Poeta, artista plástico, físico, matemático, estudioso de la cultura popular, ecologista, Nicanor Parra marcó un antes y un después en la manera de entender el arte, en la forma en cómo leemos poesía y buceamos en el lenguaje, el mismo que usamos todos los días y que se había convertido en un rehén de los poetas cultos.

Parra le devolvió la corporeidad al lenguaje, lo acercó al mundo, lo criticó desde dentro y nos lo presentó desnudo y maravilloso, como recién nacido del pensamiento.

Siempre ha sido un bromista, un artífice de la chanza ingeniosa y de la poesía libre, de esa que debe ser leída con alegría y con la mente abierta a las nuevas vueltas que nos ofrezca el lenguaje como vehículo para descubrir el mundo, como los niños que recién abren los ojos y miran con asombro a su alrededor.

Así, con una propuesta pícara e inocente a la vez, este niño de 100 años nos ha regalado poesía en todos los niveles, palabras puras, objetos cotidianos que se transforman en artefactos mágicos gracias a su ingenio y humor, cualidades que mantiene intactas aún hoy que vive tranquilamente en Las Cruces, un pueblito costero de Chile. Hoy en día ya no concede entrevistas, pero sí recibe visitas, todo depende de su estado de ánimo.

Sale poco. Él mismo conduce su Volkswagen color plata, del año 60. Conversa con la gente, con su eterna sencillez, a pesar de todos los reconocimientos y premios recibidos. Él nunca ha creído en ciertos honores, pues "los premios son para los espíritus libres y para los amigos del jurado", como lo dijo en su discurso al recibir el Premio Cervantes, leído por su nieto.

Paradójicamente, al autor que no se cree merecedor de los premios ni de los honores, este mes lo han celebrado en todas partes del mundo, con notas sobre su trayectoria, su familia, su obra, sus célebres dichos, sus imágenes. No podemos dejar de felicitarlo con este número especial.

Y es que estamos felices, don Nicanor, de que aún esté con nosotros.