Punto de vista
La crisis plantea razones para el Banco del Sur
A diferencia de lo que sucedió en Europa después de la Segunda Guerra Mundial, América Latina no logró superar el carácter lento y precario de sus procesos de integración y cooperación económica. En los últimos cincuenta años, nuestros países experimentaron diversos modelos de crecimiento y crisis de todo tipo. No obstante, ni los cambios políticos ni las debacles económicas bastaron para infundirles a los Estados de una voluntad integradora que efectivice las usuales grandilocuentes declaraciones emitidas en los encuentros internacionales.
En la práctica, una y otra vez, se ha impuesto una lógica de conducta gubernamental que no puede o no quiere asumir los beneficios que la acción colectiva le podría proporcionar a cada país. En el trasfondo de esta circunstancia -así como en cualquier otra que involucre intereses económicos concretos de empresas y naciones- las causas de la preferencia por las estrategias unilaterales no tienen mucho que ver con la obstrucción intelectual o la tozudez ideológica. Aquellas suelen estar más relacionadas con la ausencia de incentivos para el cambio que emanen de la afectación a esos mismos intereses.
Por ello, paradójicamente, el Banco del Sur y el Fondo del Sur, dos pilares para una nueva arquitectura financiera regional sudamericana, podrían tener una buena oportunidad para efectivizarse en un plazo relativamente corto. Durante la IV Cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac), el desafío para los participantes radicará en poder evidenciar su importancia en las actuales circunstancias. A ese efecto, los argumentos a favor de los nuevos instrumentos regionales deberían estructurarse con contundencia y partiendo del reconocimiento de los intereses particulares de cada país. En caso contrario, no se podrá superarlos.
Si la Cumbre no arroja compromisos que impliquen colocar capitales para la operación del Banco del Sur, el funcionamiento de la economía global capitalista develará por sí mismo la necesidad del regionalismo monetario y financiero... y lo hará con mayor vehemencia que cualquier retórica. En los próximos años, por no decir en la próxima década, ninguna empresa o país sudamericano estará inmune a experimentar, “en su propio bolsillo”, los efectos de una contracción mundial que, en última instancia, es generada por patrones de distribución del ingreso temerosos y reacios a ampliar la demanda de “los de abajo”.
Siendo así, conviene anticiparse a los golpes e interpelar a los países recordándoles que, primaria y principalmente, un bien público regional beneficia a quienes lo conforman. Nos guste o no, esa suele ser la motivación egoísta que subyace a la acción colectiva entre Estados. (O)