Editorial
Entre la voz, la estética y el mundo
Decir, hablar. Comunicarse. Esa es una de las necesidades primarias del ser humano. Decir, hablar, contarles a otros sobre su entorno, sobre qué opina de ese mundo que le rodea. Pero ¿qué pasa cuando el mundo, la sociedad es horrible, incluso para ser contada? ¿Acaso hay que callar, acaso matizar lo que sucede alrededor? ¿Es el silencio cómplice? ¿Otorga?
Así, decir, hablar, comunicarse, opinar, se convierten en prerrogativas, en un deber hacia uno mismo y hacia el resto. El postulado Ars gratia artis parece obsoleto, frívolo, frente a dicotomía entre ‘deber decir’ y ‘deber ser’.
Hoy en día, en la una y otra vez llamada era de la información, resulta casi imposible sustraerse al influjo de la opinión, a los debates, a la polémica de ser o no ser que deviene, en realidad, en decir o no decir. En redes, opina el que puede. ¿Y el que debería, lo hace?
Entrar nuevamente en el debate sobre la función del arte en la sociedad, sobre si los artistas deben o no tomar parte en los bandos del mundo ‘común’, sería ocioso, más que nada porque mientras la teoría avanza, los acontecimientos se suceden y, quiéranlo o no, artistas, periodistas, intelectuales, se ven abocados a opinar y a tomar posiciones.
El mundo lo exige, y en ese requerimiento no hay espacio para esperas, para medias tintas —literalmente hablando—, para gazmoñerías culturales o eufemismos del intelecto. El arte, como arma de creación masiva, se convierte en uno de los soportes para ideologías, vaya, como hace años, cuando se dieron las grandes enfrentamientos, cuando las guerras había que ganarlas en todos los frentes. Después de una época de relativa calma, casi languidez, los medios vuelven a acicatear a los espectadores del mundo, a quienes ‘hacen’ el mundo, y de paso, azuzan a los artistas, a aquellos que tengan y quieran hacer escuchar su voz.
¿Es correcto o no? ¿A quién le compete decidir eso?
A los consumidores culturales, al público, a los medios... Sobre todo, a los propios artistas que, a solas, quizá, se reconocen solamente comprometidos con la voz que dejan oír a solas, con su creación.