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Ecuador, 26 de Enero de 2025
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El Telégrafo

En el principio fue la música

En su obra El origen de la tragedia, Friedrich Nietzsche propuso que la música estaba por encima de todas las artes, que tenía una conexión especial con el hombre, su desarrollo y su historia. En el principio fue la música, y luego se sumaron a nuestro recorrido como especie las otras artes.

 

Cuando se acercan las fiestas, lo primero que se escucha es música, aquel es el plato fuerte de una celebración. La música es un regalo. Pero también forma parte de un discurso.

 

Es notoria la predisposición de las autoridades para proponer siempre eventos que tengan que ver con la música: es un arte que, se supone, debe llegar a todos, pues es un lenguaje universal. Paradójicamente, los eventos musicales parecen ser más exclusivos con el transcurso del tiempo.

 

Quizá tenga que ver esta exclusión con el gusto particular de cada persona, con la política, con la postura personal que un individuo tenga frente a la vida. Entonces, la música ya no es para todos, sino para unos cuantos, para quienes comparten una determinada visión del mundo, para quienes pueden acceder a conciertos y presentaciones, no solo en términos económicos sino en cuestiones de calidad y viabilidad. ¿Y quiénes no entran dentro de estos espectros? Pueden, tristemente, irse con su música a otro lado.

 

En la diversidad está el gusto, dicen. Y es cierto. La diversidad es la muestra de la riqueza cultural de un país, pero esa diversidad debe ser mostrada, compartida por todos. Una vez socializada, vista, la diversidad puede ser criticada.

 

Ya entramos en diciembre, el último mes del año, y las fiestas son el centro de la vida de muchos. Habrá música por doquier. Ojalá para todos.

 

Y es que no puede haber un hombre, mujer o niño más triste que aquel que no puede escuchar la música. Trstísima era la historia de una mujer que no podía oír la música a su alrededor, y aquello conformaba una metáfora de la vacuidad de la vida sin el arte, sin la sensación de ser parte de algo.

 

Porque la música nos hace parte de un grupo o nos excluye, lamentablemente.

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