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El Telégrafo
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La presidenta Dilma Rousseff espera que los hinchas se enganchen pronto con el torneo

Protestas contra el Mundial pierden fuerza en Brasil (GALERÍA)

Activistas del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) bloquearon avenidas y autopistas de Sao Paulo en defensa al acceso a una vivienda digna y contra los gastos del torneo. Foto: EFE
Activistas del Movimiento de Trabajadores Sin Techo (MTST) bloquearon avenidas y autopistas de Sao Paulo en defensa al acceso a una vivienda digna y contra los gastos del torneo. Foto: EFE
17 de mayo de 2014 - 00:00 - Pablo Giuliano. Corresponsal desde Sao Paulo, Brasil

El inesperado fracaso de las jornadas de protestas contra el Mundial 2014 que organiza Brasil, le dio un respiro político momentáneo al Gobierno de la presidenta Dilma Rousseff, a 26 días para el inicio de la Copa y con obras aún en proceso.  

Unas 1.500 personas convocadas  por el colectivo ‘Juntos’, que forma parte de la juventud del Partido Socialismo y Libertad (PSOL), cuarto en las elecciones de 2010, y miembros del oficialista Partido de los Trabajadores (PT), marcharon por Sao Paulo el jueves por la noche cuando se esperaban por lo menos 100.000 en la ciudad más poblada de Sudamérica.

Las marchas, en un primer momento, parecen haber perdido la espontaneidad que las hicieron masivas en julio pasado, durante la Copa  Confederaciones, cuando unos 5 millones de personas salieron en esa ocasión a las calles.  

El Gobierno neutralizó esta semana una jornada de protestas que pretendía darle la vuelta al mundo.

Más efectivas fueron las manifestaciones del Movimiento de Trabajadores Sin Techo de Sao Paulo, que ocuparon un terreno llamado ‘Copa del Pueblo’, con 1.500 familias que reclaman viviendas populares y que están contra la especulación inmobiliaria generada por las obras de la FIFA en inmediaciones del estadio Itaqueirao, donde el 12 de junio se inaugurará el Mundial.  

Algo similar ocurrió en Sudáfrica antes del Mundial de 2010. Ese país fue escenario de continuas protestas, especialmente en localidades pobres, donde los ciudadanos aprovecharon el torneo para exigir mejores condiciones de vida.  

La presidenta Dilma Rousseff convocó el jueves pasado a periodistas deportivos a cenar en el Palacio de la Alvorada, residencia presidencial en Brasilia, ante quienes dijo: “La FIFA es un peso en mis espaldas”. Se refería a la convivencia obligada para organizar el Mundial que tuvo con el jefe de la FIFA, Joseph Blatter, y el secretario general, Jerome Valcke.

Rousseff dijo que espera que los hinchas brasileños se enganchen con el Mundial rápidamente, pese a que en las grandes ciudades el clima es de desconfianza, sobre todo porque el certamen global entró como parte de la campaña para las elecciones presidenciales del próximo 5 de octubre. “Hay una feroz intención electoral en las protestas contra el Mundial”, dijo el expresidente Luiz Lula da Silva (2003-2010), jefe de la coalición de gobierno, el político más popular del país y quien en 2007 le propuso a la FIFA albergar el Mundial 2014.    

Quienes salieron el jueves a protestar en Sao Paulo, anhelan que Brasil no sea campeón porque así estará garantizada la victoria de Rousseff. “Vamos a hinchar por Uruguay”, dijo una profesora de historia que participó de la marcha del movimiento ‘No habrá Copa’, Carolina Oliveira, quien reclama que la población rica y los empresarios serán los beneficiarios de las ganancias del Mundial.

El atraso de las obras y la falta de conclusión de proyectos de infraestructura en algunas de las 12 sedes causó decepción. Por ejemplo, en Manaos, donde el fútbol profesional es inexistente, temen que el estadio construido con dinero público por la gobernación del estado de Amazonas se convierta en un elefante blanco después del Mundial.  

En la región del pantanal, Cuiabá, estado de Mato Grosso, las obras de infraestructura no se concretaron. En Porto Alegre, por ejemplo, hinchas de Gremio e Internacional protestan por la elitización del fútbol. Y el estadio de Sao Paulo y el de Curitiba fueron terminados “a último minuto”, dijo  Valcke esta semana.

El autodenominado país del fútbol, a 3 semanas del Mundial, carecía de clima de fiesta en las calles de las principales ciudades. Sí, en cambio, en las barriadas más populares, que comenzó las decoraciones típicas con banderines en las calles.

El modelo de la FIFA, que será beneficiada por exenciones impositivas al igual que todas las multinacionales que la patrocinan, se mezcla con la crisis de representatividad de los partidos. Una encuesta de Folha de Sao Paulo indicó que el 61% opina que el voto no debe ser obligatorio en Brasil.

La misma encuesta coloca a Dilma Rousseff favorita a la reelección con 38% de los votos, pero con crecimiento de los opositores Aecio Neves, que promueve el regreso al neoliberalismo, del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), con 18%,  y al exaliado Eduardo Campos, socialista exgobernador de Pernambuco que sufrió una huelga policial esta semana en su estado, con 11%.

De todos modos, ni el Gobierno ni el analista más agudo ni los dirigentes sociales pueden determinar el alcance que tendrán las protestas en el Mundial frente a la llamada por Lula ‘celebración universal’. Y, menos aún, el impacto en las elecciones presidenciales. Vale hacer memoria.

En 1994, cuando Brasil fue campeón, fue electo Fernando Henrique Cardoso, del PSDB, que era el candidato del entonces mandatario Itamar Franco.    

En 1998, Brasil perdió la final del Mundial de Francia ante los locales, pero Cardoso fue reelecto. En 2002, el Brasil de Ronaldo y Rivaldo levantó la copa en Corea-Japón, pero el candidato de Cardoso, José Serra, perdió ante Lula. En 2006 Brasil decepcionó en el Mundial de Alemania y Lula fue reelegido. Y en Sudáfrica 2010, la eliminación en cuartos de final ante Holanda no afectó la continuidad con la victoria de la oficialista Dilma Rousseff.

Algo está claro entre el fútbol y la política: así como nadie puede prever el desenlace del Mundial, el camino a recorrer pone aún más interrogantes en la carrera electoral.

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