El arte de transitar y suprimir fronteras
Alcanzar todos los rincones del saber, acceder a cada manifestación cultural de nuestro mundo es una tarea imposible, seguramente.
Y sin embargo, el ser humano no ha cesado nunca en sus búsquedas, internas, externas, extemporáneas, muestras de su sed, un ansia nunca satisfecha de más. ¿De qué? Nadie puede responder a ciencia cierta esta pregunta. Esta sensación de que ‘algo falta’, a veces, es llenada por la creación del hombre, imperfecta, por supuesto, pero que se presenta como un bálsamo, una forma de capear la tormenta, de aprehender e interpretar el mundo.
Los artistas —categoría ambigua, que abarca a algunos, que para otros se presenta como excluyente, e incluso arbitraria—, en su afán de representar el mundo, transitan por las fronteras, las mismas que los hombres —quién más— han impuesto, límites como el lenguaje, la nacionalidad, la cultura misma. A veces, estas fronteras son las que se encargan de frenar el impulso creador, de poner un coto sobre qué se puede y qué no mostrar e interpretar. Pero a veces, estas mismas fronteras son las que se muestran, más que como un freno, como un camino por seguir, un sendero sinuoso que permite, durante su trayecto, contemplar el mundo desde otra perspectiva y generar nuevas propuestas, estéticas, éticas, culturales.
Transitar las fronteras, impuestas, implicaría un paso adelante, una manera de atisbar salidas y soluciones, aportar al acervo de cada país, para no caer en limitantes, pues implicaría también construir esa aldea regional que los próceres soñaron un día, bajo una identidad, bajo la consigna de ser completamente humanos, libres, creadores.
Seres que caminan y avanzan a pesar de cualquier línea imaginaria.