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El Telégrafo

Libertad, derechos: palabras de sentidos confusos

Libertad, derechos: palabras de sentidos confusos
26 de enero de 2015 - 00:00

Después de tantos años de conflictos, hambrunas, enfermedades, Occidente parecía situarse en una especie de madurez, o por lo menos existía una ilusión de aquello.

Y sin embargo, en voz baja, aún meditamos y masticamos los significados de las palabras que sostienen nuestras nacionalidades, los pilares de nuestras ultra civilizadas sociedades. Sociedades de derecho.

Derechos: humanos, de los pueblos, sociales, políticos, civiles... Derechos que se proclaman, se escriben y, a veces, se respetan. Surge la pregunta, pueril, quizá, pero válida en estos tiempos: ¿dónde comienzan los derechos del resto y terminan los nuestros?

A la luz de los trágicos acontecimientos del 7 de enero en Francia, es necesario plantearnos preguntas, y es necesario responderlas, sobre todo cuando están en juego la vida de las personas, el respeto a los derechos más básicos como la vida y la libertad.

¿Libertad?

¿A qué le llamamos ser libres? ¿A ejercer nuestros derechos, vivir, respirar, expresarnos, y llevar a cabo nuestros trabajos y pasatiempos aunque estos pudiesen interferir en el derecho ajeno? Acaso nuestra civilización occidental no esté tan madura como hemos querido creer durante siglos y hoy, en un choque entre culturas, la civilización oriental pone en jaque nuestros conceptos cuando se perpetran ataques como el de Charlie Hebdo, o como cuando algún ciudadano del ‘mundo libre’ es asesinado en cámara. ¿Cómo no poner en una cuerda floja conceptos que aún no podemos manejar con soltura y honestidad, si ellos, aún, también se debaten entre su fe y su irrupción en la aldea global?

Hoy, las redes están saturadas de palabras y expresiones que sirven como estandarte y que no soportan un análisis más profundo al momento de entrar en debate. Muchos esgrimirán los ‘derechos’ y las ‘libertades’ frente a la ‘religión’ y la ‘justicia’, y de lado y lado la conversación siempre quedará en vilo.

Queda por recordar que el único derecho inalienable del ser humano es ese: derecho a serlo.

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