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El Telégrafo

Editorial

Del homo sapiens al homo ludens

Del homo sapiens al homo ludens
25 de mayo de 2015 - 00:00

El lenguaje, como un sistema organizado de signos, la confluencia de significantes y significados, es una de las herramientas que más nos diferencia de las otras especies. La comunicación es, por antonomasia, el acto que nos permite sentirnos parte de un grupo, de un mundo, habitantes de un universo. De la comunicación, en general, nació la escritura, como una necesidad no solo de expresarnos en el momento, sino de dejar marcado, para quienes vendrán luego, aquello que nos inquietaba o que nos alegraba. Inventamos la escritura para seguir siendo, para no morir, para que nuestra palabra, la de la especie, sobreviva a través del tiempo.

Y de la mano de la escritura nació la lectura.

El acto de leer, más allá del goce estético para quienes son lectores full time o de quienes solo leen las palabras necesarias para sus labores diarias, es un proceso cognitivo complejo, que permite desarrollar otras capacidades, como la memoria, la asociación de imágenes, la comprensión y aprehensión del mundo, en fin, manejar y asir, aunque de forma efímera, el entorno. De esta manera, el acto de leer se vuelve más que una herramienta, se torna una forma de existir, de interpretar el mundo y así, de forma tentativa, acercarnos al pensamiento de los otros, a su calidad de seres humanos, seres hechos de lenguaje, también.

Por todos los motivos mencionados, cuando un niño comienza su vida lectora, es decir, aprende a decodificar los signos lingüísticos que existen a su alrededor, no solo está habituándose al mundo, sino que está aprendido a moverse en este y a interpretarlo; a medida que crezca, ese niño irá problematizando lo que sucede a su alrededor, irá preguntándose sobre el entorno, el porqué de cada cosa, e irá buscando, por supuesto —el sino de nuestra especie es buscar— respuestas, alternativas, soluciones a los problemas propios y ajenos.

Más que hablar de una literatura para niños o para adultos, habría que pensar en el acto mismo de la lectura, para luego indagar en los nichos lectores de las personas. ¿Estamos en capacidad de leer nuestro entorno? ¿Estamos, de hecho, entrenando a nuestros niños para que sean capaces de sobrevivir en un mundo que hemos construido a punta de lenguaje? Ahí radica la preocupación porque los niños lean. De ahí es posible ya pensar en ese más allá detrás de las letras, desear que los pequeños sepan que es posible crear, que el lenguaje, más que una imposición de la especie, es también un objeto de disfrute que nos convierte de homo sapiens en homo ludens. Es decir, somos capaces de conocer, pero también de sentir placer, de jugar gracias a nuestra relación con el mundo.

En el principio tal vez fue el verbo, la palabra, y luego, por supuesto, el disfrute.

La conciencia de que, gracias al lenguaje, no estamos solos y que podemos pronunciar nuestro nombre junto al de otros.

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