El viento lleva un aroma a profundo “dulzor quemado”
Desde la carretera que divide el kilómetro 26 de la vía Durán-Tambo, los hombres se ven como pequeños muñecos articulados. Diminutos puntos que se mueven machete en mano como en una danza perfectamente sincronizada. El cañaveral se mece suavemente con el viento, la vista no alcanza para distinguir la inconmensurable extensión del campo. Un pensamiento se instala en la cabeza: “nunca podrán con todo eso. La zafra quedará incompleta”.
La zafra es el acto de cosechar la caña de azúcar una vez que está pronta y madura. Los obreros la cortan a machete donde las máquinas no pueden entrar. Es un trabajo duro y rústico, sin adornos. Una vez cortada, la caña debe transportarse rápidamente, en camiones o volquetas, al ingenio, para evitar su deterioro por los microbios. Las cosechadoras cortan la planta y separan los tallos de las hojas con ventiladores. Una máquina puede cosechar 30 toneladas por hora, pero con el inconveniente de que daña la raíz o soca, disminuyendo el nacimiento de nuevas matas.
Son las seis y cuarenta de la mañana del martes 12 de julio. El día está gris, parece que en cualquier momento se largará la lluvia. El carro avanza y los hombres dejan de ser puntos y se convierten en seres reales; personas que transpiran con cada machetazo, pero que parecen ignorar el cansancio. Apenas se inmutan con la presencia de gente extraña que los mira trabajar. Su concentración inspira respeto. Con una mano toman la caña y con el machete en la otra la cortan casi a ras, apenas queda un insignificante pedazo agarrado a la raíz; luego completan la faena cortando las hojas y dejan el tallo limpio amontonado en largas hileras, listo para su recolección y transporte.
Hay un tenue olor a dulce quemado. El olor de la caña de azúcar recién cortada es incomparable. En el aire flotan negros trozos de hojas que se pegan en la ropa y la piel.
Los zafreros están cubiertos de pies a cabeza, tienen apariencia de ninjas de arrabales vestidos con retazos, la mayoría calza botas de caucho. Solo sus ojos se hallan libres de tela. Gina Calle, encargada de las relaciones públicas del ingenio La Troncal, dice que los trabajadores reciben todos los implementos para realizar su labor. Se distinguen por un uniforme azul, aunque ellos prefieren no usarlo para mantenerlo limpio.
La Troncal es administrado por la empresa Ecudos S.A. y está ubicado en la parte oeste de la provincia del Cañar, al sur del cantón La Troncal, a 64 kilómetros de Guayaquil.
Los zafreros tienen que taparse cada pedazo de piel porque la caña tiene una especie de pelusa molestosa y sus hojas son como cuchillas afiladas. Israel Carriel, jefe de cosecha de la quinta sección, dice: “Dos dólares con veinte centavos les pagan por cada tonelada de caña cortada”. Este lugar se lo conoce como Graunit, informa Carlos Cordero, jefe general de cosecha. Estamos en el módulo 32. Un camino de tierra divide el módulo en A, que tiene 16,09 hectáreas, y B, con 19,48 hectáreas. Carriel recuerda que tiene 39 años trabajando en las plantaciones del ingenio desde la época en que se llamaba Aztra y 32 como jefe. Es nativo de Vinces, nació el 28 de marzo de 1944, vivió una temporada en Lomas de Milagro y hace 35 años reside en El Triunfo. Es un hombre delgado, canoso, cortés, despierto y alegre. Tiene 317 trabajadores a su cargo y dice que conoce todos los secretos de la zafra.
