La mejor metáfora de la Argentina de Lionel Messi
La selección albiceleste de “Lio” Messi es la mejor metáfora de Argentina. Una mezcla de talento, desorden, peleas internas, una ciclotimia que bordea la bipolaridad, continuos pedidos de cambios y un estado de rebelión que la lleva del abismo al éxtasis en un minuto.
Y allá, más arriba, como un dios mundano que todo lo observa, el argentino que mejor los representa, con todo lo bueno y lo malo: un Diego Maradona preso de su propio personaje, desaforado y virtualmente “crucificado” en la tribuna, acariciado por un rayo de luz que acrecienta el mito, alentando e insultando con la misma intensidad y hasta llevado del palco a los tumbos, a un paso de caerse, pero siempre resucitando. Como tantas otras veces...
Los argentinos están acostumbrados a navegar en estas aguas turbulentas. El miércoles, tras el pitazo final los fanáticos argentinos se sintieron -al menos hasta el sábado- los nuevos campeones del mundo. Gritaron como pocas veces el gol de Marcos Rojo, a solo tres minutos del final en la sufrida y agónica victoria 2 a 1 ante Nigeria que los llevó a octavos de final. Y ahora se viene Francia.
Milagro, épica, corazón... Atrás quedaron las críticas, el “fin de ciclo” anunciado por todos, el sufrimiento, la crisis, las peleas, los lapidarios cuestionamientos al DT Jorge Sampaoli y los rezos a Francisco, el Papa personal que tienen los argentinos como para aumentar su misticismo. Casi a la altura de su propio “D10S” futbolero nacido en Villa Fiorito y cuyo hijo pródigo, moldeado en Barcelona, resucitó en el tercer partido. Como para que no queden dudas de que en Argentina el fútbol es una religión.
Y Messi alimenta el mito. A la rastra, lejos aún de su mejor versión y confiando su talento a una “cábala”, aferrando su tobillo izquierdo a una cinta roja “contra la envidia” escondida bajo la media que le había regalado un periodista tras errar su penal ante Islandia. “Me ayudó”, dijo el astro tras el partido.
Tal vez la mejor imagen de esta metáfora nacional sea la de un desbordado Sampaoli cuando, a 15 minutos de un final anticipado de una era dorada pero sin títulos, le pregunta a Messi: ¿Pongo al Kun?”. El astro asiente y Sergio Agüero salta al campo para intentar destrabar el resultado. ¿Quién dirige al equipo? ¿Sampaoli, Messi, Javier Mascherano, todos?
Y el “Jefecito”, ese caudillo que ya no corre ni es preciso como antes y que se fue del Barcelona a la débil liga china para jugar, es hoy el mayor símbolo de este equipo: decadente, pero con pura garra y corazón, que mete, raspa, va al combate herido y con sangre en su rostro, pero comete torpezas como en el penal a Nigeria.
Hoy Argentina lamió sus heridas. Ahora empieza un nuevo Mundial. Y en este torneo que recomienza para la Albiceleste este sábado ante Francia todo puede pasar. ¿Quién se anima hoy a darla por muerta cuando tiene a un Messi que por fin regaló su talento en la cancha después de 180 minutos de ausencia? Su golazo -esa sutil manera de “matar” la pelota con el muslo, un leve toque con el pie y una definición a “lo Barcelona” para el 1 a 0 ante los nigerianos- es una invitación a soñar. Y los sueños son muy difíciles de rechazar.
Si algo es seguro es que los argentinos no pasarán desapercibidos en este Mundial. Si no es por Messi, será por el show personal de Maradona. Y si todo eso no alcanza, el espectáculo saltará a las tribunas. Unos 30.000 fanáticos le pusieron color a un estadio vestido para las mejores tardes de la Bombonera. Pero a miles de kilómetros de distancia. Pura pasión y adrenalina más allá de realidades futbolísticas.
Messi, sus partenaires, Maradona y los fanáticos tienen una nueva oportunidad. Habrá que ver ahora cómo y quién formará el equipo, si seguirán los “históricos” que sacaron pasaje a octavos ante Nigeria o volverán los “nuevos”, como Cristian Pavón, que pide pista a los gritos en lugar de un descolorido Ángel Di María. Por lo demás, ¿quién se anima a decirles a los argentinos que no tienen derecho a la ilusión? (I)