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Ecuador, 23 de Diciembre de 2024
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El Telégrafo
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Los damnificados construyeron pequeños cuartos con las planchas de zinc que cubrían sus moradas

En La Cruz se cayeron todas las casas

Las más de 200 personas del sector dejaron sus casas. Duermen en las partes despejadas del barrio. Se turnan para hacer guardias y permanecen en alerta.
Las más de 200 personas del sector dejaron sus casas. Duermen en las partes despejadas del barrio. Se turnan para hacer guardias y permanecen en alerta.
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Desde el mirador de La Cruz se escucha maquinaria trabajando. El sonido de las retroexcavadoras es incesante. Hay camionetas, camiones y otros vehículos con personas que llegaron a Bahía de Caráquez con ayuda para los damnificados por el terremoto del sábado 16.

En la parte más alta de la localidad, Mariano Vite ve de lejos la actividad de la que ha sido su ciudad por 30 años (es originario de Río Canoa, San Vicente). Hasta el mirador llega el bullicio de las sirenas de la Policía y se observan las zonas más afectadas.

Su casa es una de las 56 que hay en el barrio de La Cruz. Le quedan algunos pilares en pie y parte de paredes que no se cayeron con el remezón de hace dos semanas. “Con mi hijo Jairo sacamos a mi esposa, Ramona Zambrano, quien había entrado en estado de pánico”, cuenta brevemente Mariano sobre la manera en que vivió el terremoto.

En el barrio donde vive este ciudadano no quedó ninguna casa en condiciones de ser habitada. Todas sucumbieron tras el poderoso movimiento telúrico. Son más de 200 personas las que quedaron en la calle. Algunas se instalaron en la loma que está en el ingreso al sector, mientras Mariano y otras personas optaron por usar las hojas metálicas del techo de sus casas para construir cuartos. Las paredes se levantaron con las láminas en mejor estado.

A las pocas personas que llegan hasta el barrio, este ciudadano las lleva hasta el mirador donde está una cruz de concreto de 19 metros de alto.

Su costo fue de $ 250.000 y sigue en pie tras el temblor de 7,8 grados. Casi nadie se atreve a subir por las escaleras internas de la estructura. “Tienen miedo de que la tierra empiece a remecerse con ellos arriba”.

También está en el recorrido Enrique Valencia, otro damnificado, quien cuenta que la ayuda se las entregan solo los militares. “Las personas solidarias que traen alimentos, agua y similares no pueden llegar hasta donde nos encontramos nosotros. Quienes están más abajo les dicen que acá no hay nadie”.

Enrique acota: “Además, les manifiestan que en nuestro sector roban y que es la zona más peligrosa de Bahía”.

Al ver la sede social del mirador, entre Mariano y Enrique cuentan los momentos que vivieron los habitantes en el momento del desastre. “Casi todos estaban aquí, porque había una matiné. Los niños jugaban y todo era felicidad, con música a todo volumen. De pronto empezó el remezón y las luces se apagaron. Lo más triste es que a una vecina (Katty Véliz, de 33 años) le cayó una pared y murió, fue la única víctima acá”, precisó Enrique. “Uno sabe dónde nace, pero no dónde muere”, añade con pesar Mariano.

Al regresar a la zona en la que se levantaron las frágiles estructuras, tras pasar por un pasillo en el que hay un pedazo de techo de plástico que está por caer, aparece Ruddy Valencia, quien de inmediato pita. Es el guardia improvisado del sector. Tiene una escopeta de un tiro, la que debe recargar cartucho por cartucho en caso de una emergencia. “Aquí nos cuidamos entre todos, somos una sola familia”.

Ruddy está cerca de un cerdo que yace acostado en la sombra de una casa cuya planta baja ya no existe. “Este chanchito llegó después del terremoto. No sabemos de quién es. Lo alimentamos y nos lo vamos a comer todos, ya cuando pase todo esto y estemos más tranquilos”, dice el celador, mientras soba al animal.

En La Cruz hay historias similares de todos sus moradores. Uno de ellos es Humberto Quijije, quien dice que casi cayó por el barranco. “La pared de atrás de la casa cedió y mi mujer (Mariana Velásquez), que se estaba bañando, también se pudo caer”.

Las rondas de Ruddy y de otras personas que cuidan se intensificaron desde que María Gómez y su familia salieron por unas horas a buscar provisiones. “Nosotros teníamos una moto que después del terremoto se quedó atrapada bajo una pared. Cuando regresamos, ya se la habían robado”.

Después de hablar con sus vecinos, Mariano se fue hasta el mirador. Observa el movimiento de Bahía y no deja pensar en lo perdido, pero dice: “Tranquilo maestro, que de esta nos levantamos”. (I)

Mariano Vite acude diariamente a lo que queda de su casa, para sacar las pocas pertenencias que pueden ser útiles. Foto: Rodolfo Párraga / El Telégrafo

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