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El Telégrafo

Editorial

La retórica del cuerpo: normalizar las subalternidades sexuales

La retórica del cuerpo: normalizar las subalternidades sexuales
21 de septiembre de 2015 - 00:00

La diversidad de géneros ha sido mucho tiempo un tema invisibilizado. Aprendimos a entender el mundo desde un código binario que divide al ser humano en hombres y mujeres, desde un punto de vista funcional: un sexo y otro son los elementos de la producción de nuevas personas. Es como fuimos programados, casi como computadoras, cuyo lenguaje lleva también el nombre de binario.

Un día, la diversidad sexual comenzó a expresarse, pero no fue hasta que la academia decidió mirarla, estudiarla y repensarla, que esta subalternidad se deslizó en las agendas políticas, de los medios, de la sociedad. Si antes pensábamos en la identidad de género como un rol inamovible y determinado por los órganos reproductores, hoy entendemos que el género no es igual que el sexo. No importa si estamos de acuerdo o no: reconocemos el significado de cada una de las iniciales en GLBTI. Sabemos que existen.

El filósofo contemporáneo Gilles Deleuze acuñó el concepto “cuerpos sin órganos”, que habla de la capacidad de los individuos de desligarse por completo de su corporalidad a la hora de determinar su identidad y sus preferencias sexuales y afectivas. Esa noción es fundamental para una lucha política, la de la subalternidad sexual que han emprendido queers y feministas; una subalternidad que ha encontrado una dialéctica menos agresiva que las marchas, las proclamas, la protesta social: el lenguaje audiovisual. Desde finales de la década de los ochenta, existe una corriente llamada pospornografía, que denomina a todo aquello que no es la pornografía ‘mainstream’ heteronormada y —en buena medida— capitalista. El posporno no es más que mostrar, con las mismas herramientas del porno, la posibilidad de otros relatos: el porno romántico, el hardcore feminista, el BDSM, la transexualidad...

En un momento en que la comunidad GLBTI sigue intentando que sus miembros dejen definitivamente de ser ciudadanos de segunda clase, la pospornografía surge como un discurso que apoya la causa desde las industrias culturales: a través del video —que amenaza con volverse masivo— normaliza la diversidad. Es un dispositivo de lucha no agresiva, como una especie de no-violencia del siglo XXI.

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