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El Telégrafo

Editorial

La palabra revela (sin querer) nuestro pensamiento

La palabra revela (sin querer) nuestro pensamiento
10 de agosto de 2015 - 00:00

A Samuel Johnson (1709-1784), ensayista y poeta inglés, se lo recuerda como uno de los mejores críticos literarios en su idioma. Su biógrafo lo llamó “el más notable ejemplo de arte biográfico en las letras inglesas”. En 1747 publicó su ensayo Plan for a Dictionary of the English Language (Proyecto de diccionario para el idioma inglés). Él consideraba que los diccionarios eran como los relojes: “El peor es mejor que ninguno, pero del mejor no se puede esperar que sea del todo preciso”. Estaba consciente de la dinámica imparable del lenguaje, por ello se dedicó también a la lexicografía, y dijo: “Las palabras son el vestido del pensamiento”.

El lenguaje es una de las primeras estructuras del pensamiento: nadie tiene recuerdos de su vida en la etapa prelingüística. Las palabras quedan para siempre fijadas en ese acto instantáneo que es la comunicación, y se enriquecen todo el tiempo. Siempre están diciendo mucho más de lo que significan. Una palabra discriminatoria solo lo es cuando la dice una persona que discrimina, y así. Las palabras viajan, se desplazan en procesos internos y externos, se difunden y se adoptan, pero sobre todo, se entienden. Las vidas transcurren en palabras. Tanto, que es un sinónimo de honor, un honor que nos empuja a cumplir las promesas para evitar la vergüenza de no tener palabra. Y siempre están ahí para reflejar cómo funciona nuestro pensamiento, tal como decía Johnson. Nos delatan, como decía el escritor y político italiano Carlo Dossi: “Se dice que las palabras distinguen al hombre de las bestias, pero es la palabra precisamente la que revela muchas veces la bestialidad de algún hombre”.

En CARTÓN PIEDRA dedicamos una edición a la palabra: palabras que se usan para hablar de relaciones amorosas pero que, en realidad, nos ponen en evidencia y demuestran que el amor no es ese acto desinteresado del que tratan las novelas rosa, sino una relación de poder entre partes, una especie de negociación; palabras que se convierten en oficiales por la fuerza del uso y que al diccionario de la Real Academia Española no le queda más que adoptarlas, y palabras que sirven incluso para no-decir, porque si hay algo que es primordial en el ejercicio de escribir, es saber manejar -igual de bien que el lenguaje- el silencio.

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