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El Telégrafo

Editorial

Rolf Blomberg: el descubridor del mundo

Rolf Blomberg: el descubridor del mundo
01 de septiembre de 2014 - 00:00

Rolf Blomberg llegó al Ecuador por primera vez en 1934. Guayaquil fue la escala  inicial hacia su destino: las islas Galápagos. Había oído de ese extraño lugar paradisíaco en alguna conferencia de un explorador noruego. Desde chico sentía que Suecia le quedaría pequeña. La urgencia por explorar y descubrir nuevos horizontes y los seres que los habitan se manifestó en él desde que era un niño.  En su infancia sentía una atracción especial por los animales y la naturaleza: recolectaba insectos y plantas que atesoraba en frascos y jaulas, curioso por entender cómo funciona la vida. Su primer viaje importante lo hizo cuando tenía 14 años, cuando junto a su madre y su hermano recorrió el Mediterráneo. A los 17 pudo conocer el círculo polar en calidad de grumete. Mientras su padre le obligaba a tomar cursos de contabilidad o mecanografía, el joven Blomberg se dedicó a aprender sobre taxidermia en el Museo de Ciencias Naturales de su ciudad natal.

Su viaje a las Galápagos marcaría para siempre su destino: se encontró con un mundo totalmente diferente, donde los humanos y los animales tenían una relación cercana, íntima y donde la civilización occidental (así como él la había vivido en Suecia) aún no se imponía. Volvería una y otra vez, hasta establecerse definitivamente en Quito, el puerto al que siempre regresaría tras recorrer el mundo. En una época marcada por la teorización de la problemática indígena desde el sufrimiento y la opresión, Blomberg se aproximaba a las comunidades nativas —armado únicamente con su cámara y su capacidad de asombro y empatía—  desde un ángulo distinto. Despojado de prejuicios, compartió por igual con los dayak de Borneo, los indios shuar, los tsáchilas y los waoranis de Ecuador y los yaminahuas de Perú. Podía adaptarse con extrema facilidad: tomar chicha en una comunidad amazónica y días después brindar con champán en el Explorers Club de Nueva York, como le gusta recordar a su hija Marcela. Blomberg fue un ciudadano del mundo. Su motivación principal fue hacer visibles las maravillas que se escondían en los rincones más remotos del planeta. El Archivo Blomberg que contiene su legado es un tesoro que nos corresponde resguardar a todos, ya que presenta una visión del mundo única e irrepetible.

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