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El Telégrafo

Porque el acto de crear es puramente humano...

Porque el acto de crear es puramente humano...
22 de junio de 2015 - 00:00

Entre nuestras cualidades humanas hay una que descuella, casi como una obsesión, un acto que a veces parece absurdo para quienes creen en un mundo más utilitario. El acto de la creación —de la creación artística, sobre todo—, implica un deseo de modificar el entorno, de cambiarlo, de embellecerlo, un deseo que no todos sienten y que, mucho menos, todos pueden llevar a cabo.

Crear es un acto que va más allá de la voluntad y que implica la utilización de varias capacidades (intelectuales, físicas, emocionales). La creación, entonces, más que una cuestión ‘divina’, es una capacidad puramente humana, y no solo de desarrollo personal, sino que la creación también implica generar otros contenidos, como pertenencia, patrimonio, identidad. La creación, al fin, trasciende la categoría de lo individual y deviene en un bien colectivo, que no pertenece solamente a la esfera de lo privado, sino que se muestra desde sus varios ángulos, está sometida a la interpretación y es aprehendida por un grupo humano.

Pero cuando la obra se socializa, se inicia otro camino para el artista, uno peligroso, en el cual debe lidiar con lo que el resto dice de él. Una vez creada, la obra ya no le pertenece, y esta, constructo social, habla por su autor, habla de él, lo desnuda, si puede decirse, y este debe enfrentarse, entonces, a la crítica y, más peligrosa aun, a la fama. En un momento, la creación artística, que nació como una necesidad de decir algo, de modificar el mundo, se transforma solamente en el acto banalizado de alguien que ha conseguido fama y que no puede dejarla, después de probados los primeros beneficios de esta.

En medio de una sociedad inundada de contenidos de todo tipo, incluso artísticos, algunas obras dan la impresión de estar vacías, de que detrás de estas no hubo alguien con una real necesidad de decir algo, sino la pericia —en algunos casos, solamente— suficiente para realizar algo que puede pasar por bello, por estético, por útil, pero que en realidad carece de alma, del sustento artístico real detrás de la obra de arte.

Quizá esto es un síntoma más de la banalización, en general, de todos las áreas en que pueda generarse diálogo o debate: se ha banalizado el arte, la cultura, la política, y quedan pocos nichos donde se generen contenidos dignos de desarrollar pensamiento posterior, de armar una discusión y de generar una reflexión al respecto. ¿Para qué generar pensamiento sobre una obra si basta con que esta deleite?

Más allá de la estética, el arte tuvo la cualidad de trasgredir y trastocar conceptos en cada época, y esa característica, hoy más que nunca, debe mantenerse, en un tiempo en que toda actividad humana, más que a la reflexión, apunta al goce momentáneo.

Crear es humano, pero la capacidad de envanecernos y banalizar nuestras propias obras también.

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