Punto de vista
Una teoría de la conspiración monetaria internacional utiliza a Ecuador
¿Están Rusia, China y Ecuador confabulados para destruir el predominio del dólar? En Estados Unidos, las narrativas sobre conspiraciones son un ingrediente, muchas veces entretenido, de las construcciones culturales. En otras ocasiones, empero, la fantasía es proterva.
Un ‘Think Tank’ libertario sostiene que el Gobierno ecuatoriano articula la avanzada en la ‘nueva guerra económica’ contra Occidente. Para evidenciar el absurdo de esa proposición, se podría traer a colación las afirmaciones imprecisas efectuadas sobre nuestra economía y política. Pero esta opción ocuparía demasiado espacio. Por eso, y dado que la trama narrativa adquiere su sabor distintivo conforme delimita los intereses euroasiáticos, conviene mejor efectuar cuatro acotaciones críticas a un diagnóstico de la
situación internacional contemporánea que le atribuye capacidades inauditas a Ecuador y otros países de Unasur. Veamos.
El descontento con la arquitectura financiera internacional vigente no lo creó la izquierda latinoamericana ni lo monopoliza. Durante la década del 90, los gobiernos de los países desarrollados y algunos de sus sectores más conservadores expresaron su insatisfacción por las características de las instituciones de
Bretton Woods. Después de más de 130 crisis bancarias que pudieron haber sido evitadas, se observó que el FMI era “obsoleto, ineficiente y costoso”. Para garantizar el orden capitalista, entre otras cosas, se planteó la posibilidad de desplazar la gobernanza económica internacional hacia instituciones regionales. En ese sentido, por ejemplo, el Gobierno japonés propuso la creación de un Fondo Monetario Asiático en 1998. Ni fáctica ni normativamente, el regionalismo monetario emergió como una propuesta antiestadounidense.
Sin necesidad de que otros Estados le hagan guerra, Estados Unidos está perdiendo hegemonía. Por lo menos desde la guerra de Vietnam, la academia estadounidense debate sobre el incierto futuro del “poder americano”. Pero las angustias no terminaron por ese entonces. Cual consecuencia paradójica de las modificaciones generadas en el orden internacional por las políticas de liberalización, Estados Unidos ya no tiene las capacidades ni los recursos necesarios para lograr los resultados que desea. En un mundo multipolar moldeado por la dispersión espacial de los procesos productivos de las empresas transnacionales, Estados Unidos no podrá mantenerse como un Estado hegemónico. Este es un efecto no
intencionado de las nuevas formas de gobernanza privada y organización empresarial. El capital no tiene patria… y su lógica de acumulación conspira contra cualquier Estado por grande que fuese.
El carácter dominante de un país no está asegurado por la fortaleza de su moneda. En el seguimiento a los síntomas del declive estadounidense, se consolidó un área de investigación dirigida a determinar cómo la moneda de un país está relacionada con sus capacidades de política exterior. Desde aquella se ha intentado responder a interrogantes tales como ¿cuándo el dólar dejará de ser la moneda preferida en las transacciones internacionales? o ¿podrá el dólar mantenerse como principal moneda de reserva? Si bien las
respuestas varían según las evidencias históricas y los modelos analíticos utilizados, las investigaciones suelen destacar que los cambios en el sentido y magnitudes de los flujos comerciales espontáneos generan mayores condiciones de posibilidad para la preferencia privada por una moneda determinada. Aunque son
conformadas por millares de decisiones autónomas de agentes económicos, la trayectoria de esas preferencias no puede ser alterada significativamente por un país pequeño. Imaginarse lo contrario es audaz.
La “guerra de las monedas” no es una opción óptima para China. Los neoconservadores estadounidenses creen que China quiere imponer el yuan. En la prospectiva a corto plazo -un lapso que en la lógica asiática puede durar décadas- esa apreciación es errada. Si bien China solicitó que se reconozca a su moneda entre la canasta de divisas utilizables para conformar reservas monetarias, la internacionalización del Renminbi tiene como propósito facilitar los movimientos de capitales hacia y desde China. Este objetivo es perseguido con cautela porque su estabilidad política depende de ‘endogenizar’ el crecimiento económico. Tener “la moneda más fuerte” del planeta no es siempre un buen negocio. Por eso, a pesar de las presiones emanadas desde la tecnocracia occidental, China no ha querido correr con la responsabilidad de convertirse en un ‘hegemón’ monetario ni siquiera regional. Una vez efectuadas estas acotaciones, que deberían ser conocidas por quienes viven en el ambiente intelectual y político estadounidense, conviene concluir preguntando: ¿por qué y para qué emana una narrativa cuya pretensión es denunciar supuestas causalidades contundentes estableciendo correlaciones antojadizas sobre lo que hacen o no los Brics, Unasur y Ecuador? (O)