Abbas Kiarostami hacía películas difíciles. Se trata de una idea que se ha repetido bastante desde que murió el pasado 4 de julio. A veces como crítica, otras como elogio. Pero la mayoría de los críticos y colegas se han enfocado en su humanismo, su valor formal y el eclecticismo de su obra. Sin embargo, la dificultad de ese trabajo es clave para su vitalidad. Kiarostami desafiaba a sus espectadores, les exigía. Sus películas solían omitir elementos narrativos —contexto, resolución, estados psicológicos— que las audiencias dan por sentado que encontrarán cuando van al cine. A veces, el director iraní incluso parecía contradecir la definición misma de película, en un esfuerzo por crear lo que parecía ser una nueva relación entre las imágenes en la pantalla y aquellos que las están viendo.

En esta edición, hablamos del autor de El sabor de las cerezas. Y aquí traemos un breve pero potente repaso por algunos aspectos esenciales de su quehacer. La cineasta Libertad Gills, profesora en la Universidad de las Artes y ganadora de un premio Mariano Aguilera, cuenta su experiencia como alumna de Kiarostami, cuando asistió a uno de sus talleres. También tenemos una línea temporal con un recorrido gráfico por su obra y la anécdota del día en que para él era más importante la sombra de un vaso de agua que las elecciones presidenciales que habían puesto a todos a hablar en su país. Y por último, un ensayo del propio Kiarostami —compuesto por extractos de conversaciones publicadas en un libro que habla sobre él— en el que el cineasta explica que el cine le parece que es todavía un arte menor, y propone que, para convertirlo en arte mayor, como la poesía, hay que considerar la posibilidad de que no se entienda. Esta comparación entre el cine y la poesía la alimenta el cineasta Wilson Burbano, que nos trae un texto en el que, a través de la historia de la cinematografía, establece paralelos entre poemas y películas.

Además, recordamos a Amy Winehouse (fallecida hace 5 años), al grafitero Jean-Michel Basquiat, cuyas obras se venden ahora por cincuenta millones de dólares, y echamos una fugaz mirada urbana (entre grafitis y literatura) a Guayaquil, que está de fiesta.