Hay experiencias y sentimientos en la vida que muchas veces nos negamos a reconocer (ya sea voluntaria o forzadamente). Nos han criado en unas zonas exclusivas de confort, donde los principales medios de comunicación, industrias culturales masivas y otras instituciones que reproducen ideologías y sentidos (como el Estado y la religión) se han encargado de decirnos que “Todo va a estar bien” y que “Para todo problema hay una solución”.

En medio de toda esta discursividad de autoayuda, lo que se pretende, básicamente, es reprimir aquellas sensaciones que no estaríamos en capacidad de afrontarlas o superarlas y, claro, también se procura limitar las situaciones “complejas” de la vida a hechos que tenemos que darle la espalda. El camino ideal parecería ser el de la sonrisa (válido, pero no único).

Por ello, esta nueva edición dedica sus páginas, a propósito del Día de los Difuntos que se conmemora cada 2 de noviembre, a hablar sobre la muerte, ese hecho natural al que muchos lo ven con recelo, dolor anticipado o, simplemente, no lo miran, pero que guarda todo un universo simbólico de experiencias y prácticas rituales que tejen diálogos entre el pasado, presente y futuro.

De esta forma, Ivette Celi Piedra y Rosa Inés Padilla nos aproximan a una práctica funeraria que fue muy común en nuestro medio: la tradición de la muerte niña que se la conocía como “el velorio del angelito”. Además, presenta el trabajo del lojano Reinaldo Vaca Piedra (1894-1977), quien fue uno de los fotógrafos que más registros de “angelitos” tiene en el país y su colección digitalizada reposa en el Archivo Histórico del Ministerio de Cultura y Patrimonio.

Por otra parte, Leonardo Zaldumbide reflexiona sobre los espacios de los muertos y cómo estos han sido concebidos como sitios eternos e inmutables, que siempre han estado ahí recibiendo a generaciones de restos; sin embargo, contraria a esta percepción, la realidad demuestra que los espacios de la muerte se encuentran, tal como las ciudades de los vivos, en continua transformación.