La vida entera de los venezolanos entra en una maleta
La primera imagen de los venezolanos en el puente de Rumichaca quiebra el corazón a cualquiera. Es medianoche y miles (recién nacidos, niños, jóvenes, madres, padres, abuelos) soportan el frío abrazados fuertemente a delgadas cobijas. Están cansados, no han comido y hacen columnas para llevar a sus estómagos una papa caliente y agua de panela.
Naoribi Terán, su madre y sus tres hermanas tomaron a todos los niños de la familia y decidieron dejar todo atrás. Lo poco que tenía la familia en Trujillo lo guardaron en unas maletas y recorrieron cuatro días hasta llegar a la frontera entre Colombia y Ecuador. Las mujeres acaban de registrarse en Migración colombiana y sellaron sus pasaportes de salida.
Este simple trámite burocrático les devuelve la sonrisa por unos segundos. Naoribi agradece a los funcionarios que las ayudaron y que siguen trabajando entrada la madrugada.
De la diáspora venezolana esta es la más conmovedora. Los primeros dejaron su país en aviones; luego siguieron los que recorrían las carreteras en buses hacia los países cercanos, pero ahora lo hacen a pie o en bicicleta.
Toda su vida la guardan en una maleta y se aventuran hacia Ecuador, Perú o Chile donde les espera una mano amiga. En su país natal ya no tienen nada que los aferre. El presidente Nicolás Maduro dispuso, en junio pasado, un incremento a tres millones de bolívares al sueldo mínimo.
Además aumentó a dos millones de bolívares el bono de alimentación. Lo que suma cinco millones de bolívares, que representa $45,6 a la tasa oficial, pero que a la tasa paralela es $ 1,53 centavos. Y la inflación no para.
En Trujillo los comerciantes venden la comida en dólares, las medicinas en dólares, hay inseguridad y Naoribi y sus seres queridos no tenían cómo sobrevivir. Entonces decidieron escapar. Las mujeres y los pequeños recorrieron 1.876 kilómetros a veces en bus y otros tramos caminando para llegar hasta al páramo andino donde se ubica el puesto de control fronterizo y donde la temperatura cae hasta los seis grados.
“En Venezuela no nos queda nada. Nuestro presidente (Maduro) debe renunciar. ¡Renuncie!”, grita ella rompiendo en llanto. Su dolor es evidente, pero está confiada en unirse pronto en Perú con su esposo.
Todas las mujeres y niños van a una columna especial en Migración ecuatoriana, con suerte Naoribi y sus allegados dormirán solo una noche allí y podrán seguir su camino al sur del continente.
Otros venezolanos han dormido tres noches en el puente de Rumichaca esperando sellar sus documentos de viaje para entrar a Ecuador. Muy cerca de conseguirlo está Jonathan P., él llegó el sábado pasado a la frontera, en el momento cuando se incrementó el número de venezolanos que pretendían cruzar al país.
Él era un sargento segundo del Ejército bolivariano y vivía en Portuguesa, en la zona llanera. Aunque tenía un sueldo fijo como militar, el dinero no le alcanzaba para mantener a sus dos hijos y otro que venía en camino. Entonces decidió desertar y emprender el periplo hasta Lima.
“Nosotros somos gente de campo, el salario es de cinco millones de bolívares, pero unas botas de caucho cuestan 80 millones. Nosotros no vivimos, sobrevivimos”. (I)