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El Telégrafo

‘¿Qué carajos tiene enero con los poetas mexicanos?’

‘¿Qué carajos tiene enero con los poetas mexicanos?’
03 de febrero de 2014 - 00:00

En una nota de la web se leía una pregunta cargada de rabia y tristeza: “¿Qué carajos tiene enero con los poetas?”, refiriéndose a la muerte casi simultánea de 3 escritores mexicanos y 1 argentino, pero radicado hace algún tiempo en México: Juan Gelman, José Emilio Pacheco, Marco Fonz y Sergio Loo.

Los 2 primeros compartían varias cosas: eran vecinos, contemporáneos de edad, habían ganado el Premio Cervantes, pero sobre todo, su obra los había consagrado como 2 de los máximos exponentes de la literatura hispanohablante. En la edición anterior de este suplemento, a manera de homenaje, el poeta quiteño Xavier Oquendo Troncoso decía que la preocupación que Gelman tiene por el lenguaje sostiene su dolor. “Vuelve arte a su alarido de años, vuelve canto de pájaros a su torpedo de sangre, de muerte, de desolación, a esa cárcel a la que conduce el recuerdo”. Mientras que en esta nueva entrega del suplemento, el poeta guayaquileño Luis Carlos Mussó dice que Pacheco “dejó ver siempre su espíritu combativo, como en la huelga de hambre que sostuvo con otros intelectuales como Pitol en 1960 en protesta contra la represión ordenada por el gobierno, o en sus poemas sobre la matanza de Tlatelolco (1968)”. Es así como ambos comparten un modo de aproximación a la tradición literaria, concretamente la poética, y una sensibilidad a los fenómenos sociales, que siempre serán personales, y, además, van cerrando el ciclo de una generación atravesada por la historia, la memoria y la cotidianidad.

Y así como la noticia de la muerte de estos 2 grandes de la palabra estremeció a todos, también lo hizo el deceso de 2 poetas que aún estaban forjando un prometedor camino. Marco Fonz había estado en Ecuador en la Feria del Libro realizada en 2012 y, en ese momento, decidió radicarse por un año en nuestro país. Cuando estuvo aquí junto a su pareja, desarrolló varios talleres de escritura y se convirtió en un excepcional colaborador de nuestro suplemento en el área de la crítica literaria. Sus discusiones y planteamientos aún retumban en nuestra oficina. Por su parte, Sergio Loo, quien murió cuando tenía 32 años, deja una obra inacabada pero memorable, como es la característica de quienes hacen un gran trabajo en esta empresa que es la vida.

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