En el sexto piso, con la imagen del centro-norte de Quito atravesando la ventana, la oficina de Ernesto Kruger, socio fundador de Corporación Kruger, luce como el área de juegos de preescolar. Edificaciones reproducidas a pequeña escala, piezas de legos sobre la mesa, juguetes magnéticos, pelotas y vehículos en miniatura, crean esa “primera impresión”. En una segunda mirada sobresalen el computador con doble pantalla, la colección de souvenirs de los países que ha visitado, las acreditaciones de los eventos locales e internacionales en los que ha intervenido y las publicaciones y reconocimientos que ha recibido. En medio de ello, sobre un mural naranja —color asociado a lo exótico, la diversión y el entusiasmo—, se leen los nueve valores que sostienen a su organización y, junto a ellos, su mascota: el camaleón. Corporación Kruger se fundó en 1993 con un maletín como oficina y un beeper como secretaria, piezas clave en la historia de la corporación y que hoy se exhiben en el pasillo de ingreso al edificio, ubicado al pie del Parque Metropolitano. En el interior: un jardín vertical, toboganes que conectan a los pisos, estaciones de videojuegos, un auditorio con techo retráctil, gimnasio, mesas de ping pong, un muro de escalada, una sala de reuniones sobre una cancha de fútbol con césped sintético, un dispensador de cervezas para los días cálidos y el apoyo de una masajista para las jornadas agotadoras echan abajo los paradigmas de una organización tradicional. Con la idea de construir una organización que mantenga un equilibrio entre la cabeza y el corazón, pero que además sea rentable, Ernesto Kruger se propone habilitar la Cuarta Revolución Industrial, a través de la transformación digital y el uso de tecnologías disruptivas. Con esa visión llega a 10 países: España, Estados Unidos, Chile, Perú, Ecuador, Panamá, Costa Rica, Nicaragua, Guatemala, Bolivia, y, pronto, Paraguay. Necesidad: madre de la invenciónCon más de 500 clientes alrededor del mundo, entre los que están empresas de retail, telecomunicaciones, electricidad, banca, energía, alimentos y otras, el empresario -que el 10 de junio cumplirá 52 años- sostiene que su éxito es el resultado de las experiencias que adquirió en el barrio donde creció, del colegio donde se educó y, sobre todo, de la necesidad: la madre de la invención. “Provengo de la necesidad, de una condición muy precaria económicamente. A los 15 años ya tuve que cuidar de mi madre y de mi hermana. Tenía necesidades de todo: la ausencia de un padre, el caos del Centro Histórico donde limpiaba carros... desde muy pequeño aprendí el valor de las cosas, el valor de disfrutar, y también la tristeza de no tener. Pero a pesar de esas ausencias, a veces sin tener que comer, mi madre siempre decía: todo va a estar bien, todo saldrá bien”. En las visitas al mercado aprendió el arte de la negociación con el “rebaje caserita” y comprendió que la vida se basa en metas. A los 15 años se propuso no llorar más por las carencias y empezar a ser feliz, a buscar oportunidades en la necesidad, en unir la oferta y la demanda, y aprovechar la ola del internet. “Subirme a la tecnología en la época de su apogeo y acompañar los cambios tan fuertes de los últimos 30 años han sumado para que la empresa llegue a donde estamos”. Con esa matriz ideológica, Kruger asegura que su activo principal es el conocimiento, un valor que quiere sembrar en la gente. Se enorgullece de trabajar junto a los hijos de constructores de ladrillos, costureras, taxistas, etc. que hoy son la inspiración de sus familias. La abundancia está en ser felizEn un momento de crisis económica, lo habitual es deprimirse. Después de superar una infancia de carencias, Kruger considera que es una equivocación convertir al dinero en la razón de ser de algo: “el dinero es una consecuencia y un medio. La pregunta que hay que hacerse es si soy feliz con lo que hago”. Muchos pensarán primero en que si dejan de hacerlo no tendrán cómo alimentar a su familia -prosigue- y es correcto, pero ¿qué podría hacer respecto a esa realidad? Si no consigue trabajo, quizá no se ha dado cuenta de que es capaz de crear un emprendimiento y que tal vez el Ecuador no es su mercado sino el mundo. Entonces, hay que empezar por superar el miedo y dejar de sentir pena por uno mismo. Este ingeniero electrónico, amante de la tecnología, recuerda que en su juventud, mientras se sentía desdichado al mirar desde su ventana cómo sus vecinos siempre tenían comida sobre su mesa y él no, decidió que no sufriría más y haría algo al respecto. Allí supo que lo que una persona piensa, sea para bien o para mal, siempre tendrá razón. Es decir, si se piensa en positivo de que alcanzará el éxito en algo, seguro lo va a conseguir, pero si piensas en negativo, que no podrás hacerlo, con