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Ecuador, 22 de Enero de 2025
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El Telégrafo

El arte de comentar sobre arte

Es un hecho que la apreciación del arte es una cuestión subjetiva. Cada persona elige con qué tipo de arte deleitarse. Pero es también un hecho que toda manifestación artística no deja inane a quien la contempla, percibe o lee.

A raíz de la obra de arte se produce pensamiento y este, de una forma u otra, también se erige, con la debida habilidad, por supuesto, como un producto artístico.

Mucho se ha atacado durante años a los críticos de arte, se ha dicho incluso que aquellos que critican la obra de otros lo hacen en función de su propia frustración al no poder crear. Y quizá en algunos casos sea cierto, cuando el amiguismo o el revanchismo empañan la crítica, deslucen un discurso sobre un objeto artístico.

Pero la crítica bien hecha, de forma consciente, sopesando los defectos y las virtudes de un fenómeno, siempre es bienvenida. La crítica se convierte así en una mediadora entre el espectador y la obra de arte, hace las veces de sibila en un viaje en que el neófito o el sencillo diletante se enfrenta a un universo nuevo, donde se le plantean propuestas e ideas que no siempre serán comprendidas al primer golpe estético.

Siempre habrá algo más allá de la belleza, del placer, y aquello es el pensamiento.

Y ahí está el trabajo del comentarista, del crítico, que se compromete a desnudar su pensamiento con respecto a la obra, más allá de si esta nació como una expresión del lema del parnasianismo “el arte por el arte” o como una manifestación de la postura política o social del artista.

En este último caso, el pensamiento que se desprende de la obra, la crítica, la reflexión, no solo es pertinente sino necesario, pues la socialización de las ideas, de las posturas, de los clamores de auxilio, es un paso hacia la evolución del género humano.

El arte no solo es belleza. Es pensamiento, es opinión.

Y sobre aquello es necesario decir, hacer, contraponer, expresar.

Si del comentario también se desprende una obra considerada como artística, bienvenida sea. Que fluyan las ideas que nos hacen seres humanos.

Es un hecho que la apreciación del arte es una cuestión subjetiva. Cada persona elige con qué tipo de arte deleitarse. Pero es también un hecho que toda manifestación artística no deja inane a quien la contempla, percibe o lee.

A raíz de la obra de arte se produce pensamiento y este, de una forma u otra, también se erige, con la debida habilidad, por supuesto, como un producto artístico.

Mucho se ha atacado durante años a los críticos de arte, se ha dicho incluso que aquellos que critican la obra de otros lo hacen en función de su propia frustración al no poder crear. Y quizá en algunos casos sea cierto, cuando el amiguismo o el revanchismo empañan la crítica, deslucen un discurso sobre un objeto artístico.

Pero la crítica bien hecha, de forma consciente, sopesando los defectos y las virtudes de un fenómeno, siempre es bienvenida. La crítica se convierte así en una mediadora entre el espectador y la obra de arte, hace las veces de sibila en un viaje en que el neófito o el sencillo diletante se enfrenta a un universo nuevo, donde se le plantean propuestas e ideas que no siempre serán comprendidas al primer golpe estético.

Siempre habrá algo más allá de la belleza, del placer, y aquello es el pensamiento.

Y ahí está el trabajo del comentarista, del crítico, que se compromete a desnudar su pensamiento con respecto a la obra, más allá de si esta nació como una expresión del lema del parnasianismo “el arte por el arte” o como una manifestación de la postura política o social del artista.

En este último caso, el pensamiento que se desprende de la obra, la crítica, la reflexión, no solo es pertinente sino necesario, pues la socialización de las ideas, de las posturas, de los clamores de auxilio, es un paso hacia la evolución del género humano.

El arte no solo es belleza. Es pensamiento, es opinión.

Y sobre aquello es necesario decir, hacer, contraponer, expresar.

Si del comentario también se desprende una obra considerada como artística, bienvenida sea. Que fluyan las ideas que nos hacen seres humanos.

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