Washington Boada, utilero de Liga de Quito
Corría la década del 70 y a la Universidad Central llegaban toda clase de jóvenes para probar suerte en el equipo emblemático, que en ese entonces cobijaba la institución educativa, Liga de Quito. Entre muchos adolescentes estuvo el otavaleño Washington Boada, quien, con habilidad para desempeñarse de cinco, logró vincularse a la categoría Sub 15.
Ahí entrenaba, pero sus padres carecían de los recursos económicos para que continuara perfeccionándose. “En esos tiempos (1975) era muy difícil ser futbolista porque se necesitaba dinero para comprar todos los implementos, buena alimentación, etc... Hoy es más fácil, porque le dan todo al muchacho; solo debe mostrar sus condiciones y listo”, manifestó Boada.
Es así como llegó la oferta para ser asistente de utilería del primer plantel junto a Carlos Vanegas y la aceptó sin pensar. “Era mi forma de estar más cerca del campo”.
Desde ese puesto disfrutó del primer bicampeonato de LDU en el 74 y 75. A partir de ahí, “Washo” como todos lo llaman, se convertiría en parte de la misma historia del club.
Compartía las dos tareas en simultáneo, mas pronto debió dejar una de esas actividades para trasladarse al complejo de Pomasqui, que abrió sus puertas por primera vez en 1977. Se convirtió en el administrador de esa edificación cuando apenas tenía 16 años. “Nunca supe por qué me encargaron a mí esa responsabilidad a tan corta edad. Quizás fue por la forma en que trabajaba y porque me gané la confianza de don Antonio Rodríguez, primero, y Rodrigo Paz, después”.
Instalado en Pomasqui tomó las riendas para ordenar y clasificar todos los implementos que los jugadores necesitaban en sus prácticas. Así ascendió al plantel profesional y se adueñó por completo de la utilería, en la que lleva ya 36 años.
Un cuarto de aproximadamente 12 metros cuadrados es su centro de operaciones. Desde ahí distribuye todo, la vestimenta y zapatos que las figuras del plantel necesitan. Todo está perfectamente distribuido en 30 casilleros.
Camisetas, pantalonetas, calentadores, están clasificados según la numeración que cada jugador posee. “Ninguno tiene exigencias especiales”.
Lo que más llama la atención en su espacio son los coloridos zapatos que se distribuyen en los casilleros y, de entre ellos, los más llamativos son los negro con blanco de Luis Bolaños, que llevan grabado su apelativo: “Chucho”.
A través de la ventanilla que hay en la puerta de utilería entrega una canastilla con todos los implementos a cada futbolista y en la misma forma la recibe. Así mantiene el absoluto orden de todo lo que está bajo su custodia. “Nunca nada se ha perdido, y mucho menos me he equivocado con alguna prenda. Gracias a Dios, tengo mucha habilidad y amor por lo que hago”.
De los centenares de jugadores que han pasado por la institución, “Washo” guarda recuerdos especiales de Polo Carrera, quien siempre fue como un padre. “Es una persona excepcional, siempre me tuvo un cariño especial y el afecto fue recíproco. Hasta ahora es una gran emoción verlo”.
Por la experiencia adquirida, sabe que no es una exageración llegar al estadio con cuatro horas de anticipación y llevar entre 3 y 4 juegos de uniformes e igual número de zapatos para cada futbolista.
“A veces los jugadores sangran producto de un golpe y manchan sus camisetas, entonces tienen que cambiársela; además, en algún forcejeo con el rival pueden rompérsela, así también está el factor lluvia. Para todo eso hay que tener precauciones”.
Y aunque dijo nunca haber olvidado nada, en 1992 experimentó su mayor susto. Para ese año no contaba aún con movilización propia para trasladar la utilería hasta los estadios, por lo que, al depender de otros, llegó sobre la hora a un encuentro en el estadio Atahualpa ante Técnico Universitario. “Sentí una angustia enorme porque sin mí no podían jugar. Es una gran responsabilidad que todo un equipo dependa de lo que hago”. Ahora todos los implementos para los partidos están en Casa Blanca y únicamente los de entrenamiento en Pomasqui.
Ha sido un nombre constante en la delegación de LDU en cada salida internacional. Por eso conoce toda Sudamérica, algo de Europa y también Japón. “Eso es algo de lo que estaré eternamente agradecido con el club, porque con mis recursos solo me alcanzaría para ir a mi provincia: Imbabura”.
Pero no todo ha sido felicidad. En su vida personal vive un gran dolor al tener a su primogénito, Rodrigo, de 27 años, postrado en una cama. Un accidente de tránsito lo dejó inmovilizado hace un lustro.
A diario debe pagar a un fisioterapista y a una enfermera para que cuiden de él. “Por esa razón, lo poco que he conseguido se ha ido en tratamientos; y no importaría, si se curara, pero hasta hoy no hay una mejoría”. Se le practicó, incluso, una traqueotomía que afectó sus cuerdas vocales, por lo que tampoco tiene voz. “Es una tristeza lo que vivo y para mitigarla, de alguna forma, prefiero pasar la mayor cantidad de tiempo aquí, pues entre bromas e iras me distraigo, si no, qué fuera de mí”.
También perdió a su esposa Piedad Mora. “Yo creo que a ella la mató lo que pasó con su hijo. Ella lo cuidaba, pero no soportó más y cayó con cáncer”, dijo, mientras las lágrimas inundan sus verdes ojos.