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El Telégrafo
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Las artes reemplazan a un plan industrial en Pekín

Una pareja aprovecha el arte urbano, desplegado en uno de los muros de antiguas fábricas, para fotografiarse el día de su boda. Cafeterías y galerías  han recuperado una de las áreas de Pekín que antes lucían abandonadas.
Una pareja aprovecha el arte urbano, desplegado en uno de los muros de antiguas fábricas, para fotografiarse el día de su boda. Cafeterías y galerías han recuperado una de las áreas de Pekín que antes lucían abandonadas.
Foto: Jimmy Tapia / EL TELÉGRAFO
24 de junio de 2018 - 00:00 - Jimmy Tapia

Dos veinteañeras  ingresan a una cabina de menos de un metro cuadrado. Parecen que hablaran por teléfono a alguien más. Ambas cierran la puerta de vidrio traslúcido para no escuchar el ruido de centenares de transeúntes que pasan por la calle.

Luego se sientan en una banca de madera, de espaldas al “mundo exterior” y descubren el teclado de un órgano que está adaptado para ese diminuto espacio.

Allí, entre curiosos que las miran por el cristal, comienza una clase de piano exprés en la vía pública.

En el Distrito de las Artes 798, ubicado al noroeste de  Pekín, la capital China, se pueden observar este tipo de novedosos negocios.

Gigantes tuberías con óxido y edificaciones con hollín y cristales rotos rodean el sitio y a su vez forman parte del paisaje de un proyecto que reutiliza un espacio donde funcionaban fábricas que hacían productos tecnológicos en 1950 (parte de un plan industrial y militar de cooperación militar con la Unión Soviética).

En 2002 empezó a emplearse el sitio como lo que es actualmente. Hay locales y emprendimientos de diversos tipos que no se pueden conocer en un solo día. Existen centenares de callejones y bifurcaciones por los que se retorna al mismo punto sin percatarse.

En una esquina están sentados un hombre y un joven que pintan frascos de cristal. Con pinceles diseñan la historia de la ciudad en miniatura, retratan a personajes (como el futbolista Ronaldo) y lo que el cliente pida.

Los artistas introducen el delgado lápiz, cual cirujanos, por la estrecha abertura y dan forma a la obra por dentro del envase (sin abrirlo). Una pieza que cabe en la mano cuesta hasta $ 100.

“Es que toma muchas horas hacerlo”, explica el hombre de cincuenta años, que no pierde la concentración e intenta que los demás, que no hablan mandarín, comprendan sus señas. El público embelesado filma el proceso artesanal con sus cámaras.

El intenso sol que en estas semanas experimenta la capital del país de 1.382’710.000 habitantes no impide la llegada de turistas, cuyo  90% son de la misma nación.

En cada estrecha calle alguien expende artículos que tal vez no necesita, pero que terminan comprándolo por su originalidad: 600 yuanes ($ 100) sirven para llevar solo detalles pequeños (al menos en la capital).

Por ejemplo, en uno de esos locales sin nombre hay una serie de adornos decorativos, similares a los que se coloca en las mesas de los hogares.

Tienen desde el tamaño de una olla arrocera hasta el de un cenicero.

Su lacónico expendedor aprovecha el tumulto para acercarse con una delgada vara de acero y golpea las hasta entonces aparentes vasijas.

En ese instante estas emiten ondas al igual que un platillo de percusión, que da a la tienda un ambiente de templo.  Todos los adornos emiten melodías relajantes con un toque sutil. Los espectadores hablan a los oídos de sus parejas, abren sus bolsos y billeteras para constatar si tienen entre $150 y $ 700 para llevarse el adorno-instrumento. Algunos sacan sus tarjetas y sucumben a la tentación de llevárselos.

Justamente un diplomático del país asiático había aconsejado en Ecuador que comprara y no guardara dinero (por las curiosidades que expenden): “¡Compre, compre!”, recomendó.

Una  persona ahorradora, como José Silva, de Honduras, que estuvo de paso por el lugar pensó que podría pasear por allí y solo ver, pero al percatarse de la existencia de unas zapatillas deportivas marca Nike a $ 30, confeccionadas en Vietnam, le resultó  “imposible” mantener su convicción. “Deme dos pares. Ese precio no lo hallo en mi país”, confiesa.

El estilo vende
En 798, cuyo nombre responde a la primera fábrica que se modificó en tienda,  la forma es tan importante como el contenido y los locales se toman en serio el concepto “zona de arte”.

Es el caso de la Casa del Árbol, una cafetería edificada justamente junto a ramas que dan sombra a los comensales que se alimentan en su tercer piso.

En un balcón, decorado con plantas, toman un americano o un vino. En los pisos inferiores, en cambio, se vende ropa y bisutería.

La optimización del espacio se vuelve una tendencia en la capital del “gigante asiático”. Una misma tienda se divide en dos y hasta tres ambientes, los cuales ofrecen diversos productos, pero con sinergia en la decoración y sin bruscos contrastes.

