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El Telégrafo
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Para Colombia el fútbol es deuda y nostalgia, pero también mucho futuro

Para Colombia el fútbol es deuda y nostalgia, pero también mucho futuro
10 de junio de 2012 - 00:00

La gran generación del fútbol colombiano, aquella que hacía de la cancha un atlas y de Carlos Valderrama un compás, murió “oficialmente” el 26 de junio de 1998. Ese día Colombia jugó su último partido en un Mundial -el de Francia- contra Inglaterra. Perdió 2-0. Después de eso vinieron equipos “de buen ver” (como el de la Copa América de Paraguay, en 1999), pero que incluían demasiados futbolistas “laguneros”, que un día deslumbraban y al otro exasperaban; así como unos cuantos que pintaban para todo y se quedaron en nada.

Pocos fueron los que se consolidaron a nivel internacional, casi todos en la misma posición: defensa central. Jorge Bermúdez en Boca Juniors; Iván Ramiro Córdoba en el Inter de Milán, Mario Yepes -hoy en el Milan- o Amaranto Perea en el Atlético de Madrid.

Al revisar las otras líneas, sobre todo las posiciones de ataque, se constataba la rotación inestable  de  jugadores tan talentosos como displicentes, “fuegos de artificio” que se aplacaban pronto... Tressor Moreno, Giovanni Hernández (la promesa eterna, quien fuera durante una década el “futuro sucesor del Pibe”). Por allí, a veces dando tumbos, aparecía El “Tigre” Castillo, o el “Mao” Molina; quizás Macnelly. Arriba, Juan Pablo Ángel hizo lo que pudo; y al borde de la cancha, la Federación era -y es hasta ahora- espoleada por periodistas e hinchas.  Así pasaron varias eliminatorias.    

Hubo, sin embargo, una “pausa alegre”: dos dinosaurios, Maturana y Aristizábal, llevaron a la selección a ganar de local la Copa América de 2001, pero el cuadro fracasó en las eliminatorias.

Hoy, con varias decepciones a cuestas, Colombia cuenta, por primera vez, línea por línea, con suficiente material   para conformar pronto  una (buena) “generación”. Esto es relevante  ya que a todos los  colombianos convencidos de  que con Pékerman, un técnico serio, y ya libres de la chabacanería impredecible de “Bolillo” y la inexperiencia de Leonel, su selección volvía a ser, por fin, no solo un equipo sino un “gran equipo”, el partido con Perú -aunque se ganó- les ha dolido; pero les sirvió como anclaje a tierra.

Colombia jugó mal. Le falta, todavía, algún tiempo para entender la idea de verticalidad y salida rápida (dos cortas y una larga) que plantea el argentino, quien trata de “zafarse” de ese toque horizontal, cansino y estéril en que había derivado, desde hacía ya tiempo, el “toque-toque” festivo de los noventa.

Aún no se encuentra, por otra parte, un mecanismo efectivo para articular a Falcao. Durante el juego en Perú, por ejemplo, ¿cuántos centros decentes al área lanzaron los colombianos? Nin-gu-no. Hasta los tiros de esquina los jugaban en corto. Es absurdo tener a uno de los mejores cabeceadores del mundo y no aprovecharlo; pero todo eso forma parte de la idiosincrasia del futbolista norteño: un estupendo  talento técnico, pero así mismo mucho  empalago con el balón; casi siempre la gambeta de más, la demora hasta caer en el error... Contra eso tendrá que luchar Pékerman; contra esa característica que el “Bolillo” definió con una sentencia maliciosa: nosotros hacemos “después de una gracia, una cagada”.

Existen, además, varias figuras que deben, indefectiblemente, mostrar otro nivel, en coherencia con su “ascenso” internacional. Dorlan Pabón, por mencionar uno, sensación de la última Copa Libertadores con Atlético Nacional, tendrá que moverse en Quito más que en Lima si no quiere terminar anulado, no tanto por la defensa contraria, sino por la misma dinámica del partido.

A Freddy Guarín -recientemente adquirido por el Inter de Milán- los colombianos le agradecen la iniciación de la jugada que terminó en el gol de James Rodríguez a los peruanos -vía también el “pellizco” de primera intención de  Dorlan-; el problema es que Pékerman espera de él ese tipo de pases siete, ocho veces por partido, y no una o dos.  

Ojo, esto no quiere decir que Colombia no esté en condiciones de vencer esta tarde; pues hay que tomar en cuenta -solo para fijarnos en un aspecto “extrafutbolístico”- que el jugador ecuatoriano número 13, la altura (el 12 es el extraordinario público del Atahualpa) no hará mella en los capitaneados por Mario Yepes: el plantel lleva dos semanas entrenando en Bogotá.

El cambio más importante en Colombia es el regreso de Zúñiga como lateral derecho, lo que garantiza mayor oxigenación y salida (en Perú lo remplazó Amaranto Perea, quien aún muestra mucha reciedumbre para la marca, pero carece de proyección y entrega clara cuando actúa por ese costado. Pongámoslo así: si el juego en Lima hubiese sido de tenis, Amaranto quizás rompía el récord de “errores no forzados”).

Tampoco está descartada la participación de Jackson Martínez en vez de Pabón acompañando a Falcao para, a punta de prepotencia física, liberar un poco a este último de la marcación quirúrgica que la defensa ecuatoriana le aplicará. Porque para los locales la consigna, en ese sentido, es clara: al “Tigre” hay que enjaularlo, tal como hicieron los peruanos. 

Jugar bien resulta, pues, para los colombianos, una exigencia histórica. Es lo que los hinchas, sobre todo  mayores -cuyo paladar no ha olvidado las buenas épocas- esperan casi candorosamente. Pero eso tendrá que esperar. Pékerman sabe que más allá de las tareas defensivas, Reinaldo Rueda piensa en corregir el descalabro táctico de Buenos Aires y hacer efectivas todas sus variables de ataque, que no son pocas.

El argentino quiere jugar mejor que hace una semana, pero la prioridad es ganar, así sea especulando. En el caso de Rueda, ni se diga: si pierde, bien puede ir comprando “la soga y el taburete”... O para que no nos acusen de “apología de la violencia”, por lo menos el boleto de ida sin retorno.

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