Punto de vista
A propósito de los economistas y su carta navideña
Toda política pública implica ganadores y perdedores. Negar esta circunstancia es irresponsable e invisibiliza a quienes podrían resultar desfavorecidos por las consecuencias de una decisión. En la formación académica de nuestros profesionales, el reconocimiento de la distribución asimétrica de beneficios debería ser habitual y estar acompañado por dos precauciones adicionales.
Para proponer una alternativa de política, en primer lugar, se requiere ‘consistencia’. No existe propuesta económica mientras no se establezcan los objetivos de la acción y los medios para alcanzarlos. Sin consistencia, un conjunto de anhelos o sugerencias equivale, en el mejor de los casos, a un acervo de ideas difusas para soluciones efímeras. Obviamente, esto podría bastar para movilizar a alguien hacia la acción política abierta. Pero no contribuye en mucho más.
A su vez, una propuesta económica presupone asumir que la política económica es, primero y ante todo, ‘política’. Esto significa que las decisiones gubernamentales para el manejo de variables macroeconómicas están siempre impregnadas por creencias, valores, intereses y expectativas desde los cuales, con buena o mala intención, se define “quién recibe, qué recibe, cuándo recibe y cómo recibe”. Por ello, al momento de establecer sugerencias de conducción económica a corto plazo se debería proponer explícitamente cuáles deben ser las reglas, procedimientos o instituciones más adecuadas para la asignación de los distintos tipos de bienes. Empero, entre las obviedades admisibles en nuestra cultura, no se encuentra ni a la relación necesaria entre medios y fines ni, tampoco, al carácter político de la gestión económica.
En Ecuador, las personas y los grupos sociales conservan aún prácticas simbólicas para lograr una vinculación clientelar y paternalista con la autoridad. Hacia esta se acostumbra dirigir pliegos de peticiones excesivamente detalladas y bastante redundantes cuyo principio de elaboración parecería ser el siguiente: se solicita de todo un poco para contentar a las distintas audiencias potenciales e intentar así construir consensos amplios en base a la imprecisión de contenidos. Esta modalidad tradicional de interlocución no es el preámbulo para una nueva economía o para un nuevo Estado. Usualmente, aquella es un recurso coyuntural para la negociación de privilegios, para la contienda ideológica o para la disputa por el poder.
Si las propuestas de apoyo u oposición al actual Gobierno Nacional estuviesen impregnadas siempre por una lógica de responsabilidad o por una impecable ‘técnica’, la discusión tendería a centrarse en unos pocos objetivos definidos según su capacidad para generar importantes externalidades positivas o negativas a distintas escalas espaciales y horizontes temporales.
Por ejemplo, la gestión de la liquidez a largo plazo podría ser un tema interesante para abordar dialógica y colectivamente algunos retos de crecimiento y desarrollo. Su debate les facilitaría apreciar a los intervinientes la complejidad de la política pública contemporánea. También le permitiría a la ciudadanía ubicar cómo sus patrones individuales de consumo inciden, aunque no lo quieran ni lo sepan, en las perspectivas macroeconómicas de un país. (O).