No, siempre estuvieron ahí. Lástima que sólo es noticia lo que genera espanto o miedo en México. Y también porque el grupo insurgente ha consolidado una fuerza política en un territorio mexicano que parece no importar a nadie.
Han pasado casi dos décadas desde que surgió el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN). Su aparecimiento sacudió a México y restauró en el mundo la idea de que la guerrilla, al estilo guevarista, no había muerto. Y lo hizo cuando en ese país, el presidente de entonces, Carlos Salinas de Gortari, consolidaba su propuesta fundamental: firmar un Tratado de Libre Comercio con EE.UU.
No fue necesariamente la respuesta a esa decisión la que motivó el aparecimiento de la guerrilla zapatista. En realidad revelaba a esos dos Méxicos que las élites empresariales han querido siempre ocultar: la de un sector próspero, que muestra su mejor cara en el Distrito Federal, la capital mexicana, y en Monterrey el estado más industrial y rico; del otro lado estaba el sur, las zonas campesinas y postergadas de siempre en ese país. Por eso el EZLN se asienta, hasta ahora en Chiapas, donde se ha consolidado como una fuerza política, a pesar del ocultamiento mediático a su existencia.
Con influencia sobre dos terceras partes del territorio chiapaneco, el grupo insurgente, integrado por indígenas de diversas etnias, está al frente de unos 40 municipios declarados autónomos y regidos por cinco Juntas de Buen Gobierno.
Hoy es noticia, adquiere relevancia y presencia en los medios porque los zapatistas han declarado, tras iniciar la nueva era maya (deformada por un occidentalismo degradante como el “fin del mundo”, que solo sirvió para que el mercado hiciera más plata de la debida en estas épocas) que inician manifestaciones pacíficas y rebeldes para continuar su lucha y, por lo que se observa, ratificar sus principios y objetivos políticos estratégicos.
Tal como informan varios medios: “La demostración de fuerza zapatista, la primera en el Gobierno del nuevo presidente Enrique Peña Nieto, reunió a unos 40.000 miembros del movimiento que se alzó en armas hace 19 años para exigir justicia para los grupos marginados, principalmente los indígenas. Hombres, mujeres y niños con los rostros cubiertos con pasamontañas, con números en la frente para identificar los contingentes, se movilizaron en Las Margaritas, Altamirano, Palenque, Ocosingo y San Cristóbal de Las Casas, en el sudoriental estado de Chiapas”.
Ese mismo día, el 21 de diciembre, el subcomandante Marcos envió un escueto mensaje que en resumen decía: “¿Escucharon? Es el sonido de su mundo derrumbándose, es el del nuestro resurgiendo”. El texto de Marcos, identificado por los servicios de seguridad mexicanos como Rafael Sebastián Guillén Vicente, es contundente y prueba el sentido simbólico de la marcha (nadie hizo un discurso, los marchantes subían a una tarima, levantaban su puño y se retiraban) y también un mensaje claro al gobierno del PRI al que los zapatistas han declarado la “guerra” pacífica.
Esta nueva era para los mayas no puede quedar en el floclorismo con el que muchos turistas llegaron a las tierras mexicanas. También debe obligar a pensar en qué situación se encuentran centenares de miles de campesinos e indígenas que no son noticia ni trascienden en los debates políticos de ese país. El EZLN devolvió el tema a los medios.