Contributio
Las élites y sus impuestos
Un impuesto tiene dos grandes características: (1) son establecidos por un poder único y dictatorial y (2) deben ser cumplidos por los ciudadanos. Actualmente los impuestos son establecidos por el Estado como representante del poder popular.
Sin embargo, no hace mucho era el rey, el señor feudal, la Iglesia o el encomendero quienes establecían los impuestos de forma discrecional, injusta y violenta; tal vez por esa razón es que los impuestos aún tienen mala prensa. Pero esta práctica no es tan remota, aún podemos ver que la mafia, el narcotráfico, la guerrilla o el paramilitarismo establecen pagas obligatorias a cambio de seguridad y paz.
De esa forma, esas estructuras de poder, que no son el Estado convencional y se establecen como Estados paralelos, tienen la facultad de establecer impuestos, pagas o cuotas bajo sus leyes.
Basta revisar la historia reciente de Colombia y su conflicto armado o la situación de los carteles de la droga en México para reconocer que el gobierno no es el único que establece impuestos.
Si el lector está de acuerdo conmigo, en que los impuestos son cualquier paga de obligado cumplimiento para beneficio de un agente que tiene el poder único de actuación y, por tanto, pueden ser establecidos por personas o grupos diferentes al Estado convencional, entonces, imaginemos que ese agente ya no es el Estado, la mafia o los paramilitares, sino que es simplemente el mercado monopólico, esa entelequia que a fin de cuentas está dominado por los poderosos que imponen sus reglas, límites y sanciones. Por lo tanto, coincidirá el lector que el mercado también fija impuestos para su propio beneficio.
Si los consumidores de ese mercado no pueden hacer nada para evitar que impongan los precios que los poderosos quieren fijar; si los pequeños productores no pueden hacer nada para competir porque las élites han cooptado a proveedores y definen el precio que les quieren pagar; si los ciudadanos no somos capaces de protestar o quejarnos porque esconden los productos para subir los precios desde una ética propia de especuladores y rentistas; si no somos conscientes de que estamos sitiados por el mercado omnipresente y sentimos los abusos como algo normal, entonces ¿por qué no llamamos las cosas por su nombre?
Las élites económicas de este país establecen impuestos que aumentan su desenfrenada acumulación de riqueza. No hay diferencia entre la mafia, la guerrilla o los grandes grupos oligopólicos en el sentido que todos ellos tienen el poder de fijar impuestos, tasas o cuotas.
El incremento del precio es el impuesto o cuota que ellos imponen por ser los dueños de la riqueza, por ser los nuevos señores feudales del mercado concentrado y voraz.
Aquellos analistas y académicos que defienden el statu quo dirán que la fijación de precios por prácticas oligopólicas no puede ser catalogada como un impuesto, porque los consumidores siempre tienen la libertad de comprar en otro lugar.
Me pregunto, ¿somos realmente libres de comprar víveres en un establecimiento diferente a las cadenas más grandes de supermercados? Sería reduccionista pensar que la libertad se mide únicamente por la decisión autárquica de ir a la tienda de la esquina o comprar en un gran supermercado.
Hay que elevar el debate y reconocer que el sistema de mercado en Ecuador fuerza a los ciudadanos a comprar donde el mercado lo establece, obliga a que el consumidor vaya al supermercado y no que el supermercado vaya a la gente, como ocurre en otras partes del mundo.
Por lo tanto, si la ciudad está absolutamente capturada por las grandes cadenas, ¿cómo podemos considerarnos libres de elegir? La libertad de elegir es una quimera que los medios de comunicación y los especuladores quieren que creamos; no hay tal libertad: somos presos del mercado oligopólico.
El planteamiento que he esbozado no está en los libros de texto, sin embargo, el concepto no es tan lejano a lo que en las décadas del 80 y 90 se conocía como el “impuesto inflación”, popularizado por la doctrina neoliberal que satanizó al Estado como el creador de la inflación. Ahora también habría que preguntarse si ¿con la inflación solo se beneficiaba el gobierno o si eran los grupos rentistas que no querían ver afectada su tasa de ganancia?
Si gran parte de la inflación era producto de los especuladores, entonces ¿el famoso “impuesto inflación” no era también un impuesto fijado por el sector privado?
El propio neoliberalismo hizo famoso al “impuesto inflación” como una inconducta del Estado; esta misma realidad hoy nos da la contundencia para confirmar que los grandes oligopolios de este país establecen impuestos a los ciudadanos fijando precios a su antojo, escondiendo productos y especulando como esencia de esa cultura rentista tan arraigada en la ética empresarial ecuatoriana.
En las últimas semanas, las redes sociales, los mayores formadores de opinión en la actualidad, han sido presa de la dominación del discurso de las élites.
Los consumidores, que son los primeros afectados, deberíamos estar protestando en contra del atropello del mercado.
Pero por el contrario, legitimamos la ética rentista y especulativa como algo normal. En la década del 90 era parte del paisaje económico ver cómo se especulaba con los precios y hoy nos sigue pareciendo que es parte del sentido común.
Basta ya de aceptar y hasta justificar los impuestos de las élites económicas, que van en beneficio de unos pocos, y por el contrario, rechazar los impuestos del Estado que son la contribución de todos para construir una sociedad más justa.