La agricultura familiar, clave para asegurar la soberanía alimentaria
El Ministerio de Agricultura Ganadería, Acuacultura y Pesca (Magap) organizó la semana pasada un taller nacional de definición de la agricultura familiar en Ecuador. Si bien ya hay definiciones para este sector de parte de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), o del Mercosur, era importante acercarse a la realidad nacional.
Tres millones de personas viven de la agricultura familiar en Ecuador. Ellos producen la mayor parte de la alimentación del país, asegurando así la soberanía alimentaria nacional. Este sector no está valorizado, al contrario, los pequeños agricultores, especialmente si son indígenas, son a menudo despreciados, considerados como atrasados, poco productivos y condenados a la pobreza en sus minifundios.
La iniciativa del Magap es el primer paso para definir políticas. De hecho, la realidad es compleja y diferente según las regiones (Costa, Sierra, Amazonía), y también según las nacionalidades indígenas que allí habitan.
El enfoque exige una visión completa, ya que en el campo no solo se desarrolla la actividad agrícola, sino también otras, como las culturales, artesanales y de servicios, entre estas las de salud, educación y administración.
La agricultura familiar, campesina y comunitaria cumple con diversas funciones: autoalimentación, abastecimiento de las ciudades, protección de la biodiversidad, conservación de la calidad de los suelos y del agua por su carácter generalmente orgánico, regulación comunitaria del agua y organización de circuitos comerciales cortos. Cuenta también con una fuerte implicación femenina.
A finales de la década del 80, el Banco Mundial había fomentado los monocultivos de exportación como solución a los países del sur. Promovió también la contratación de los pequeños campesinos por las empresas nacionales o internacionales, con una sumisión completa a la lógica empresarial. Este sistema ignoraba las “externalidades”, es decir los daños ambientales y sociales.
Pero un cambio tuvo lugar en 2008, cuando después de una consulta de más de 400 especialistas, conjunto con la FAO, la banca llegó a la conclusión de que la agricultura campesina tenía un valor agregado superior a los monocultivos por sus múltiples funciones sociales, culturales y ecológicas. Una de estas funciones es asegurar la soberanía alimentaria.
Olivier De Schutter, antiguo relator especial de las Naciones Unidas para el Derecho a la Alimentación lo subrayó a menudo. El “desarrollo” no puede significar su perdida, como en el caso de Corea del Sur, que debe importar el 78% de su alimentación. Por otra parte, cuando se destruye el campesinado, como en Cuba con el histórico monocultivo de azúcar o en Venezuela con la renta petrolera de las décadas del 60 y 70, reconstruirlo con nuevas políticas agrarias es muy difícil.
Futuro del sector
Existen condiciones concretas que pueden asegurar la eficacia de la agricultura campesina.
Una distribución equitativa de la tierra es la primera y se sabe que Ecuador tiene una de las situaciones más desiguales del continente. Una segunda es garantizar la producción con el uso de semillas propias, el acceso al crédito y la implementación de nuevas herramientas. La tercera condición consiste en favorecer la comercialización por circuitos cortos, transportes adecuados e infraestructura rural suficiente. Finalmente se trata de enriquecer la vida social y cultural de los pueblos y de las comunidades, única manera de responder a las aspiraciones de los jóvenes.
Desde luego, una reforma agraria no puede solamente consistir en una repartición de tierras, creando más minifundios.
Debe abarcar el conjunto de la vida rural, con sus dimensiones económicas, sociales y culturales. A estas condiciones, la agricultura familiar campesina podrá contribuir a la nueva matriz productiva, evitando la importación de alimentos y cuidando el patrimonio natural para el futuro.
También, ella ofrece una solución para salir de la pobreza, haciendo de millones de personas, actores sociales y no solamente beneficiarios de bonos humanitarios.
En Ecuador la promoción de la agricultura campesina tiene posibilidades reales. Hay organizaciones de base, campesinas e indígenas, experiencias concretas (35.000 unidades de agricultura orgánica), mujeres campesinas e indígenas combativas, organizaciones voluntarias (cooperativas, asociaciones) y órganos gubernamentales (investigación, crédito, herramientas, comercialización), pero en las instituciones de este sector hay falta de personal, de medios y de apoyo político.
El Año Internacional de la Agricultura Familiar de las Naciones Unidas ofrece la oportunidad para que el país haga de la agricultura una prioridad. Eso permitiría en primer lugar revisar y limitar las actividades agrícolas que acaban con la biodiversidad, contaminan los suelos y las aguas, generan un alto nivel de emisiones de gases de efecto invernadero, disminuyen el empleo, aceleran las migraciones internas y externas, damnifican la salud de los trabajadores y de la población.
En segundo lugar promover un nuevo dinamismo a una agricultura familiar campesina y comunitaria, todavía marginalizada, pero considerada internacionalmente como una solución de futuro.
*Profesor del Instituto de Altos Estudios Nacionales (AEIN)