En el mar de Salango crecen los buzos a pulmón
Llegamos a Manabí a dos años del terremoto que obligó a muchos a reconstruir su casa, su trabajo, su vida. No pisamos la zona del epicentro, pero estamos cerca. Desde Salango hacia el norte está Pedernales, a 286 kilómetros, unas cuatro horas en auto. A tan solo 104 kilómetros está Manta, apenas a una hora de viaje. Compartimos el mar y el sol.
En cada parada de la playa se encuentran carteles de evacuación. Si hay algún aviso de tsunami la gente tiene que correr hacia la montaña. Aquí saben reconocer el estado de ánimo del mar.
“Cuando viene mucha gente por fiestas se pone bravo, porque está celoso”, dice Marciana, comunera de Las Tunas que pasó por Salango para comprar algo de pescado. Hoy que es lunes, la marea está alta y en calma, el mar azul.
En esta comunidad, donde gran parte de sus 4.534 habitantes se dedica a la pesca, hallaron hace medio siglo unas rocas enormes, redondas, que terminan en punta y allí tienen una perforación. Además cada una tiene señales de que fue moldeada con la fuerza de una cuerda.
El hallazgo se produjo cuando removían la tierra para construir la Fábrica Polar, que ahora, frente a la playa se levanta con el trabajo de los pescadores. Ellos dejan los peces en tubos que están bajo la arena y se conectan con la orilla para que lleguen al interior de las maquinarias y luego procesarlos.
Patricio Pin vendía antigüedades en Ayampe hace cuatro años, pero por cuestiones de estrategia se mudó a la vía a Palmar. Pin dice que ‘los balseros del sur’, como los ha llamado la historia, ataban a esta piedra un cabo hecho de árbol de acebo.
Luego sujetaban el peso a su cintura y con la ayuda de unas pinzas en su nariz bajaban hasta el fondo del océano para recoger comida y el objeto más preciado de estas costas, el spondylus.
En el mercado al aire libre, que administra Pin, hay desde fragmentos de conchas de mar, planchas de gallito a vapor hasta algunas piedras de pesca de los ‘balseros del sur’. Su propietario dice que ha surtido el Museo de Salango con algunas piezas de su colección.
En el museo están las piedras que encontraron enterradas los nuevos pescadores de mar cuando montaron la fábrica principal de la comuna.
“A estas piedras nuestros abuelos las llamaban balas de cañón y uno como es pelado se cree todo”, dice Gary, comunero que montó su operadora turística hace años. Ahora, mientras dialoga con nosotros vigila la construcción de su futuro restaurante.
Él aprendió a bucear y nadar solo, nadie le enseñó ninguna técnica, tuvo que hacerlo por trabajo desde los 11 años. Con esa edad coinciden la mayoría de los pescadores de distintas generaciones de Salango. “Aquí somos buzos de generación en generación”, dice Gary.
Él bucea con un compresor que va en el bote y funciona con gasolina y una manguera que lleva aire a su boca. Así ha recorrido Ecuador y pescó por 22 años en Galápagos, se enfrentó a una langosta que le apagó la linterna con la que guiaba su pesca en un barranco y lidió con unos tiburones que llegaron en manada a la Isla de la Plata. Le tocó empujar al que se le lanzó encima.
Con el tiempo buzos y pescadores a pulmón, como Gary, han encontrado más de esas piedras que servían en el pasado para pescar en el fondo del mar. Algunos las coleccionan, otros las venden a extranjeros que saben que las piedras de este tipo eran uno de los materiales para pescar años antes de la era cristiana y que su valor no puede medirse.
“Un día las estábamos vendiendo a unos peruanos a $ 30 hasta que alguien nos dijo que casi estábamos regalando un objeto que tiene siglos y que es codiciado en otras partes del mundo”.
Los salangueños de esta era no sabían demasiado de estas piedras que por mucho tiempo se usaron para que las mujeres amasaran el verde y prepararan la comida. “Como no había licuadora tenían que majarlo todo a mano”, dice Gary.
En Grecia, ese territorio donde se construyeron los mitos occidentales, los buzos a pulmón (llamados también apneístas) organizan anualmente competencias que emulan el modo de pescar de los antiguos, con una piedra atada al cuerpo, sin aletas y sin trajes de buzos.
Los vestigios que se han encontrado en esta tierra, los muñecos de arcilla y barro que imitan la figura de buzos deslizándose en el fondo del mar dan señales de que en estas costas del Pacífico se exploraba el fondo del océano de la misma manera que en Grecia.
La introducción al museo, siempre abierto y vacío, dice que “desde la más remota antigüedad, los buzos de Salango arrancaban moluscos valiosos del fondo de nuestros mares como la ostra dentada, la spondylus y la concha perla”.
La spondylus era valorada por su grandeza, sus joyas y su comida. El spondylus era más codiciado que el oro y los salangueños dominaban el negocio creando nuevas tecnologías para obtenerla de los arrecifes.
Las investigaciones arqueológicas demuestran que donde se ubica actualmente Salango existió un gran centro de procesamiento de conchas para la manufactura de amuletos.
Tal vez, solo así se explica que en este lugar no le teman a las profundidades del mar y que entre sus habitantes haya más de 100 buzos. “Aquí todos aprenden a hacerlo, desde el más chiquito hasta el más grande. Es la necesidad. Yo quisiera que ya mis hijos solo lo hagan por diversión porque uno sabe los peligros que hay”, dice Gary.
Wilmer Guillén descansa en su casa de madera frente al mar. Duerme con su nieto en una hamaca. Sobre él cuelgan chalecos de buceo y redes. Dejó de pescar hace 20 años. Cuando empezó a hacerlo tenía 12 años y sabía que entre las rocas, donde hay profundidades de hasta 17 metros están los mejores peces.
Aprendió a bucear a pulmón con un visor y unas aletas. Entonces ataban una pequeña roca a la superficie con una cuerda, para guiarse debajo del océano. Cuando estaba a media agua botaba el aire para llegar hasta abajo y pescar. Así capturaba esos peces grandes como el huayaipe, la cherna y el pargo.
En sus trabajos mar adentro conoció buzos de piscina, de “agua muerta” que dejaron hundir barcos porque no saben que el “agua viva”, el agua del océano también depende de la fuerza de las corrientes. Él no sabía de la existencia de centros de distribución de spondylus que existían en el pasado en su natal Salango.
Hubo un tiempo, en esta nueva era, en el que su pesca se popularizó. Fue paralelamente al boom petrolero. Pescadores de otras partes se llevaban gavetas enteras de spondylus todos los días, de todos los tamaños hasta que se terminó. Su fin fue en el tiempo en el que todo Ecuador quebró con la crisis bancaria de un inicio de siglo.
Es lunes y a la caseta de Gary, dos años después del terremoto, llega un vecino. “¿Tiene sed?”, le pregunta el anfitrión del lugar. “Es lunes y yo respeto”, contesta. A Gary no le importan los días, aquí los ciclos del tiempo se disfrutan con las condiciones del mar. “Pero si quiere mandar a pedir cervezas aquí todos tenemos sed”, contesta su invitado. (I)
Datos
Veda permanente
→En 2009 se hizo un acuerdo ministerial en el cual se estipula la veda permanente “del recurso concha spondylus calcifer y spondylus princeps sobre cualquier forma de captura, transporte, comercialización y consumo”.
17 En esos metros de profundidad se encuentran los mejores peces, dicen los buzos de Salango.
Estudios spondylus
Uno de los parámetros que establece el acuerdo ministerial es la realización de estudios sobre el crecimiento de este molusco. Varios comuneros tienen sus hipótesis sobre el tema. (I)