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Nuevas tendencias del sindicalismo en el siglo XXI

Nuevas tendencias del sindicalismo en el siglo XXI
23 de octubre de 2015 - 00:00

Se debe compartir la apreciación de que a partir de la década del 80 el movimiento sindical sintió decrecer su peso histórico estructural y coyuntural. ¿Por qué? hay muchas respuestas: el aparecimiento de las nuevas tecnologías, formas de trabajo, intensidad laboral y normas, el crecimiento de la informalidad en el segmento de trabajadores autónomos o independiente y el advenimiento del capitalismo en su fase neoliberal y su cultura individualista que desvalorizó todo lo colectivo debilitando la solidaridad, la cooperación y la ayuda mutua como práctica cultural humana.1

En este marco, para el movimiento sindical y movimientos sociales  ha llegado la hora de un cambio de época, de construcción de un nuevo tipo de Estado y de organización sociopolítica, económica, cultural y ambiental.

Vivimos una compleja transición  de modelos sociales periféricos, dependientes, monopólicos, oligárquicos, injustos y excluyentes e inequitativos a modelos sociales soberanos, independientes, democráticos protagónicos, altamente participativos, populares, incluyentes, equitativos y redistributivos.

Entonces, la pregunta: ¿Qué papel cumplen ahora los sindicatos y los movimientos sociales en la estructuración de esta Agenda Siglo XXI?

José de Souza Silva y Juan Cheaz,2 describen y definen los alcances del cambio de época en los siguientes términos: 1) una época histórica se caracteriza por un sistema de ideas, un sistema de técnicas y un sistema de poder dominantes; 2) una época histórica cambia cuando se transforman cualitativa y simultáneamente las relaciones dominantes de producción, de poder, de cultura y las formas de vivir la experiencia humana; y 3) el cambio de época se está dando en tres epicentros, el tecnológico con las nuevas tecnologías emergentes como biotecnología, nanotecnología y las nuevas tecnologías de información y comunicación; el económico que intenta construir un nuevo régimen de acumulación del capital posneoliberal en unos casos, o de acumulación socialista en otros; y cultural donde la sociedad no es considerada una máquina ni un mercado sino el espacio del buen vivir.

Este cambio de época demanda un nuevo papel histórico de las y los trabajadores.

La condición de trabajador en la economía, tanto en la producción como en la distribución, circulación y consumo, lo sitúa en un punto muy importante de promotor, impulsador y emprendedor de cambios y transformaciones sociopolíticas profundas y revolucionarias del siglo XXI.

René Ramírez advierte que la economía hasta hoy “… ha considerado una parte de la vida, centrada -exclusivamente- en la producción y el consumo de bienes y servicios”, que  el 96,6% de la población económicamente activa (PEA) “…lleva una vida alienada en el trabajo”, cuando la realidad demanda que la vida vaya más allá de la producción y el consumo y lo que se busca es maximizar el tiempo para el bien vivir, el de la vida plena, pacífica y digna de todos los ecuatorianos.

Todas sus acciones deberían estar dirigidas, en derecho, por dos grandes prioridades: La defensa irrestricta de los derechos laborales, la libertad sindical y el diálogo social.

Impulsar un nuevo modelo de desarrollo para el buen vivir, centrado en los principios de equidad, justicia social, innovación, eficiencia energética, cambio de la matriz productiva, cuidado del ambiente y  moderación en el consumo de medios materiales provenientes de los países centrales, altamente desarrollados.

Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), en el mundo 35 millones de personas han perdido el empleo desde 2008. En Europa el desempleo ha llegado a un promedio de 10,4%, el índice más alto desde el año 2000,5 mientras en América Latina la tasa de desempleo abierto pasó de 10,4 en el año 2000 a 6,2% en 2013. Ecuador con mayor elasticidad y acierto en política económica pasó de 9,0% en el año 2000 a 4,7% en 2013.6

Ahora se habla y se demanda eficiencia y eficacia de las políticas públicas que definen, ejecutan y controlan los gobiernos democráticamente electos. Se demandan inversiones en educación, investigación, tecnología, innovación, protección del ambiente y otros.

Difícilmente una crisis económica se soluciona sino cuenta con los sindicatos, movimientos sociales, asociaciones y un apoyo popular sostenido.

La lucha contra el desempleo solo es posible si se cuenta con acciones profundas del Estado y de las empresas públicas, comunitarias y privadas, y, sin duda, de mercados internos y externos dinámicos, justos, solidarios y cooperantes.

Y una acción de prioridad nacional e internacional es la de integrar y proteger a los trabajadores y trabajadoras en relaciones de autoempleo o empleo informales.

Todo está por hacerse en este cambio de época. Nuevas realidades y nuevos actores. Nuevas amenazas y nuevas oportunidades. Se arrastran todavía deformaciones del pasado: la burocratización, los amiguismos en los cargos, el nepotismo, la falta de compromisos, la corrupción y su prolegómeno, la mala reputación y la desconfianza pública.

Mucho hay que hacer en el contexto de la Revolución del Trabajo, y en dos aspectos sustanciales: el de la unidad sindical consciente de los sectores más avanzados y lúcidos del movimiento laboral y la creación de estructuras democráticas internas que dé legitimidad social y política a las representaciones sindicales.

Hay un escenario nuevo de una dinámica sindical sociopolítica centrada en algunos ejes como la necesidad de desarrollar una gestión innovadora, producir formulaciones programáticas y propuestas de políticas creativas y constructivas, ejercer la crítica y autocrítica, desarrollar la democracia interna, construir la unidad sindical, manejar métodos alternativos de solución de conflictos y diálogo social, y otros como la demanda de los trabajadores de intervenir y promover políticas públicas que tengan que ver con los sistemas de seguridad social, políticas de salud y seguridad ocupacional, estrategias de empleo para la creación de trabajos dignos y cumplimiento de los derechos fundamentales de los trabajadores.

Los sindicatos y asociaciones laborales como la de trabajadores independientes o autónomos, no deben limitarse solo a la defensa exclusiva de sus intereses y derechos, deben asumir el papel de actores sociopolíticos activos que participen en los debates políticos y en la promoción de propuestas innovadoras, democráticas, solidarias, inclusivas y justas.

De un sindicalismo gremialista, economicista, verticalista, burocratizado y anclado al pasado se debe contribuir a un cambio de mentalidad sindical que coadyuve a remover la inmovilidad epistemológica predominante en varios dirigentes y bases que no les permite ver y sentir las nuevas realidades y oportunidades de las transformaciones del cambio de época que se generan en Ecuador como en el mundo. (O)

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