Editorial
La realidad, materia de reflexión y disfrute
Es cierto, a veces dan ganas de cantar a voz en cuello ‘Cambalache’ de Enrique Santos, mirando alrededor, señalando a tal o cual, “si uno vive en la impostura/ y otro roba en su ambición/ da lo mismo que sea cura/ colchonero, rey de bastos/ caradura o polizón...”. Y es que la realidad del ser humano es compleja, no importa la época, o mejor dicho, pareciera que nuestro mundo, a veces, no ha evolucionado; por supuesto, este estancamiento, o incluso retroceso, es solamente un efecto de las mismas actitudes de los hombres, de sus acciones u omisiones. Es decir, la realidad no es sino un reflejo de nosotros mismos, para bien o mal.
Para evadirse de esta realidad existen métodos para todos los gustos, paraísos artificiales, ficción en envases varios, la ficción dentro de la ficción de la realidad, la perspectiva única por la que optamos dejarnos convencer..., a pesar de que sabemos, porque la virtud del ser humano está en saber más allá, incluso, de sus propias cegueras, que la realidad es más que una sola visión, más que una sola perspectiva. El mundo que hemos creado está compuesto por nuestras miradas, es un conjunto complejo de paradojas y paradigmas.
Entonces, la apreciación de este entorno, de lo que hemos llamado primitivamente ‘realidad’, se vuelve un ejercicio de sobrevivencia, por decirlo así, de real adaptación al medio, para problematizarlo desde dentro, para romper con los esquemas impuestos por las industrias culturales, propias o foráneas. Así nace el ejercicio crítico a nivel de ensayos, documentales, crónicas, todos productos que, de alguna forma, plantean la interpolación de los paradigmas establecidos —culturales, sociales, estéticos—, para no solo entretener —algo necesario, por supuesto, para nuestro desarrollo como humanos— sino para cuestionar y, de paso, cambiar, de alguna forma, lo que consideramos que deba ser mutado.
Basta ver el dinero invertido en ficción, en el ámbito cinematográfico, por las grandes industrias culturales, para saber que por ahí existe algo sospechoso, algo doblemente impuesto para que no haya vistazos alrededor, ni siquiera atisbos, una especie de caverna platónica poblada por luces de colores y artificios perfumados. ¿Qué es lo que no debemos ver? La realidad, precisamente, de lo que pasamos día a día, más informados por las redes sociales que por el contacto diario con el mundo, más divertidos con la apariencia que con los matices de cada situación: lo bueno, lo malo y lo feo. Que no solo de ficción y belleza se vive, y aunque estas son necesarias, quizá un vistazo alrededor no haga mal, desde otra perspectiva, para que el ejercicio crítico no sea solipsista, egomaniaco, parcializado, desconectado, en verdad, de lo que sucede más allá de nuestros pasos.