Punto de vista
Comunidad andina: ¿integración o espejismo?
Hace pocos días, el presidente Correa comentó la necesidad de analizar si debemos seguir como miembros de la Comunidad Andina (CAN). Esto fue por la negativa de la Secretaría de la CAN a la intención del Gobierno Nacional de imponer una salvaguardia cambiaria (recargo arancelario) a las importaciones provenientes de Perú y Colombia. Ante este pronunciamiento, varios representantes del sector productivo expresaron su desacuerdo, por las ventajas comerciales que la CAN ha generado con el paso del tiempo. Y es que, en materia de intercambio comercial, es indiscutible la importancia de la región andina para Ecuador y viceversa. Sin embargo, para que el análisis sea técnicamente correcto, es necesario considerar todos los componentes del proceso de integración comunitario, para poder concluir si esto va por buen camino o no.
Cuando Colombia, Bolivia, Chile, Perú y Ecuador suscribieron el Acuerdo de Cartagena en 1969, establecieron como objetivo principal la integración de nuestros pueblos, a través de la cooperación económica y social. Para ello se trazaron metas y mecanismos muy ambiciosos, válidos en un proceso de integración profunda como se diagramó a la CAN originalmente: administración supranacional, órgano de justicia comunitario, Parlamento Andino, sistema de integración comunitario, etc. Por supuesto, la necesidad de ceder espacio en la soberanía individual de cada país miembro siempre fue un requisito básico, al igual que era incuestionable el hecho de que la voluntad política de sus miembros esté encaminada a cumplir las metas trazadas.
Lastimosamente, luego de casi 46 años, los resultados demuestran que el proceso de integración ha tenido muchos tropiezos. De más está decir que en el camino se perdió a dos miembros clave, como Chile y Venezuela, que no han mostrado ningún interés en volver a ser parte de este grupo. El mejor resultado hasta ahora es la creación de la zona de libre comercio entre sus miembros, con la relevancia que esto ha generado en el crecimiento del intercambio comercial. No obstante lo dicho, no podemos dejar de mencionar también que la zona de libre comercio era solo el inicio de todo el programa de integración económica que debía ejecutarse. Debimos constituirnos en una Unión Aduanera, con un arancel externo común y, posteriormente, como bloque comercial, negociar como tal con terceros países nuestra vinculación comercial al mundo.
El arancel externo común fue aprobado, pero, pese al esfuerzo de muchos, este instrumento fue manipulado a discreción de todos, con las modificaciones individuales que cada miembro consideró pertinente establecer. Es así que, en un acto de contrición, la CAN decidió imponer una moratoria al uso del Arancel Externo Común hace algunos años y hasta la presente fecha no ha podido ser retomado seriamente para su puesta en práctica. De igual manera, sus miembros, ante la realidad indiscutible de no poder negociar como bloque una serie de tratados comerciales con terceros países, decidieron alejarse del concepto integracional y negociar individualmente estos acuerdos.
Fuera del aspecto comercial, la integración en términos políticos e institucionales no ha pasado de ser una suma de buenas intenciones, pues pese a las múltiples instituciones que se han creado, a todos nos queda la sensación de que no tenemos idea de para qué existen ni cómo nos representan. Incluso, cada cierto tiempo vamos en las elecciones a votar por los parlamentarios andinos, cuyo aporte al proceso de integración comunitaria nos es desconocido. ¿Será acaso falla nuestra por la falta de interés de la ciudadanía, falla de la administración de la CAN en no promocionarse adecuadamente, falla de los gobiernos de turno en no impulsar decididamente el proceso de integración o falla de los países con mayor desarrollo en la región en apoyar a sus socios con menor capacidad? Creo que en realidad el problema de fondo es una suma de todos los anteriores.
Por todo lo expuesto, es realmente necesario reflexionar con profundidad lo comentado en días pasados y tomar una decisión seria y objetiva, sin responder a diferencias políticas internas que no construyen nada positivo para el país, o a criterios muy generales donde el concepto de integración es poco profundizado y conocido. Y es que, para entender con claridad el cuestionamiento, podemos graficarlo de esta manera: la integración andina, como está concebida, debería tener a este bloque en una situación similar -o por lo menos cercana- a la de la Unión Europea. Sin embargo, estamos bastante lejos de parecernos un poco a ellos. La integración que nos adeuda a todos la CAN requiere de sus miembros una voluntad política inquebrantable, sin opción a retroceder o irrespetar la decisión. Lastimosamente, ese es el paso fundamental que parecería nadie quiere dar, o al menos no por ahora.
En definitiva, el remezón a la CAN es necesario, sea para quedarse y obligar a todos a reorientar el acuerdo de integración o, en su defecto, y en última instancia, para salir del mismo y retomar bilateral o multilateralmente las cosas positivas que nos deja esta experiencia, ya que los logros obtenidos en términos de comercio y otros de notable importancia, como la homologación de ciertos procesos de control, bien pueden profundizarse en nuevos acuerdos. No tomar ninguna de las opciones anteriores sería negarnos a reconocer una realidad indiscutible, que no cambiará por el simple hecho de ignorarla.