Su infancia fue un desafío permanente
Felipao, el destructor, ídolo del Espanyol
Si hay algo verdaderamente difícil en la vida es conseguir el cariño unánime del mundo. En realidad, suele resultar imposible. Y sobre todo en un deporte como el fútbol que provoca unos sentimientos tan enconados y unos prejuicios tan arraigados. Pero hay pequeñas excepciones, especies anómalas difíciles de encontrar.
Una de ellas podría ser Felipe Caicedo, el guayaquileño genial al que en Barcelona imaginan alzando la bandera del Espanyol en lo más alto del Camp Nou y La Masía, los 2 corazones de su vecino blaugrana, tras salir victorioso en una batalla más cruenta que la de Iwo Jima. Por algo le llaman ‘Felipao, el destructor’. Como futbolista, es uno de esos talentos maravillosos que lo hacen todo, incluyendo lo más difícil en el fútbol que es golear, con una naturalidad desconcertante. Hasta los culés más acérrimos, acostumbrados a eclipsar el más mínimo brillo españolista con la luz cegadora de sus mil estrellas, reconocen que Caicedo les da miedo.
Verle en el Power8 Stadium de Cornellá-El Prat, el estadio en el que juega su actual equipo, resulta particularmente atractivo. Y es que ‘Felipao’ es algo así como la contradicción necesaria que una afición pequeña como la ‘perica’ debe tener para sentirse grande. Dentro de esa cadena de montaje artesanal que es el R.C.D. Espanyol de Barcelona, donde el dinero no abunda y se cuida a los jóvenes valores de la cantera como pepitas de oro, él es la imaginación y la libertad. “Tiene la potencia de un bisonte y corre como una gacela”, escribieron de él tras anunciar que abandonaba el Levante, su primer club en España, para embarcarse en una aventura rusa que no terminó de cuajar. “Demasiado frío”, recuerda el goleador ecuatoriano. Y también exaltan su entrega a unos colores, los blanquiazules españolistas, siempre oscurecidos por las llamaradas blaugranas.
Y tanto halago puede terminar confundiendo a cualquiera aunque no parece ser el caso del destructor ecuatoriano. Y eso que vive en una ciudad plagada de divos del balón cuyas apariciones públicas hacen parecer discreto al mismísimo Justin Bieber. Todo lo contrario. Felipe Caicedo es un ejemplo de humildad para la mayoría de sus compañeros. Vive con su novia, la española María García a la que conoció en 2010 durante su etapa en el Levante, en una vivienda cercana al estadio olímpico de Montjuic, una zona residencial de clase media-alta barcelonesa muy alejada de las mansiones de lujo junto al mar que jugadores del Barça como Neymar o Messi exigen para aislarse del mundo.
“Es muy sencillo y detallista. Siempre atento con María, con quien sale por la ciudad a pasear y a cenar en lugares tranquilos”, comenta a EL TELÉGRAFO un miembro del R.C.D. Espanyol. Pese a ser el ídolo indiscutible de la afición del Espanyol nunca esquiva a los seguidores que le reclaman, ni cuando sufre una aparatosa derrota. “Me motiva que la ilusión de la gente y del grupo se apoye en mí”, aseguró durante una de las escasas entrevistas personales que concede a los medios de comunicación. De hecho, hay algo puro en su mirada que remite de inmediato a sus raíces.
Un aficionado españolista reconocía que solo con escucharle uno percibe cómo fue su niñez en el corazón del Guasmo, en la humilde casa de sus padres junto a sus 5 hermanas. Contó una vez ‘Felipao’ que pese a la dureza del entorno “vi cómo asesinaban a tiros a un vecino” aprendió a valorar la formación cultural tanto como el fútbol. “Mi madre quería que estudiara y lo hice en Suiza cuando jugué en el Basilea. Soy bachiller en informática”. Pero a veces le invaden viejos fantasmas y se pregunta qué sería de él si no hubiera sido futbolista. Prefiere ahuyentar las pesadillas y centrarse en una realidad que le congratula con su país, en ayudar en proyectos de desarrollo social en comunidades que lo necesitan.
Cuando la semana pasada vio el ‘meme’ que el presidente Rafael Correa puso en su cuenta oficial de Twitter en el cual se ve al goleador españolista ataviado con la banda presidencial y el mensaje de “Ya tenemos presidente. Tenemos a Felipao”, fue el propio Caicedo quien propició la réplica, también en clave de humor, del Espanyol: “¡Estamos de acuerdo, Presidente! ¡Pero por favor, déjelo con nosotros hasta marzo, cuando ustedes vuelvan a jugar”.
Para la comunidad ecuatoriana de Barcelona es del hijo del pueblo. Cada domingo se lo recuerdan al saltar al campo de Cornellá-El Prat que Felipao devuelve al concluir el partido. Hay que ver el rédito que saca el Espanyol con Caicedo para acercar los lazos con los migrantes, incluso con participación activa en ferias latinoamericanas. “No sé por qué me llaman así. He oído que viene de ser hijo de un barrio muy modesto de Guayaquil y de que he hecho muchas ayudas sociales.”, indica para restarse importancia.
Su infancia fue un desafío permanente y solo así se explica que cada jugada sea ahora un desafío absoluto para Felipe Caicedo. “El único problema irresoluble que tengo es mi distracción”, explicó una vez tras llegar tarde a un entrenamiento con el Levante. No exageraba, sin duda, pero todo el mundo entendió lo que quería decir. Sencillamente, estaba explicando el origen de sus incorregibles evanescencias puntuales a lo largo de un partido de fútbol, sus viajes siderales a una galaxia ajena a la realidad. En una ocasión se quedó tirado en la autopista de Valencia después de un entrenamiento porque se le olvidó echar gasolina al coche.
Otro día, se pasó de largo la Ciudad Deportiva del Levante y tardó un buen rato en darse de cuenta.
“Le encanta vestir con los pantalones muy caídos, tanto que una vez se puso unos tan bajos que dejaba a la vista todo el culo”, recuerda entre risas el brasileño Welington de Oliveira, excompañero y buen amigo de Caicedo desde que ambos coincidieron en el Málaga CF. “Soy muy tranquilo y a veces me suceden esas cosas”, se justifica el ‘killer’ ecuatoriano, sabedor de que cuando husmea el gol no hay confusiones en su cabeza. En el Levante mantiene vigente un récord que aún perdura: 13 goles en una temporada. Y no solo eso. Aquel año memorable en su carrera, Caicedo se convirtió en el futbolista más efectivo, con un gol cada 3 tiros al arco, muy por encima de megaestrellas como Cristiano Ronaldo, que necesitó 7 disparos para hacer una diana y de Messi, un gol cada 5 remates. “Fue una barbaridad para un chico de 23 años. De la nada sacaba un gol”, rememora Estanislao Asensi, quien entonces era el preparador físico del equipo.
Felipe Caicedo también se está ganando la posteridad en la historia del Espanyol, que acaba de renovar su contrato hasta 2019. Porque hay triunfos en el fútbol que no se consuman con goles y victorias. Tienen que ver más con la capacidad de arrastrar a las masas, con crear la maravillosa expectación que solo provocan los genios cuando reciben el balón, con el asombro que provocan sus cabezazos y con su dominio de toda la geometría que rodea al arquero rival, ese espacio decisivo del fútbol que, si ha adquirido ese nombre, es porque existen futbolistas como Felipe Caicedo, el destructor. (I)