Sur Oscura: un viaje con rock, salsa y “parrillada”
Una película mexicana, esas de bajo presupuesto (que más parece la típica novela de amor, por sus historias románticas tirando a cursis), se divisa en el plasma de un bus lleno de hinchas “toreros”. El reloj marca la 01:00 del miércoles y el móvil emprende su marcha. El destino es Quito.
50 integrantes de la barra Sur Oscura viajan con la firme convicción de que Barcelona vencerá a Liga de Quito por primera vez en Casa Blanca (el partido se jugó el miércoles y quedó 0-0). Sus espíritus rockeros y rebeldes se niegan a seguir viendo ese filme y optan por solo poner música, aquella que enciende sus sentidos y los pone locos: el heavy metal.
“Maestro, saque esa novela, póngase una porno”, lanza uno de los barristas. “Ya simón, aquí cargo un par...”, responde otro..., pero al final las mezclas de un CD pirata de rock pesado es lo que se empieza a escuchar a través de los parlantes del bus. Ya quedó atrás “la zona” (afueras de la Universidad Estatal, junto al Malecón del Salado) y con 20 minutos de recorrido el vehículo transita por “pelucolandia”.
Se apagan las luces del automotor. El aire deja de ser puro... Se enciende la “parrillada” (empiezan a fumar). Un hincha prende su porro de marihuana y varios más lo siguen. De Barcelona solo están las camisetas, chompas y algunos tatuajes de los viajeros. No se topa el tema del “Ídolo” ni del partido que se jugará horas después... sus otros ídolos: el rock y la hierba ya se apoderan del control de la mayoría de los presentes.
Por ahí grita el “Negro”: “prende, prende, pren...”, cuando de pronto es silenciado por la voz aguda de Juan Gallardo (vocalista del grupo español Ángeles del Infierno).
“Sombras en la oscuridad, sombras en la oscuridad, sombras en la oscuridad... Almas endiabladas, seres sin piedad, es la noche de Satán”, es lo que suena. Los “metaleros” cantan a todo pulmón, mientras varios de estos se fuman su “bate”.
“Nos vamos al infierno... nos vamos a morir, maestro, nos vamos a caer al barranco”, grita el “Perro”, quien además se ha pasado lanzando frases como “que viva el rock, viva Satán”.
“Cállate estúpido, no ves que no llegamos ni a Santo Domingo todavía. No hay barranco idiota”, le replica su compañero de asiento. Así pasan los minutos, entre el metal pesado y la droga.
Canciones de Led Zeppelin, Nirvana, Metallica, entre otros, son parte del disco pirata. Smells Like Teen Spirit suena; le sigue The Man Who Sold The World y el ambiente se va tranquilizando.
Los poblados se quedan atrás. El bus para en Pueblo Viejo (Los Ríos) para que los barristas busquen alcohol. “Pilas, busca uno con metanol para morirnos todos, aquí en Pueblo Viejo hay del propio”, dice el “Perro”, en referencia a los fallecidos en el país a causa de la ingesta de bebidas mezcladas con este componente químico.
Hasta llegar a Quevedo, el automotor ha parado varias ocasiones y en ninguna los viajeros han podido conseguir licor.
Nadie duerme. Unos solo pasan concentrados en la música, acompañados de su yerba y otros pasan el rato payaseando... “pilas con la mamá de éste que es zorra en Santo Domingo”, dice el “Perro”, quien grita a cada vez momento: “nos vamos a morir, nos vamos a morir... yupi”.
“Once, once muchachos, pilas que ahí están los pacos”, alerta el “Loco”. Este llamado no fue tomado en cuenta, ya que todos pensaron que era una broma, pero no fue así. A 100 metros del peaje de Santo Domingo había una batida. “Apaga pendejo”, “échale perfume al carro”, “pilas, escondan bien los paquetes”, son las frases que se escuchan, ya con el automotor paralizado.
“Señores, abajo”, ordena un policía y los barristas obedecen. Todos son muy ordenados, se pegan a un lado del bus y levantan las manos. A nadie le encuentran nada, ni un gramo de manzanilla.
Un agente sale del carro con un paquete de marihuana y pregunta irónicamente “de quién es esto”. Por sabido, el uniformado recibe como respuesta un: “de tu madre”... claro, nadie respondió, fue la masa. El vehículo pasa la revisión y el viaje sigue.
El sol ya deja la pereza y aparece entre el páramo. La neblina externa empieza a despejarse, pero la interna del bus continúa, es decir, nunca se apaga.
De pronto se escucha “A mi Dios todo le debo”, de Joe Arroyo. “Bacila con el Joe”, dice el “Negro”. “Estos rockeros falsetas”, replica el “Perro”. Pero la salsa sigue sonando y ahora el viaje es con ambiente tropical, pero con la neblina del humo.
Entre paradas en los pueblos, la batida y la lentitud del conductor, el viaje dura 10 horas. Son las 11:00 y Casa Blanca está a la vuelta... la historia de la espera del partido y del cotejo en sí se merece una página aparte, por eso aquí termina este relato, además el ambiente ya es diferente, ya no hay rock, salsa, ni “parrillada”. (I)