seguridad así será: “La abundancia va en el contexto de lo que te hace feliz. A mí no me mueve el dinero, porque también pude alcanzarlo siendo corrupto; a mí me mueve pensar en la gente que transformé y hago que se sienta bien. La abundancia viene del compartir, del dar. Si no tiene empleo, se siente desdichado, dé su tiempo para ayudar a otras personas y a lo mejor allí surgen los negocios. En obras sociales se me han ocurrido los negocios, como cuando viajé a la Costa -siendo adolescente- y vi un costal de langostinos. Se me ocurrió traerlos a Quito para la venta y un amigo, que dejó la escuela en cuarto grado, me enseñó a vender. Las oportunidades surgen cuando compartes y te quitas de la cabeza el negativismo. Y tampoco se trata de abundar en recursos materiales, eso es avaricia”. Desde entonces cada reto se convirtió para él en una satisfacción. Primero soñó con una bicicleta de carreras, una con cuadro de aluminio porque era liviana, y su primera gran satisfacción fue cuando la compró; después, siendo profesor, soñaba con un carro y compró un Honda Civic del año 76 que aún le hace suspirar. Superar el célebre: ¿qué dirán si...? Con hijos aún en formación, Kruger afirma que la educación es el problema de la sociedad actual. “La educación empieza en la familia, donde se dictan los valores y el problema es la ausencia de valores porque ya no educan los padres sino la telebasura; luego viene el colegio: cuatro paredes, una sirena y unos señores que les cuidan, ¿acaso no es una cárcel?”. En ese entorno -agrega- a los niños no se les permite desarrollar todo su potencial y se educan con el miedo:miedo a las malas calificaciones, a decir que no les gusta Matemática, Arte o Educación Física. En su caso, la situación que enfrentó hizo que dejara de importarle el ¿qué dirán si...?. “Perdí el miedo a vender mariscos en la calle, uno de mis primeros negocios; aprendí a superar la frustración de no vender, algo que no nos enseñan. Después recorrí los negocios del centro histórico para vender alarmas y nadie las quería hasta que uno me dijo que sí. La persistencia y perder el miedo marcaron la diferencia”. Ahora quiere ser un agente de cambio, inspirar a los más jóvenes a través de sus proyectos e ideas de emprendimiento con Kruger Labs, una unidad de responsabilidad social. Es que en sus inicios, sin apoyo ni recurso, el Banco de Guayaquil se convirtió en un aliado insospechado:“por error, porque no era sujeto de crédito, me ofrecieron una tarjeta de crédito y sin dudar la acepté para financiar cables y computadoras, le saqué el jugo”, relata entre risas. Consciente de que ese golpe de suerte no alcanza a todos los jóvenes, con la aceleradora de negocios busca que más personas sean abundantes y generen un efecto cascada en la sociedad. En ese proceso, las redes sociales se han convertido en excelentes herramientas para crear una comunidad digital de 50.000 personas que comparten su filosofía. En ese proceso de expansión, en noviembre de este año tiene previsto inaugurar un nuevo edificio junto al actual que añada 2.000 m2 de construcción para diseñar espacios con vinilos que cambien de color, estudios de televisión y grabación para contenido multimedia, áreas para fomentar lactancia y un tobogán que te permita salir a la calle. La obra -financiada con crédito de un banco español- promete construir un diálogo con la comunidad y como otra de las novedades está un estacionamiento mecánico stacker, distribuido en tres niveles, para optimizar el espacio. En esencia Corporación Kruger es una empresa que se prepara para desafíos fuera del Ecuador. La cultura de la felicidadEn una organización donde la alegría es parte de su ADN, incorporar a gente afín a esa filosofía es el punto de partida:“en la medida en que la gente se sienta feliz, las empresas empezarán a rendir”. Eso, en ningún caso, representa tolerar la improductividad y la vagancia. “Alguien puede decir: ‘aquí son felices y se me antoja dormir’;claro que puede hacerlo, pero si antes ha cumplido con su tarea”. La cohesión dentro de su organización -afirma- se sostiene en la confianza. Por ejemplo, las madres de familia que quieren estar más cerca de sus hijos se ganan la flexibilidad laboral como una muestra de confianza en base a sus resultados. “La confianza es una pirámide invertida, sostenida en una punta, y si te inclinas mucho hacia uno u otro lado esa pirámide se cae. Hay quienes dicen que el ecuatoriano es “vivo”, “sabido”, pero aquí no caben esos sabidos porque el entorno mismo te autocontrola”. Con un equipo dentro y fuera de Ecuador de 380 personas, manifiesta que la clave está en una preocupación genuina por la gente. “Lo único que no me deja dormir cuando la empresa tiene problemas es que hay 380 familias que dependen de esto”. (I)