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Wembley, un coliseo con virtudes y defectos

Wembley, un coliseo con virtudes y defectos
27 de mayo de 2011 - 10:32

Los sentimientos afloran en ambos equipos. La imagen de Wembley está grabada en su memoria. Escenario de la primera Copa de Europa para el Manchester (1968) y para el Barcelona (1992), el estadio londinense despierta afecto y emociones más allá de los dos próximos finalistas de la Liga de Campeones, pero también incesantes críticas desde su remodelación.

Algunos comparan su estatus con el del Maracaná de Río de Janeiro, el Azteca de la Ciudad de México o el Bernabéu madrileño. El honor se lo ha ganado desde abril de 1925, cuando el West Ham y el Bolton disputaron el primer partido entre sus cuatro paredes.

Se jugaban la Copa de Inglaterra, el torneo de fútbol más antiguo de La Tierra, que empezó con 45 minutos de retraso y dio lugar al primer emblema del estadio, junto con las dos torres de su entrada, por la intervención exigida de un policía que retuviera a los espectadores detrás de las líneas de banda. Hizo su trabajo montado sobre un caballo blanco, famoso desde ese día.

Sin duda, Wembley es la meca del fútbol para locales y extranjeros. En su campo, Geoff Hurst hizo historia con un "hat-trick" que sirvió a Inglaterra para ganar (4-1) la Copa del Mundo de 1966 en una final ante Alemania Occidental. La selección inglesa ha jugado casi todos sus partidos como local desde 1951 en este estadio, que además fue sede de las competiciones de atletismo en los austeros Juegos Olímpicos de Londres de 1948.

Volvió a ser el centro de actualidad en la Eurocopa organizada por Inglaterra en 1996, cuando albergó sus respectivas ceremonias de apertura y clausura.

Su simbolismo cala hondo entre jugadores retirados: el legendario exfutbolista brasileño Edson Arantes do Nascimento Pelé ha lamentado en ocasiones no haber jugado durante su carrera en Wembley. Segun la FIFA, Bobby Charlton, histórico del Manchester United, y Franz Beckenbauer, campeón del mundo con Alemania en 1974, siempre dicen que no hay mejor lugar que Wembley para quitarse una "espinita" clavada por anteriores dramas.

Sus cinco finales de la Copa de Europa -con la de mañana serán seis- han convertido ya esta fortaleza en un anecdotario continental. El AC de Milán y el Benfica fueron los primeros en utilizar Wembley como sede para su final de 1963, ganada por el conjunto italiano (2-1). Después lo hicieron el Manchester United y, de nuevo, el Benfica en 1968. Sería la segunda derrota para los portugueses (4-1).

En 1971, el Ajax se impuso (2-0) al Panathinaikos, siete años más tarde el Liverpool venció (1-0) al Brujas y el 20 de mayo de 1992 el Barcelona de Johan Cruyff levantó su primera Copa de Europa.

Antes de la remodelación (entre 2000 y 2007), el descontento surgía a raíz de unas columnas que tapaban la visión de las gradas traseras así como de los pasillos de arena, en lugar de superficies de material sintético, que rodeaban en campo.

Entrenadores como Harry Redknapp o Alex Ferguson consideraron "inaceptable" el año pasado el estado del césped, que se tuvo que cambiar once veces desde 2007 y hasta que en 2010 se encontró la solución a las constantes irregularidades.

También Michael Owen, el delantero del Manchester que aspira a jugar algún minuto de la final ante el Barcelona, consideró que el estado del césped fue el motivo de la rotura muscular sufrida en febrero de 2010, en un partido de la Copa de la Liga.

Ni siquiera el continuo flujo de pruebas deportivas (partidos de rugby, hockey, fútbol, competiciones de motos) o conciertos de rock, justificaba los problemas.

Finalmente, en 2010, Wembley siguió el ejemplo de campos como los del Arsenal (2006), Liverpool (2001), Tottenham (2002), Manchester City (2003), Aston Villa (1997), que juegan desde hace años sobre césped mixto, una superficie de hierba natural que ha sido previamente inyectada con millones de fibras artificiales.

Cualquier cosa valía la pena para cuidar un preciado escenario que hiciera posible el 28 de mayo de 2011 otra final en ensueño (Barça-Manchester), la cual se estima podría tener un impacto económico de 30 millones de libras (34,5 millones de euros) en el Reino Unido.

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