Por más esfuerzos que hagamos desde cada casa, persona o país del mal llamado Tercer Mundo, el cambio climático no depende solo de nosotros. Al contrario -resulta paradójico-, en este Tercer Mundo se sostiene la naturaleza del planeta; es desde acá que ahora se alimenta de oxígeno el globo terráqueo. Y será acá donde se acumulen las grandes fuentes de agua dulce que -ya sabemos- algún día serán motivo de otra guerra mundial (claro, porque ahora es por el petróleo de Siria o las vías para trasladar ese combustible fósil hacia el llamado Primer Mundo).
Las emisiones letales -aquellas que nacen y proliferan desde los grandes centros industriales- no se quedan en los territorios de las naciones poderosas. Y al contrario, si no fuese por el oxígeno generado por nuestras tierras, árboles y humedales, hace mucho tiempo habríamos enterrado al planeta en una fosa de hollín y cenizas.
La Cumbre COP21, que se desarrollará en París, desde este lunes, no advierte esperanza alguna para la humanidad. Al contrario, las grandes potencias (responsables de la debacle ecológica que ya vivimos) se resisten a un cambio radical de sus prácticas y consumos, de sus normativas y de las regulaciones que organismos mundiales han exigido, entre ellos el Acuerdo o Protocolo de Kioto, ya suscrito por decenas de países desde 1997. ¿Sabemos cuántas de esas naciones superpoderosas han ratificado ya ese protocolo? ¿Por qué la principal potencia militar y económica se niega a hacerlo?
Pero también es cierto que el principal motor para frenar el cambio climático también está en los ciudadanos, en las familias, en las comunidades nativas y en los poblados semirrurales. Si esperamos solo un acuerdo de las grandes potencias, quizá debamos tener una enorme paciencia mientras consumimos todos los tóxicos que circulan en el ambiente. Por suerte hay una fuerte corriente para que cada ciudadano ejerza una militancia ambientalista para no contaminar, para evitar con sus nuevas rutinas y consumos la proliferación de emisiones dañinas para la naturaleza. El uso indiscriminado del vehículo para tareas que bien se pueden hacer a pie o en bicicleta; la atención cívica a la conducta de ciertas empresas, a modo de veeduría ciudadana, también podría significar un nuevo comportamiento para mejorar la calidad de vida del entorno cercano. Hay múltiples iniciativas y todas ellas no han tenido el respaldo mediático suficiente para cambiar un patrón de comportamiento para dejar de lado esos modelos de consumo o de estilo de vida basados en la lógica del mercado hiperconsumista, de un estatus económico sustentado en el derroche y en el plástico o en la cultura del descarte, como dice el papa Francisco.
Los líderes mundiales harán su parte en París y veremos hasta dónde conciben a la naturaleza como un hábitat colectivo y no como un centro comercial. Pero también debemos cambiar nuestra conducta de consumidores, por ahora voraces seres que lo queremos todo en ese instante sin pensar en las futuras generaciones, y mucho menos en millones de especies animales y vegetales que seguramente sobrevivirán a la especie humana. (O)