Relata que la jornada empieza un día antes de cortar la caña. “Primerito iniciamos las guardarrayas para que puedan entrar los camiones. Luego venimos nosotros y metemos candela con lanzallamas al cantero (lugar donde están las matas) a las cuatro o cinco de la tarde, quemamos para que la gente venga en la mañana y pegue. La candela es para que la gente corte mejor, para que quede más asentado y abra más el cogollo y haiga más facilidad para el corte”. Con la candela se quema el monte y la basura, y las culebras y los insectos se van. Luego vienen los cortadores. Carriel tiene cuatro muchachos de confianza que lo ayudan en la faena, son los supervisores de corte. Después está el capataz o mayordomo que funciona como dueño de cada grupo, él da la pegada (orden de inicio) y los zafreros empiezan con la parte más dura de la jornada.
A las seis de la mañana los hombres agarran su machete y le dan a la caña. La mayoría se queda hasta las cinco de la tarde, otros se alzan a partir de las dos, lo hacen para reservar energía porque tienen que ir a casa y trabajar en su finca o en su propia tierra. “Cuando los cortadores avanzan bastante cada uno pone su palanca –un alargado pedazo de madera- con un código donde está escrito el número de cuadrilla, explica Carriel. “Eso sirve para pagarle a cada uno, porque a partir de un jornal básico se paga por avance, ya que no todos cortan la misma cantidad”, agrega Cordero, quien lleva 28 años en el ingenio y también está desde el tiempo de Aztra.
En el suelo están diseminados pequeños bártulos de ropa, y recipientes con comida; ellos le llaman tonga; a veces es una porción de arroz con estofado de pollo, o bistec de carne con un vaso de jugo.
La zafra comenzó el 4 de julio y está programada que duré hasta el 22 de diciembre. Se van a zafrar alrededor de 22.000 hectáreas, dice Cordero. Por una razón de clima hay que esperar doce meses para volver a cortar la caña. Su período de crecimiento varía entre 11 y 17 meses. “Nosotros como tenemos seis meses de invierno y seis de verano, solo podemos hacer una zafra al año”.
Elías Macías mete el machete con suavidad. Dice que tiene 60 años, pero se ve más joven, parece que el trabajo lo mantiene en forma. Vive en Milagro y es padre de siete hijos. Lleva tres años en el ingenio La Troncal, antes trabajó 26 en el Valdez. Cuenta que entre más abajo se corta la caña, más suave resulta. Empezó como obrero a los 18 años. “Saqué la cédula y enseguida me fui a trabajar. A veces gano 80 ó 90 dólares semanales”.
Un hombre llega corriendo “patuleco”. Entre jadeos habla: “tengo un problema en las piernas. Me fui al seguro y me dijeron que ya no podía seguir en este trabajo. Lo que pasa es que yo este invierno caí como inválido y me recuperé pero haciéndome ver por fuera del hospital y ahora no me quieren atender. Tengo un certificado del hospital León Becerra, tengo artrosis en los huesos y desgaste en las rótulas de las rodillas. Hasta un tumor me dijo el doctor que tengo aquí”. Es la historia de Benito Briones, de 56 años, casado y con seis hijos.
Otro de los que se atreven y vencer la timidez es Arturo Narváez, de 42 años. Nació en Santa Rosa de Cone, cantón Yaguachi. Dice que vive arrejuntado, tiene cuatro hijos y que este año decidió embarcarse en la aventura de la zafra. Cuenta que aunque todo va bien, el sol lo hace sufrir cuando cae sin piedad. Como todos, se levanta a las cinco de la mañana. Un bus que hace de expreso lo traslada hasta donde tiene que cortar. Ni siquiera tiene callos de tanto usar el machete.
José Vásquez, de 47 años, también es oriundo de Cone. Tiene seis hijos en dos compromisos y casi diez años en ese trabajo. “Primero fui transportista, estuve como seis años en eso, traía el personal desde mi tierra, después me encargué de una cuadrilla y creo que he funcionado bien en esto. Tengo 40 personas a cargo”. La semana pasada cobró 82 dólares por trabajar seis días. Dice que su trabajo es sencillo... Aunque si uno se fija en que son solo 2,20 dólares por tonelada, parece más bien un trabajo increíble.