El volcán ofrece una convivencia “nativa” y glacial
Nombres de visitantes se suman día a día a la lista de los comuneros de Santa Ana, quienes tienen, para su principal oferta turística, un nombre poético: la ruta de los hielos. El objetivo es, a fuerza de un nuevo concepto de turismo, mejorar la calidad de vida de las familias de las comunidades indígenas de Pulingui, Santa Ana, Yana Yaku y Razu Ñan, en la provincia de Chimborazo.
Luego de 11 años de trabajo, la empresa Puruha Razurku (Monte Nevado del Pueblo Puruhá), inicia sus operaciones. Sus accionistas son los miembros de 11 comunidades indígenas de la provincia de Chimborazo, en la Sierra ecuatoriana.
Estas comunidades se encuentran ubicadas al pie del coloso y, a esta ventaja, se le añade como un atractivo singular un personaje simbólico del pueblo Puruhá: don Baltazar Ushca, el célebre último hielero del Chimborazo.
El proyecto nació bajo la idea de cuidar el nevado y las plantas endémicas de sus alrededores. La obra cuenta con el respaldo de la Corporación para el Desarrollo del Turismo Comunitario de Chimborazo, (Cordtuch), organización que fortalece y difunde la riqueza cultural y los recursos naturales de la provincia, con el objetivo de mostrar su cosmovisión y diario vivir en un marco de preservación. Ofrece un espacio donde el visitante se informa de la cultura de Chimborazo antes de emprender el viaje.
Para Mirian Piray, gerente de la operadora turística Puruhá Razurku, la iniciativa surgió porque muchas operadoras que ofrecían la visita a estos lugares no dejaban ningún rédito a las comunidades, y es así que 11 comunidades decidieron unirse y aprovechar las bondades de la Pacha Mama que conocen a fondo, como una alternativa de ingresos económicos para las poblaciones.
Además, todos los comuneros tomaron conciencia sobre el cuidado del glaciar, y por ello surgió la unidad de comunidades para formar la Reserva de Producción Faunística del Chimborazo. Los lugareños recibieron apoyo del proyecto de los Pueblos Indígenas y Negros del Ecuador (Prodepine), cofinanciado por el BID, que realizó un plan de desarrollo social y ecoturístico para beneficio de la zona, capacitó a los guías y fomentó la introducción de alpacas como atractivo turístico.
La luz celeste del amanecer guía al viajero. Luego de tres horas y media de trayecto las nubes se dispersan y dejan a la vista el blanco nevado del coloso, el más alto del país.
Llegamos hasta la comunidad de Pulinguí a media hora de Riombamba, hasta el centro Turístico Comunitario Razu Ñan, sitio donde el polvo y el aire puro se unen para dar la bienvenida a los turistas.
La comunidad Pulinguí Centro es la sede para coordinar las operaciones de la ruta Razu Ñan. Esta localidad está conformada por 250 familias Kichwas Puruhas y está ubicada al noroccidente de la ciudad de Riobamba, kilómetro 18, inserta en la zona de amortiguamiento de la Reserva de Producción de Fauna Chimborazo. La temperatura promedio es de 5 °C en la noche y de 15°C durante el día, ya que está a una altura de 3.200 metros sobre el nivel del mar.
El atractivo principal de la zona es, obviamente, el nevado Chimborazo, que con sus 6.310 metros es la montaña más grande del Ecuador, y una de las 20 más grandes de Sudamérica. La comunidad mantiene una cultura viva de tradiciones milenarias; el trabajo de este sector fue, antes, el de cosechar el hielo del volcán para venderlo en la ciudad de Riobamba.
El periplo inicia con la visita al centro de interpretación ubicado en Riobamba, donde se informa sobre la cultura del pueblo ancestral.
El proyecto cuenta con servicio de guías nativos y una casa de información etnográfica, artesanal y arqueológica, mientras que la alimentación al visitante recoge toda la tradición gastronómica de la zona. Veinte guías son acreditados por el Ministerio de Ambiente y Ministerio de Turismo, dice Olmedo Baltazar.
Los alrededores del Chimborazo han sido habitados por los quichuas durante cientos de años, una cultura que reverencia al volcán como a un Dios: se dice que cuando el taita Chimborazo está de buenas con su mujer, la mama Tungurahua, todo funciona bien y se muestra en todo su esplendor.
