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El Telégrafo

Congresos que al menos han servido para sonrojar

Congresos que al menos han servido para sonrojar
28 de octubre de 2013 - 00:00

Esta semana concluyó la sexta edición del Congreso de la Lengua Española y, como señalaba José Luis Moure, presidente de la Academia Argentina de Letras: “Los congresos de la lengua nunca son importantes desde el punto de vista científico, es un congreso que reúne gente vinculada al idioma, instituciones, editoriales y como elemento para poner la lengua en el tapete sirve, pero no busques nada más”. No hay nada más cierto que esta apreciación, pues, si algo sabemos, es que las “Academias” todavía no logran superar la rigidez de sus formatos ni tampoco trasladar sus “contundentes” resultados a la esfera pública.

Sin embargo, y aprovechando esta coyuntura, vale la pena recordar los sucesos que mayor sonrojo produjeron en ediciones anteriores, como la del I Congreso, realizado en la ciudad de Zacatecas, México (1997), y cuyo tema central fue “La lengua y los medios de comunicación”. Este evento fue recordado por el discurso inaugural que efectuó el Premio Nobel de Literatura colombiano, Gabriel García Márquez, quien propuso enterrar las haches rupestres, “firmemos un tratado de límites entre la ge y la jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revólver con revolver”, dijo el autor de La hojarasca.

En 2004, con el tema “Identidad lingüística y globalización”, el III Congreso se llevó a cabo en Rosario, Argentina. En este encuentro la controversia la produjo otro Premio Nobel, pero no de Literatura, sino de la Paz, el argentino Adolfo Pérez Esquivel, quien organizó un congreso paralelo y “de ideología opuesta”: el Congreso de las Lenguas. En este otro espacio, de participación abierta, se reunieron representantes de instituciones académicas y culturales para discutir sobre el carácter pluricultural y multilingüe de América Latina, y recuperar la memoria de las lenguas aborígenes.

Como se ve, los Congresos de la Lengua Española al menos han servido para sonrojar a aquellos personajes e instituciones encriptados en los laberintos de sus propias ideas. ¡Que existan más entonces!

 

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