Así hay una boutique-vivero-joyería,  una tienda de bicicleta-cafetería o una cafetería-parque de trenes y más.

Las fotos atraen al público
Una joven vestida de novia y un chico de traje gris y corbatín se arriman a una pared marrón cuyo fondo contiene letras incomprensibles elaboradas por grafiteros.

Los novios asiáticos hacen distintas poses frente a un camarógrafo y un ayudante de iluminación. Luego, para ganar tiempo, corren deprisa hacia media calle, con carros en movimiento, para fotografiarse caminando.

Ellos contrataron los servicios profesionales de retratistas gráficos  para registrar los instantes previos a sus nupcias. De igual forma, cerca de locomotoras antiguas, otra pareja de futuros esposos inmortalizan sonrientes su felicidad en su sesión pagada. Incluso llevan utilería en una maleta con el fin de dar variedad a las tomas.

Según habitantes de esta ciudad, es costumbre de los novios hacerse fotos allí, pero con trajes que no los volverán a usar, pues por tradición (y cábala) ellos no se pueden ver con los atuendos del casamiento (algunas llegan al altar de negro).

Por ello, tras la sesión rápidamente las chicas guardan los trajes blancos y ellos buscan las maletas para ponerlos adentro. Nunca se volverán a ver con esos mismos atuendos.

La mexicana Irene, que ha transitado por las capital, se ha mostrado sorprendida por la afición de los residentes por las selfies: “Algunas poses son muy curiosas”.

Por ejemplo, un chico con traje de cuero negro y una chica disfrazada de escolar, con pelucas lila y blanca, comenzaron a hablar frente a un celular y enviaron un mensaje a los fanáticos de los anime.

También una mujer de 50 años  intentó introducirse en un molde metálico, tamaño real, incrustado en la pared. Sus medidas no calzaron, pero igual “inmortalizó” su visita al sitio.

Jóvenes, niños y adultos aprovechan cada muro y espacio. No tiene precio hacer gráficas allí durante la mañana, tarde o noche, los siete días a la semana.

El arte concentrado
Un hombre y una mujer vestidos íntegramente de blanco caminan por una de las vías principales con sus cabezas metidas en jaulas de canarios. A paso rápido avanzan y la gente los sigue.  Así todos terminan en una de las galerías donde se efectúa una exposición.

El concepto del espacio justamente es, en lo posible, sacar las artes de sus entornos o al menos interactuar con la gente. Los padres suben a los niños en caballos construidos con alambres reciclados y los adultos se retratan junto a un robot compuesto con partes de carros.

Una sala, con cuadros rojos, está decorada y tiene focos del mismo color, mientras un pianista oculto atrás de un velo toca música psicodélica. Parece que todo estuviera manchado de sangre.

En otro espacio, donde se expenden libros y vasos, un grupo de vacas están disfrazadas de astronautas.

Las personas ingresan a la galería para posar junto a los animales de fibra de vidrio de tamaño real.

Niños gigantes, marineros americanos con ojos rasgados y piedras gigantes invitan a pensar un poco en qué significará todo eso.

 Li Meng, profesor de relaciones internacionales de la Beijing Foreign Studies University, explica que el país justamente promueve un espacio para la creatividad masiva y el emprendimiento.

“El sector privado está invirtiendo en diversas áreas”, detalla.

El ingenio de algunos ha llegado hasta los bares instalados allí.

Los músicos Muhpulla y Jurat se arriesgan a interpretar un repertorio ajeno al mandarín y empiezan con un bolero: “Ya no estás más a mi lado corazón/en el alma solo tengo soledad/Y si ya no puedo verte/Por qué Dios me hizo quererte/ para hacerme sufrir más”.

El local, semivacío, se llenó. Muhpulla, el vocalista chino, confiesa que no entiende el español y que no tiene idea de lo que acaba de cantar.

“La escuché en internet y me gustó la melodía. Tampoco sé quién la canta”. Lo que tiene claro es que cada fin de semana que la interpretan empiezan a venderse más cervezas.

El Distrito de Arte
La zona del Distrito de Arte 798 está donde existía una fábrica llamada Beijing Nort China Wireless Joint Equipment Factory. Esta fue edificada en 1952 con ayuda de la República Democrática Alemana.

El complejo de fábrica comenzó como una extensión del plan de unificación socialista de la cooperación militar e industrial entre la Unión Soviética y la República Popular China.

Las industrias se retiraron en la época en que los artistas contemporáneos buscaban un hogar.

En 2001 el estadounidense Robert Bernell trasladó una tienda de libros a un antiguo comedor de las fábricas.

Más tarde los artistas comenzaron a llegar al lugar atraídos por los espaciosos  de los terreno y sus formas. Allí se hacen 2.000 exposiciones cada año. (I)

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