Punto de vista
Mundial 2014: ¿Cuánto pesa la historia?
No es que el fútbol sea lo más importante de las cosas menos importantes, como dice Jorge Valdano, creo más bien que sin él la vida sería, en la niñez un revoltijo de juguetes y ansias destrozadas, y ya de adultos, un pesar y una ausencia parecida a la tristeza y al desasosiego. Por eso el fútbol se juega en todo el mundo, y ha llegado paulatinamente a la India, que era un país continente que todavía faltaba.
Si consideramos que de 209 países reconocidos legalmente por la FIFA -que superan con asombro a los 193 de las Naciones Unidas-, solamente 8 han logrado ser campeones del mundo, es decir apenas el 3,82%, la primera evaluación es que la historia pesa a la hora de los enfrentamientos. Existen de hecho sorpresas mayúsculas que podrían ser tomadas como excepción de la regla, por ejemplo la victoria de Corea del Norte sobre Italia en 1966, la de Camerún sobre Argentina en 1990; pero al final, solamente Brasil, Argentina, Uruguay, Inglaterra, Italia, Alemania, Francia y España han ostentado el título máximo, y si a este inventario añadimos los vice-campeones, la lista solo se incrementa con Checoslovaquia –que ya no existe como tal-, Hungría, Suecia y Holanda.
Los más recordados ‘campeones sin corona’ se ubican en esta misma lista: Hungría de 1954, legendaria alineación con Puskas, Czibor y Kocsis a la cabeza; la Holanda de Cruyff y Neeskens en 1974 y el Brasil maravilloso de Zico, Sócrates, Falcao y Junior en el 82, porque una especie de ‘destino manifiesto’ sigue imperando, y quizá este Mundial de Brasil 2014 no sea la excepción, ya que el favoritismo de críticos, periodistas y técnicos ubica precisamente en las preferencias a los países que han ejercido, durante 80 años, el monopolio a la hora de levantar la Copa del Mundo.
¿Quiénes, hoy, podrían amenazar ese privilegio? Quizá Portugal, que desde los tiempos del extraordinario Eusebio, no ha tenido una formación tan prestigiosa, con Cristiano Ronaldo como líder; Colombia, acaso, si Falcao y compañía se ubican a la altura de su trayectoria reciente; Suiza o Bélgica, y quizá, gracias a Drogba, Costa de Marfil, aunque es muy aventurado apostar por cualquiera de estos outsiders, porque indudablemente el poder económico hace de las ligas europeas las más importantes, y en esos torneos se exhiben, como figuras fundamentales, los mayores exponentes de los países chicos en cuanto a lo futbolístico, y nuestro Antonio Valencia es la insignia tricolor en ese escenario; pero el verdadero poderío se asienta en ese G5 europeo.
Otra demostración de este desnivel histórico se demuestra cuando observamos la tabla de posiciones de todos los mundiales, en la cual los países campeones y vicecampeones ocupan las 10 primeras plazas, y en la que el Ecuador ocupa el puesto 42, testimonio vivo de las diferencias.
Nos toca enfrentar a Francia, Suiza y Honduras, en un grupo, como todos, difícil. El Brasil bicampeón de 1958-1962 tuvo la fortuna de contar en su equipo estelar con 8 de los 20 mejores jugadores de su historia, que sería, más o menos, salvando tiempo, nostalgia y muerte, que nuestra Tricolor pudiese alinear con Pepe Pancho Cevallos; Luis Capurro, Vicente Lecaro, Iván Hurtado y Ulises de la Cruz; Alex Aguinaga, Polo Carrera, Jorge Bolaños y Antonio Valencia; Agustín Delgado y Alberto Spencer. Con un equipo así yo apostaría a jugar, al menos, las semifinales, pero ya sabemos que esta utopía es más mañosería que sueño, y hay que jugar con lo que tenemos, que, por suerte, es bastante. Además, Brasil nos diría que nos atacaría con Garrincha, Zico, Didí, Pelé, Tostao, Ronaldo, Rivelino, Jairzinho, Neymar y Romario, y ahí sí, adiós y buenas noches.
La historia pesa, la economía y poder financiero también, así que, ilusión de por medio, esperemos una presentación digna de nuestra selección. El ‘milagro ecuatoriano’ puede ser, pero creo que todavía estamos lejos de producir ‘maracanazos’.
Mientras tanto, a disfrutar de este mes de fútbol y emoción, y recordar a Albert Camus, quien decía: “Después de muchos años en que el mundo me ha permitido tener muchas experiencias, lo que sé con más certeza respecto a la moralidad y las obligaciones se lo debo al fútbol”. Y agregaba: “No solo por la alegría de la victoria, cuando está combinada con la fatiga que sigue al esfuerzo, sino también por el estúpido deseo de llorar en las noches luego de cada derrota”.
Argelino, como Zidane, el Premio Nobel de Literatura nos pintó un fresco ético del porqué el fútbol es tan trascendente, incluso a sabiendas de que aquí también, en el césped, los graderíos y especialmente en la FIFA, la historia no está a favor de los pequeños.