Olmedo Cayambe, coordinador turístico de la localidad, dice que este trabajo es bien duro, “hay mucho que inician pero no son permanentes. Para este trabajo hay que tener paciencia y mucha dedicación”.
Las mujeres de la localidad fabrican prendas en lana de borrego, que luego son comercializadas entre los visitantes. La idea del grupo de mujeres es fomentar una caja de ahorro que les permita mejorar su productividad y, por ende, su economía.
Norma Toaza, representante del grupo de mujeres Sumak Aguana, se dedica a elaborar platos típicos de la zona a la vez que ofertan otras artesanías para que los turistas se lleven de recuerdo.
El ascenso a la cumbre se realiza tres veces por semana, común recorrido de al menos tres kilómetros de caminata mientras que el resto de la comunidad continúa con sus actividades diarias.
Al superar los 3.000 metros comienza un vertiginoso ascenso de donde se observa el valle que alimenta a Riobamba. Esta es la tierra del viento, la tierra del pajonal, especie adaptada al frío que permite la vida y proporciona al hombre un material invaluable. Tras casi una hora de camino desde el pueblo se encuentra aquella zona, la del pajonal.
La paja ha sido utilizada tradicionalmente como material para fabricar las cuerdas para cargar hielo y otros objetos que hay que proteger del frío en medio de la nieve.
Olmedo y Baltazar son guías nativos y conocen la zona. Son parte de las 20 personas que se capacitaron. Los dos, desde niños, conocen la zona y se dedican a dirigir a los visitantes para que vivan las mejores aventuras y así vuelvan pero con más amigos. Juntos avanzan, guiando, con su indumentaria tradicional, con su poncho y sombrero para soportar las frías temperaturas andinas. Antes de empezar la caminata hacen un ritual para pedir por un mejor clima, pese a que las condiciones son muy favorables y el Chimborazo se muestra amigable con los visitantes. Este sendero de los hieleros es el más atractivo para los visitantes.
Hay más comunidades que se suman para hacer turismo comunitario. Algunas tuvieron apoyo económico de organizaciones de Canadá, Holanda y Francia; incluso, hasta hoy, reciben voluntarios, canadienses y franceses, en su mayoría, quienes apoyan en el mantenimiento de las llamas, talleres de artesanía, el tratamiento del agua, y otras actividades importantes, siempre de acuerdo con sus especializaciones.
Los paquetes turísticos que ofrecen para recorrer las bellezas de las comunidades van de un día hasta cuatro, y los costos van desde $30 hasta $190 por persona. Estos incluyen hospedaje, alimentación con los productos de la zona, y guías nativos del sector.
“Ahora los recursos se quedan en la misma comunidad y esa es la satisfacción”, sonríe Pasa. Hace años había empresas que los utilizaban para recorridos similares, pero los dividendos no se quedaban en la localidad. “La agricultura fue dejando de ser suficiente para sustentar a las familias”, explica Miguel Guamán, coordinador de Puruhá Razurku, la entidad que oferta los paquetes para la zona.
La comunidad incluso implementó un centro biológico para preservar las especies del páramo; estas iniciativas propician el mejoramiento de la calidad de vida de sus habitantes.
La zona cuenta con un bosque de polylepis; un desierto llamado Arenal, formado por la acumulación de ceniza a través del tiempo, y el Chimborazo, el nevado más alto del país (6.310 metros), en medio de la Reserva de Producción Faunística del Chimborazo, que alberga una gran diversidad de flora y fauna.
La comunidad de Pulinguí es un destino, además de otros excepcionales atractivos naturales: el “árbol solitario”, que crece a 4.200 metros de altura, y los numerosos riachuelos y manantiales que dan un encanto especial a las caminatas.
El pueblo Puruhá ofrece con el hospedaje la posibilidad de una convivencia directa con la cosmología indígena... Aquí se aprende a considerar los atractivos naturales como sagrados. La cultura indígena va ganándose un espacio (el de la gestión turística) que, por mucho tiempo los incluyó, pero condensando los réditos de la actividad a espaldas, muy lejos, de ellos. Hoy despliega múltiples expresiones artesanales, fiestas populares fecundas en música, bailes, gastronomía, con un añadido “moderno” de deportes de aventura, con largas caminatas, escalada a los nevados, paseos a caballo o descenso en bicicleta... La comunidad cree que, de alguna manera, está haciendo justicia. ¿Quién mejor para ofrecer la genuina posibilidad de conocer los secretos que alberga un coloso sagrado, que sus auténticos herederos naturales?