Lectura y traqueteo
Natalia sabe que en un trolebús existe algo más valioso que el oro: un pedazo de tubo al que asirse. Ella ya lo ha conseguido, aunque se trata solo del primer paso. Ahora debe extraer de su mochila un aparato interdimensional y ponerlo en funcionamiento. Espera que la marcha del vehículo se regule y con la habilidad de una equilibrista toma un pequeño bloque de papel repleto de palabras e imágenes. Lo abre y da con el separador de página, pero alto… antes debe aferrarse al tubo para no correr ningún peligro. A diferencia de los astronautas que se colocan 1, 2 y hasta 3 cinturones de seguridad, ella viaja confiada en la fuerza de su antebrazo y muñeca, que la sostienen frente a la arremetida de la multitud y la velocidad. Comienza a leer. La ciudad desaparece. El recuerdo de los personajes y las situaciones invaden sus neuronas. Una vez se yergue la historia inconclusa en su mente reaparece el bullicio. Sin levantar la mirada, Natalia lee 2 libros a la vez. El primero, El océano al final del camino, de Neil Gaiman, avanza en sentido lineal, letra a letra, párrafo a párrafo. El segundo es la ciudad misma y resulta impredecible. Cada nuevo bache se vuelve un punto seguido, cada frenazo un giro imprevisto. Ella lee y, a la vez, es leída.
Natalia es una bisagra en el espacio-tiempo que abre y cierra los portales. Es como el gato de Alicia, que desaparece y aparece. Existe en el corazón de ambas tramas. Sin buscarlo, ha construido el milagro de una doble textualidad, que puede ser triple, cuando interrumpe su lectura para buscar un punto de referencia a través de la ventana. Ocurre entonces que elementos del exterior se filtran a través de ella en la historia: una publicidad, un rostro, el traqueteo de la unidad, todo se vuelve parte de un texto sin final.
Quito es un hormiguero en huelga durante las mañanas decembrinas. No existe carril exclusivo que valga. Una cadena de trolebuses se ordena en fila india. La parálisis dura 2 o 3 minutos pero parecen 30. El sol golpea los rostros. Algunos pasajeros parecen orar, otros miran el reloj, la mayoría escribe frenéticamente desde el celular, alguien canta su preocupación, otro mantiene los ojos cerrados y sus párpados tiemblan. Para Natalia la situación solo significa una cosa. En su trayecto diario entre la parada Turubamba, al sur, y la parada la “Y”, al norte, lee unas 40 páginas durante unos 50 minutos de viaje. Hoy romperá esa marca. La lectura gana la partida.
Borges en tranvía
Una lectora, un bus, una ciudad, solo puede remitirnos a Jorge Luis Borges. En la década del treinta, el escritor tomaba el tranvía 27 todos los días para atravesar Buenos Aires y llegar a su lugar de trabajo en la biblioteca Miguel Cané, en Boedo. El trayecto era largo, lo suficiente, como para que fuera leyendo a sus anchas. Así terminó los 3 volúmenes de la Divina Comedia, de Dante, en la traducción de Carlyle, libros que además tienen el mérito de ser muy cómodos para llevar a la mano, un requisito indispensable.
Como dice el escritor Ricardo Piglia, la lectura en viajes es un clásico tema de análisis y discusión de la literatura, pone como ejemplo Continuidad de los parques, de Cortázar, en la que se plantea este juego de la doble textualidad, en el cuento el lector es leído y las situaciones lo trascienden y lo incluyen, realmente solo Cortázar pudo haber creado tal prodigio en menos de 2 páginas.
Oliverio Girondo es otra parada en el camino. Publicó en 1922, su obra 20 poemas para ser leídos en el tranvía. A través de poemas cortos, se describen situaciones que se desarrollan en ciudades como Río de Janeiro, Sevilla, Buenos Aires, La Plata y París. El escritor Macedonio Fernández, dice Piglia, escribe para ese lector distraído, que atraviesa las ciudades leyendo y a la vez escribiendo nuevas historias durante sus rutas en algún transporte público. Ya en el siglo XVII, el escritor Laurence Sterne, se quejaba del movimiento de la carroza (el traqueteo) que le impedía disfrutar de la lectura. El autor de Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy vivió 55 años, muchos de ellos viajando por toda Europa, por lo que este problema debe haberle fastidiado mucho. No se conoce a ciencia cierta, pero podría haber padecido de mareo por movimiento, un mal que afecta a casi el 30% de la humanidad, aunque para algunos especialistas el tema es superable con práctica, es decir con lectura. El librero Edgar Freire afirma que si se es lector, no importa el lugar, igual se aprovechará el tiempo para leer.
En el libro Literatura en Movimiento, de Sergio Ette, (2009) se hace una mirada histórica y contemporánea de este tema. Se habla acerca de cómo Humboldt y Darwin, se las arreglaban para desarrollar sus investigaciones en las cubiertas de barcos o sobre rocas volcánicas. En otra parte del libro se menciona la evolución de estos procesos: “Los taxis que actualmente tienen acceso a Internet prueban que no hemos alcanzado el final entre las relaciones entre la literatura de viajes y los viajes de la literatura. Las ventanillas de los coches han sido sustituidas por pantallas que conectan por hipertextos, la superposición dinámica de los movimientos”.
Ruedas y descargas
El año pasado, la literatura de Zaragoza, España, puso a disposición de los usuarios de Tranvía y bus libros para descargas gratuitas. En menos de un año se contabilidad más de 8 mil. En Sao Paulo (Brasil), las máquinas dispensadoras ofertan libros en las estaciones del Metro. En Medellín, los usuarios de transporte público encuentran libros en las unidades, que pueden leer y luego regalar a quien deseen. Este año para la Feria del Libro de la Paz, Bolivia trasladó a los escritores invitados al recinto ferial en modernas unidades del sistema integrado de transporte, obviamente fueron leyendo. En Ecuador tenemos poco que contar. Corrijo: está la Bibliorecreo, al sur de Quito. Se trata del antiguo bus-biblioteca de la Casa de la Cultura. El vehículo ha sido remozado y ampliado y aunque ya no recorre las calles, presta libros a domicilio sin tanto trámite. La oferta está a la altura. Cuenta además con un área infantil y juvenil. Al menos 5 mil socios ya son parte de esta iniciativa. Ellos saben que, aquí o allá, la lectura no produce mareo.
Tips:
La tecnología puede completar una agradable experiencia lectora. La aplicación gratuita goodreads es de fácil descarga y uso.
Entre otros beneficios, está que se puede escanear la página en la que se dejó la lectura al dejar una unidad de transporte. Además hace un conteo de los libros que estás leyendo, a manera de registro.
Cuentos breves para leer en el bus es el título de una obra que nos propone aprovechar el viaje en bus para reencontrarnos con la emoción de un relato.