Y si el patrimonio fuese acallado para siempre…
¿Por qué el ser humano, en algún momento, se atreve a crear algo? ¿Para qué construye, edifica, esculpe, pinta, escribe, cocina, inventa? Una respuesta posible quizá sea: para vencer a la muerte. Y también para permanecer en la memoria de las generaciones futuras. Pero es posible otra: para dejar una huella de que estuvimos vivos.
Construimos ciudades, elevamos monumentos, imaginamos y convertimos las ideas en figuras tangibles que luego declaramos patrimoniales, para establecer una continuidad en el tiempo. Y luego, permitimos que el olvido apiñe en un rincón las maravillas creadas, como si la memoria tuviese que renovarse y las muestras antiguas no merecieran sino un reconocimiento momentáneo, efímero.
Es una tarea difícil seguir el rastro de esculturas, pinturas, arte, en general, en nuestro país, pero también es cierto que la recuperación y el mantenimiento de esas obras es insuficiente. Más aún, es visible cómo algunas esculturas y monumentos han desaparecido de las calles, obra de la delincuencia y el deterioro que producen el tiempo y el abandono.
Las ciudades que una vez se levantaron con una intención estética, con una propuesta, mutan. Sus piezas parecen evaporarse, hasta que algún habitante se pregunte, mirando a su alrededor, si esa es la misma ciudad en la que nació...
El tiempo nos marca la memoria y los deseos de imaginar los futuros. Y en las ciudades quedan sus huellas, en lo que dejamos de mirar y también en lo que fijamos en nuestras sensaciones. Por eso las ciudades, ahora, son la marca y nuestra referencia de todas nuestras memorias.
Hoy es el Día de los Difuntos, el día en que los vivos rendimos especial homenaje a quienes se han ido. Y quizá, más allá de las palabras afectuosas, las anécdotas y los tributos culinarios, el mejor homenaje al pasado, a los idos, sea recuperar su obra, o las que se erigieron en su nombre, para perpetuar las calles que ellos transitaron, que son las mismas por las que caminamos hoy y que, con suerte, serán las que recorrerán nuestros hijos.
La muerte, como parte esencial de la vida, nos convoca en este día a pensar en nuestro más acá, de modo que dejemos la huella necesaria para heredar un futuro pleno y satisfactorio para todos los vivos que vendrán.