“Quito juega” y revive con prácticas de antaño
Son versiones modernas de los juegos tradicionales que se pusieron en boga en los albores del siglo XIX en las parroquias y poblaciones de la capital, practicados por los niños y niñas de la época, las que ahora tratan de volver a despertar el interés de la nueva generación y revivir ese espíritu de solidaridad, convivencia y vecindad en la comunidad.
Aquellos juegos que surgieron en el Quito colonial, producto de la ocurrencia propia de la quiteñidad, perdieron espacio en forma paulatina, debido la aparición de nuevos medios y recursos para la distracción.
La rayuela, los ensacados, la bomba para jugar a las canicas, tillos (tapacoronas), botones; los billusos, los marros, el churo, la macateta, los cocos, pelota nacional, coches de madera, tablas, salto de la soga, huevos de gato, entre otras manifestaciones que fueron parte del esparcimiento y recreación, han sido relegados con el correr de los años, hasta llegar casi al olvido.
La televisión, así como el poco interés de los educadores por mantener vivas aquellas expresiones culturales; el crecimiento de la ciudad, la reducción de espacios comunitarios producto de la construcción de nuevas urbanizaciones, la migración, Internet, las redes sociales son, entre otros, los factores que han conspirado para que esa vertiente cultural se diluya.
Sin embargo, la necesidad de recuperar valores encasillados en el respeto, la sana distracción, la afinidad, el buen vivir entre los habitantes de un barrio o parroquia, motivaron a autoridades y líderes barriales a poner en marcha una campaña tendiente a recuperar los acervos culturales de antaño.
La iniciativa no pudo ser mejor porque coincide con la celebración de los 477 años de fundación de la capital. Centenares de moradores de barrios y parroquias urbanas y rurales acogieron la idea y con la mejor predisposición “entraron en el juego” cuya esencia continúa latente.
No hay versiones exactas en torno a la aparición de los juegos, porque “es herencia de nuestros abuelos”, según expresiones de América Medina, integrante de la tercera edad que forma parte del grupo “60 y piquito”, ganadora de uno de los concursos de tejido implementados como corolario de la campaña desplegada desde hace tres meses.
Con una nueva concepción e implementos diseñados para el efecto, moradores de distintos sectores capitalinos y sus alrededores hicieron gala de sus habilidades y destrezas en el parque de La Carolina ante tribunas colmadas de espectadores que soportaron un sol inclemente. Carrera de ensacados, remando por la Alameda, la carretilla del Capariche, la rayuela, los trompos, fueron entre otros, los juegos practicados.
“Saltábamos la soga, nos resbalábamos en las tablas en las cuestas, eso era bonito, ahora los jóvenes ven la televisión, juegan el play station; antes nos divertíamos a las cocinadas en ollas de barro con cucharas de palo, todo cuando salíamos de la escuela. Íbamos al parque a jugar; también había los trompos, las bolas, nos quedábamos hasta altas horas de la noche”, recuerda América, habitante del barrio de San Carlos.
Hermanos, amigos y vecinos compartían aquellos momentos en un ambiente de cordialidad y esparcimiento. “Esto de rescatar los juegos tradicionales me parece una cosa muy buena, porque hay que darles a nuestros hijos y nietos otras formas de ocupar el tiempo y no solo en la televisión y las computadoras”.
Gustavo Díaz, abuelo de 57 años, no se sustrae a la idea de volver a la práctica de los juegos que estuvieron en vigencia hace varias décadas . Con cierta nostalgia se refiere a los coches de madera, que solamente vuelven a escena con motivo de las fiestas de Quito.
Llevar los tillos en los bolsillos de los pantalones, que generalmente sufrían grandes agujeros o cuando desprendía los botones de lo sacos de sus padre para jugar a la bomba, exponiéndose a la reprimenda y castigo, era algo muy común. “En alguna ocasión jugando a los tillos, se perdía y se ganaba, pero como siempre pasa, el que está cayendo se enoja y me tocó darme de puñetes, no era muy peleón”, anota.
La idea tiene su acogida en la gente joven. Silvia Sangucho, moradora de Rumicucho, quiteña de 15 años, estudiante del colegio Camilo Ponce Enríquez, manifiesta que le agrada la iniciativa de recuperar los juegos tradicionales. “Yo he jugado a la rayuela, la carretilla, mis padres me han enseñado cómo se juega; me hubiera divertido más en esos tiempos”.