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Las élites y sus impuestos

Las élites y sus impuestos
28 de marzo de 2015 - 00:00

Un impuesto tiene dos grandes características: (1) son establecidos por un poder único y dictatorial y (2) deben ser cumplidos por los ciudadanos. Actualmente los impuestos son establecidos por el Estado como representante del poder popular.

Sin embargo, no hace mucho era el rey, el  señor feudal, la Iglesia o el encomendero quienes establecían los  impuestos de forma discrecional, injusta y violenta; tal vez por esa razón es que  los impuestos aún tienen mala prensa. Pero esta práctica no es tan remota, aún podemos ver que la mafia, el  narcotráfico, la guerrilla o el  paramilitarismo establecen pagas obligatorias a cambio de seguridad y paz.

De esa forma, esas estructuras de poder, que no son el Estado  convencional y se establecen como Estados paralelos, tienen la facultad de establecer impuestos, pagas o cuotas  bajo sus leyes.

Basta revisar la historia reciente de Colombia y su conflicto armado o la situación de los carteles de la droga en México para reconocer que el gobierno no es el único que establece impuestos.

Si el lector está de acuerdo conmigo, en  que los impuestos son cualquier paga  de obligado cumplimiento para beneficio de un agente que tiene el  poder único de actuación y, por tanto,  pueden ser establecidos por personas o  grupos diferentes al Estado convencional, entonces, imaginemos que ese agente ya no es el Estado, la mafia o los paramilitares, sino que es simplemente el mercado monopólico,  esa entelequia que a fin de cuentas está  dominado por los poderosos que imponen sus reglas, límites y sanciones.  Por lo tanto, coincidirá el lector que el mercado también fija impuestos para su  propio beneficio.

Si los consumidores de  ese mercado no pueden hacer nada para evitar que impongan los precios que los poderosos quieren fijar; si los pequeños  productores no pueden hacer nada para  competir porque las  élites han cooptado  a proveedores y definen el precio que les  quieren pagar; si los ciudadanos no somos capaces de protestar o quejarnos porque esconden los productos para  subir los precios desde una ética propia  de especuladores y rentistas; si no somos conscientes de que estamos sitiados por el mercado omnipresente y sentimos los abusos como algo normal,  entonces ¿por qué no llamamos las cosas por su nombre?

Las élites económicas de este país establecen impuestos que aumentan su desenfrenada acumulación de riqueza.  No hay diferencia entre la mafia, la guerrilla o los grandes grupos oligopólicos en el sentido que todos  ellos tienen el poder de fijar impuestos, tasas o cuotas.

El incremento del precio es el impuesto o cuota que ellos imponen por ser los dueños de la riqueza, por ser los nuevos señores feudales del mercado concentrado y voraz.

Aquellos analistas y académicos que  defienden el statu quo dirán que la  fijación de precios por prácticas oligopólicas no puede ser catalogada  como un impuesto, porque los  consumidores siempre tienen la libertad  de comprar en otro lugar.

Me pregunto, ¿somos realmente libres de comprar  víveres en un establecimiento diferente  a las cadenas más grandes de supermercados? Sería reduccionista pensar que la libertad se mide  únicamente por la decisión autárquica de ir a la tienda de la esquina o comprar en un gran supermercado.

Hay que elevar el debate y reconocer que el sistema de mercado en Ecuador fuerza a  los ciudadanos a comprar donde el mercado lo establece, obliga a que el  consumidor vaya al supermercado y no  que el supermercado vaya a la gente, como ocurre en otras partes del mundo.

Por lo tanto, si la ciudad está absolutamente capturada por las grandes cadenas, ¿cómo podemos considerarnos libres de elegir? La  libertad de elegir es una quimera que los medios de comunicación y los especuladores quieren que creamos; no hay tal libertad: somos presos del mercado oligopólico.

El planteamiento que he esbozado no  está en los libros de texto, sin embargo,  el concepto no es tan lejano a lo que en  las décadas del 80 y 90 se conocía como  el “impuesto inflación”, popularizado por la doctrina neoliberal que satanizó al  Estado como el creador de la inflación.  Ahora también habría que preguntarse si  ¿con la inflación solo se beneficiaba el gobierno o si eran los grupos rentistas que no querían ver afectada su tasa de  ganancia?

Si gran parte de la inflación  era producto de los especuladores, entonces ¿el famoso “impuesto  inflación” no era también un impuesto  fijado por el sector privado?

El propio  neoliberalismo hizo famoso al “impuesto  inflación” como una inconducta del Estado; esta misma realidad hoy nos da  la contundencia para confirmar que los  grandes oligopolios de este país establecen impuestos a los ciudadanos  fijando precios a su antojo, escondiendo productos y especulando como esencia de esa cultura rentista tan arraigada en la ética empresarial ecuatoriana.

En las últimas semanas, las redes sociales,  los mayores formadores de opinión en la actualidad, han sido presa de la dominación del discurso de las élites.

Los  consumidores, que son los primeros afectados, deberíamos estar protestando  en contra del atropello del mercado.

Pero  por el contrario, legitimamos la ética rentista y especulativa como algo normal.  En la década del 90 era parte del  paisaje económico ver cómo se especulaba con los precios y hoy nos sigue pareciendo que es parte del sentido común.

Basta ya de aceptar y hasta justificar los impuestos de las élites económicas, que van en  beneficio de unos pocos, y por el contrario,  rechazar los impuestos del Estado que son la contribución de todos para construir una sociedad más justa.

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