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El Telégrafo

La música nos entiende mejor que nosotros mismos

La música nos entiende mejor que nosotros mismos
27 de septiembre de 2015 - 00:00

En la antigua Grecia, al término música no solo se lo entendía como el arte de organizar con sensibilidad y lógica los sonidos para formar melodías, sino que abarcaba también a la poesía y la danza. Por eso su nombre es, desde el punto de vista etimológico, mucho más amplio que el de todas las otras expresiones estéticas: ‘arte de las musas’.

Hoy la música sigue siendo más compleja que las otras expresiones. Davit Harutyunyan, director de la Orquesta Sinfónica de Guayaquil, explica que es el arte más abstracto: sin letras que leer ni imágenes que ver, es un lenguaje que “solo mueve las asociaciones y las sensaciones”. Si el oyente no interpreta, todo queda reducido al ámbito técnico de las notas, los compases. Es como si se tratara de un arte ciego.

Afortunadamente, es un lenguaje universal, capaz de conmover a genios y tontos, a doctos e ignorantes. Produce felicidad lo mismo que hunde a alguien en la depresión. Como si nos entendiera mejor que nosotros mismos. Por sus capacidades para expresar, la música ha sido estudiada desde las civilizaciones más antiguas. Filósofos como Aristóteles y Platón teorizaron sobre ella; compositores como Mozart y Wagner se hicieron grandes a través de sus composiciones; bandas como Sui Géneris o Soda Stereo conmovieron a una generación latina de oyentes de rock; artistas como Freddy Mercury y John Lennon intentaron cambiaron el mundo desde sus micrófonos. Y actualmente, los científicos no acaban de descifrar las cosas que nos puede explicar la música sobre las personas, según lo que estas escuchan.

La música no se va a acabar mientras existan los seres humanos. Y tal vez sea capaz de sobrevivir después. Por eso, CartóNPiedra le dedica esta edición al cuarto arte (según el listado que ubica al cine como el séptimo), y lo hace desde miradas que la examinan como un fenómeno social capaz de mover a generaciones, o de expresar estatus en Chile, o de revitalizar la economía de una ciudad devastada, como Nuevas Orleans, diez años después de sufrir el paso del huracán Katrina... o de poner a discutir eternamente a los académicos —y los no tan académicos— acerca de su influencia en la inteligencia de las personas.

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