Ojo al medio
“No soy casada para que me digan señora, podrían decirme ‘profe’, al menos”
Su mirada es profunda. Sus gestos suaves. Y su voz entona una mezcla de tonos costeños y serranos. Su amabilidad y sencillez desbordan cualquier formalidad. Todo en ella refleja una personalidad de mujer madura, con solo 25 años, como si lo recorrido hasta ahora fuese una vida entera.
De hecho, admite que empezó temprano a luchar por sí sola, como cuando se perdió en el metro de Buenos Aires o cuando se iba en bus muy niña acá en Ecuador. Hay un afán de demostrar que quiso enfrentar la vida como si fuese un reto superable sin necesidad de la experiencia que dan los años y las caídas.
Y así también afronta ahora una de esas responsabilidades que nadie imaginaría sobre sus hombros como mujer, y mujer joven: ser la directora de la primera selección femenina de fútbol que llega a un mundial de ese deporte, sin contar con una liga profesional que le dé soporte y experiencia para un reto de tal magnitud. Nunca antes, en un mundial, hubo un o una DT de esa edad.
Vanessa Aráuz llegó a EL TELÉGRAFO, el miércoles pasado, en su propio auto, “un último modelo del 78”, como ella misma lo cuenta con una sonrisa dulce y pícara. Y se fue a pie de nuestras instalaciones porque nunca nos dijo que su auto lo dejó como a dos cuadras y media de aquí, porque no sabía por dónde entrar. Se fue como esa muchacha que sale de la escuela, colegio o universidad tras recibir clases (en este caso fue tras darnos una clase de sapiencia futbolística y humana sin igual).
Antes de irse compartió con toda la Redacción, conoció la planta impresora, se tomó fotos con cuanto empleado -periodista, diseñador o fotógrafo- se lo pidió. Pero lo fundamental fue la entrevista: un diálogo con cuatro ‘machos’ cuidando no tocar esas membranas del machismo que ella cuestiona, pero al mismo tiempo prevenidos de no caer en esos deslices de los periodistas deportivos que hablan del fútbol femenino bajo los códigos del masculino como si en el uno y el otro caso las cosas fuesen igual.
Esta entrevista fue al mismo tiempo un descubrimiento y un aprendizaje para los periodistas y ojalá ahora para los lectores. Descubrir a una mujer con una formación técnica y humana, ejerciendo un cargo donde lo que menos uno imagina es que detrás exista un gran bagaje intelectual, conlleva una seria reflexión del nivel que adquiere esta profesión en la contemporaneidad. ¿Será exagerado decir que Vanessa es por ahora un Bielsa o un Guardiola en potencia o en plenitud? Quizá no.
La entrevista fue un aprendizaje que agradecemos porque conocimos en realidad por qué Ecuador pudo clasificar a un mundial femenino de fútbol, a pesar de la poca hinchada que le acompañó en la parte final de la Copa América y en el primer partido del repechaje con Trinidad y Tobago. De verdad, la llamada ‘Tri’ femenina clasificó porque cuenta con una directora técnica que sabe lo que hace y entiende que el fútbol no solo es jugar, sino también estímulo, estudio, pasión, lecturas, atención a sus pupilas, sin descontar algo que me ha impactado: demanda de reconocimiento pleno a su condición de mujer. Por eso, cuando critica y reclama que los periodistas le digan señora y no directora o ‘profe’, como se hace con los otros técnicos, también deja en claro que hay en su concepción de vida un feminismo para nada fanático, todo lo contrario.
Estamos ya (no me cuesta decirlo, como le dije a ella algo nervioso) ante un personaje histórico. En otras palabras: con lo que hizo y dice, tenemos por delante a una mujer que inscribe sus palabras y acciones en la historia de este país, en la historia del feminismo nacional, sin arrogancia ni poses.
Es que la misma Vanessa lo dice sin querer, con su firmeza de conceptos y con esa ternura para hacerse entender: hay machismo, sexismo e intolerancia. En tres ocasiones reconoció que tuvo ganas de regresar a reclamar o insultar a la gente que le ofendía o decía cosas como si lanzara al viento un papel.
Y, permítanme la confesión, me sacó lágrimas cuando contó que en el partido ante Argentina, en Quito, no estuvieron sus padres, pero sí su abuelita, que padece de ‘vejez’. Cuando acabó el partido, junto a mis hijas estábamos felices y vimos a una Vanessa eufórica que saltaba y señalaba a la tribuna con su dedo índice. Le dedicaba a su abuelita, aunque ella no supiera que habían ganado un partido o que su nieta era la gran artífice de ese éxito profesional.
Son relatos-confesiones que salen de un alma buena, de un espíritu noble y de una necesidad de contar lo que vive, como parte de su propia exploración espiritual más íntima. Por eso, cuando ya terminábamos la entrevista, parecía que no quería irse, que estaba dispuesta a decir y contar muchas cosas más; y nosotros, por respeto o quién sabe por qué más, actuamos con mucho recelo. Como nos dijimos con Lucho, Elías y Alejandro: nunca antes habíamos hecho una entrevista -sobre fútbol- tan conmovedora y vivificante.
Por ahora todavía resuenan sus palabras y algo de sus dos o tres carcajadas. Pero sobre todo quedan muchas de sus enseñanzas sobre lo que es la condición humana cuando enfrenta y afronta situaciones concretas y muy especiales.
Vanessa no aceptó de primera mano ser la directora técnica de la selección femenina de fútbol de Ecuador, nos explicó. A su corta edad, asumir tamaña responsabilidad conllevaba un riesgo de doble filo: primero, no tener la experiencia necesaria para un cargo de tal envergadura y, al mismo tiempo, asumir y fracasar implicaba posiblemente el fin de su carrera o un bache doloroso.
Por eso ahora todo es más estimulante. Quizá por eso también entiende que los éxitos no son llenarse de plata o pura farandulería. Para ella son un gramo de sabiduría en un largo camino para el conocimiento propio.
Incluso, aunque no lo diga, su juventud y su generación son otra forma de ver y afrontar el mundo, con mayor seguridad y herramientas para colocar a Ecuador en otro escenario, ya no el del fracaso, sino para escalar posiciones en un universo mucho más competitivo y complejo.