente Daniel Di Leo, quien prefería a Alexander Domínguez, pero eso ya pasó. No quiero hablar más sobre el tema.
Javier Klimowicz dijo que se había cansado de las concentraciones y que eso había acelerado su retiro. ¿Qué lo cansó a usted?
Los insultos y las críticas sin fundamento de los hinchas. (I)
Cristian Mora posa junto a sus padres Cristóbal (izq.) y Elisa Medrano (der.), su hermana y su sobrina, en la casa de sus progenitores, en San Miguel de Bolívar. Foto: José Morán / El Telégrafo