El sustento de los papás migrantes es el comercio informal
Ecuador es el hogar de cerca de 400.000 migrantes. Ellos, según la Organización Mundial de Migraciones, representan el 2,4% de la población. Entre los extranjeros que decidieron, por distintas razones, radicarse en el territorio nacional están quienes son cabeza de hogar. Aunque el país no cuenta con datos oficiales y específicos sobre el porcentaje de foráneos que son papás.
Ángel Carrillo, de la Asociación de Venezolanos en Ecuador, una de las comunidades más amplias en la actualidad, sostiene que el 90% de sus compatriotas que migran son padres de familia y el 99,9% es cabeza de hogar.
“Si bien algunos hombres no son papás biológicos, sí están a cargo de la manutención de hermanos, sobrinos, primos, hijos de su pareja e incluso de sus padres y abuelos que se quedaron en Venezuela. Esto nos hace jefe de hogares”, señala Carrillo, papá de Lua (11) y Marcos (7).
El hombre, de 38 años, salió de su tierra natal en 2015, cuando inició el éxodo de 3,9 millones de venezolanos. De ellos 3,1 millones se quedaron en América Latina, señala el Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur).
En cuatro años, Ecuador registró 1,5 millones de ingresos y las estimaciones apuntan a que 250.000 compatriotas de Carrillo están en el país, y junto a ellos, según datos del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef), 57.000 niños.
Al llegar, la mayoría de ellos busca ayuda en un centro de acogida y mientras intentan conseguir un trabajo se dedican a la mendicidad y al comercio informal.
En las intersecciones de las principales avenidas y calles de Quito es común ver a hombres y mujeres con niños, que con la ayuda de un anuncio escrito sobre un pedazo de cartón piden colaboración económica o de alimentos a los conductores que se detienen con la luz roja del semáforo.
Manuel Frías es uno de ellos. Él porta un cartel que dice: “Soy venezolano, papá de tres niños y no consigo empleo. Ayúdame a que mi familia sobreviva”.
El caraqueño que también vende caramelos en los buses cuenta que él fue el primero de su familia en salir de su país. Lo hizo en diciembre de 2018. Llegó hasta Colombia, pero en Cali tuvo un accidente de tránsito. Una camioneta le atropelló mientras él vendía unos dulces.
Relata que la atención médica fue difícil, pues no contaba con dinero necesario para cubrir los gastos de ese servicio de salud.
Tampoco tenía el apoyo de su familia, pues optó por viajar solo.
Esa experiencia hizo que el hombre de 35 años volviera a su país, hablara con su esposa y ambos decidieran que toda la familia migraría. “Mi esposa me pidió que no nos volviéramos a separar, y que juntos seríamos más fuertes, en donde sea que estemos”, recuerda.
Mientras se coloca una gorra de lana sobre su cabeza para sobrellevar el frío de las mañanas en la capital, comenta que cuando llegó lo primero que buscó fue incluir a sus hijos en el sistema público de educación. Lo logró y cuando consigue “cachuelos” (trabajos esporádicos) en áreas relacionadas a la construcción asegura el sustento de su familia, pero cuando la obra finaliza se queda sin ingresos y opta por salir a la calle y pedir colaboración.
A tres cuadras de donde está Manuel se ubica Gustavo Valencia. Con su mano derecha sostiene a Mauro, su hijo de cinco años. Él también lleva un cartel con un mensaje similar al de su compatriota. La mamá de Mauro murió durante el parto y desde entonces, Narcisa, la hermana de Gustavo, se convirtió en su mamá.
Los hermanos que llegaron la semana pasada a Quito migraron junto a Mauro y su objetivo es llegar a Chile. Sus primos viven en ese país y recibirán a la familia. “Nos robaron, no podemos trabajar, y todos las noches necesitamos un sitio para dormir; tenemos que comer, asearnos... por ello recurrimos a la ayuda de la gente”.
Para Valencia la ayuda que pide no es mendicidad y asegura estar al tanto de las leyes y los derechos de los niños. Lo resalta porque antes de acceder a conversar precisa que no vive de esa actividad y que tampoco usa a su hijo para ganar dinero, “como mucha gente piensa”.
En Ecuador, el Código de la Niñez establece que los padres que vulneren los derechos de sus hijos, al incluirlos en actividades de mendicidad, podrían exponerse a la privación o pérdida de la patria potestad.
En una entrevista con un medio impreso nacional, la ministra de Inclusión Económica y Social (MIES), Berenice Cordero, señaló que “el venezolano que mendiga con su hijo busca sobrevivir”.
Hoy domingo 16 de junio, Valencia y su familia tenían previsto celebrar el Día del Padre viajando. Ellos tomarán un bus que los lleve a Perú. En ese país se quedaran entre tres y cinco días hasta que cuenten con las condiciones necesarias que les permitan llegar hasta su última parada: Chile.
En la intersección de la avenida de La Prensa y Edmundo Carvajal, en el norte de la urbe, está otro compatriota de Valencia. Diego Llanos también es jefe de hogar. Su esposa viajó primero y siete meses después lo hizo él junto a su hija Manuela, de nueve años. El licenciado en informática y se dedica a la venta de accesorios para celulares. Lo hace en los semáforos y en los buses. De esa forma mantiene a su familia, indica.
Otra forma de empleo informal son los artistas callejeros. Hace un año (2018), Alberto Luna se convirtió en papá primerizo. En Colombia él era músico y desde que llegó a Ecuador, además de tener un negocio, se sube a los buses con su guitarra y canta.
Mientras corea una canción de Carlos Vives, otro hombre que viste una gorra vinotinto con la bandera de Venezuela vende chocolates. Los comerciantes aseguran que hoy 16 de junio, al ser su día, se tomarán un descanso y dejarán que sus esposas, parejas e hijos les “consientan”.
A escala regional, según el estudio “Perspectivas sociales y del empleo en el mundo: Tendencias 2019”, se estima que más del 53% de la población ocupada en la región permanece en el empleo informal. En países considerados de ingresos medios-altos y altos estos indicadores superan el 40%. (I)