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El Telégrafo
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Los jóvenes ya salieron de los límites patrios

Militares ecuatorianos y peruanos son protagonistas del viaje

El río Napo es hasta ahora la principal vía de transporte para los 6 jóvenes que optaron por ir al Mundial Brasil 2014 a través de la Amazonía. Foto: Cortesía Pamela Mejía / Jóvenes Viajeros
El río Napo es hasta ahora la principal vía de transporte para los 6 jóvenes que optaron por ir al Mundial Brasil 2014 a través de la Amazonía. Foto: Cortesía Pamela Mejía / Jóvenes Viajeros
27 de mayo de 2014 - 00:00 - Manuel Varese

“Tras pernoctar en Nuevo Rocafuerte, localidad ecuatoriana fronteriza con Perú, empezamos el día desmontando nuestras carpas y alistando las maletas para encontrarnos con efectivos de la Armada Nacional, a quienes les propondríamos que nos acompañen a cruzar hasta Cabo Pantoja (Perú).

La caminata desde la casa de don Guillermo -lugareño que nos facilitó un lugar techado para armar las carpas- hasta la dependencia de la Fuerza Naval resultó extenuante. Fueron 2 kilómetros bajo el intenso sol mañanero y con el equipaje a cuestas. ‘No manches güey, así no voy a llegar vivo a Brasil’, me quejé, luego de parar para descansar un poco.

Apenas llegamos a los exteriores de la Armada, Nicolás Malo, Ricardo Cevallos y Thomas Palka -un alemán que se unió al viaje- se separaron del grupo para buscar el desayuno. Los demás quedamos al cuidado de las maletas.  

Los ‘comisionados’ no tardaron en volver con pan de chocolate y avena. También compraron 4 botellones de agua -de 6 litros por envase-, pues los habitantes de Nuevo Rocafuerte nos advirtieron que en Pantoja las bebidas son excesivamente caras. Esto se debe al aislamiento de esa ciudad con el resto del Perú.  

En fin, tras desayunar, el teniente Patricio Mejía nos prestó todas las facilidades para asearnos. Después, él y otros soldados, sin ocultar su sorpresa, nos consultaron las razones por las que nos desplazábamos a Brasil por vía fluvial. “Yo no lo haría, es muy demorado”, opinó el oficial, después de confirmar que nos acompañarían hasta Cabo Pantoja.

Antes de partir ingresamos a la oficina de migración para cumplir los trámites correspondientes. Sellamos nuestros pasaportes y llenamos la tarjeta andina. Patricio Mejía dispuso una embarcación para los tripulantes y otra para las maletas. Cada una con su piloto. Pantoja estaba a 30 minutos.  

El teniente se comportó como un verdadero padre. Antes de despedirse nos presentó a autoridades peruanas, quienes nos orientaron dentro de la localidad. En verdad, la colaboración de los marinos ecuatorianos aportó mucho para que empezáramos bien nuestra ausencia de suelo patrio.

Yo no perdí tiempo, apenas bajamos las mochilas me contacté con algunos habitantes de Pantoja, era menester encontrar un sitio para hospedarnos y descansar.

La ayuda que esperábamos no tardó. El señor Vargas, un residente de Iquitos que periódicamente se encarga de la oficina de migración en Pantoja, agilitó el papeleo de nuestro ingreso y nos contactó con don Julio, un regidor del ayuntamiento que nos alojó en los predios del municipio.  

Al amanecer del 10 de mayo nuestra principal preocupación fue continuar el recorrido. Las alternativas eran contratar un bote particular o esperar 2 semanas al navío que partía desde El Coca.   

Por medio de Peter, un empleado municipal, conocimos a Néstor, un joven lugareño que suele hacer fletes en una canoa pequeña. Este transporte es más barato que los deslizadores, pero es lento y menos seguro.

Néstor nos explicó que únicamente podía trasladarnos hasta Santa Clotilde. El trayecto tomaría 2 días con un costo de 500 dólares. Accedimos a darle un adelanto para que compre combustible y aliste el bote.

Tranquilos por la elección, coincidimos en ir a una cascada a refrescarnos. Estábamos bañándonos cuando Gabriel Echeverría, quien no acudió al chorro, llegó corriendo con una novedad: “Muchachos, me encontré con unos militares y hay la probabilidad de ir con ellos a Santa Clotilde”.   

Sin tiempo que perder, nos vestimos y nos dirigimos hacia el cuartel, donde no solo nos recibieron, también nos ofrecieron alojamiento y prestarnos la cocina para preparar comida. El mayor Rojas nos detalló que el domingo (11 de mayo) debían navegar hasta Santa Clotilde a recoger al comandante del cuartel. Su embarcación era más grande, potente y, sobre todo, la compañía de soldados nos protegería de posibles ataques piratas.

No obstante, la salida se retrasó un día. El domingo nos sirvió para deshacer el trato con Néstor, pedirle el dinero adelantado y jugar fútbol con los milicianos.

El convenio con ellos fue pagarles 650 dólares por llevarnos hasta Mazán, o sea, más cerca de Iquitos. Por lo pronto, creemos, hicimos un buen negocio”.

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